O Rei
Marco Aurelio González Gama

Para nadie es un secreto, al menos para los lectores y favorecedores de esta pluma, los incordios que traigo atravesados desde hace tiempo con el negocio —por sobre todas las cosas— en que se ha convertido el fútbol profesional, en especial el nacional. Ahí están, a la vista de todos, mis públicas posiciones a su mediocridad. Ya sé que pleitos así muchos pensarán que es como pelearse con el mundo, dada, por supuesto, la popularidad del fútbol en todo el orbe. Pero el excesivo comercialismo en que ha caído el deporte ha hecho que para un servidor alcance niveles de hastío, nauseabundos, que huelen a corrupción, falta de ética y malos manejos. Dirán ustedes que no es para tanto, que no se trata del apocalipsis, que al fin y al cabo es fútbol y que, como tal, es lo más importante de lo menos importante como ya se ha dicho también aquí. Y están en lo correcto, pero ante tanta marrulleria, trastupijes y danza de dólares como ocurrió con el inexplicable mundial de Qatar, ¡caray!, dice uno ¡hasta aquí llegó mi paciencia con tanta suciedad, todo tiene un límite! Pero como dice el clásico, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, así es que no puedo dejar pasar por alto el fallecimiento de Pelé, hay que saber distinguir, O Rei, en el fútbol es él y todo lo demás. Y es que todavía vibra el que esto escribe con el recuerdo de aquella final del 70, de ese 4-1 que le propinó una deslumbrante verdeamarela a una no menos portentosa Italia, de ese cuarto gol del capitán Carlos Alberto, que, ese sí, fue un prodigio de ‘Jogo Bonito’ y no mamadas. Léalo como si estuviera escuchando narrar el partido a Ángel Fernández —para los que lo conocieron—: «¡… Tostao en su propia cancha arrebata el balón a un contrario, lo retrasa a Piazza, éste a Clodoaldo, Clodoaldo a Pelé, ‘O Rei’ a Gerson, el zurdo lo devuelve a Clodoaldo, Clodoaldo se quita a uno, dos, tres y ¡hasta cuatro italianos!, y lo pasa a Rivelino, quien manda un pase largo por la banda izquierda a Jairzinho, el habilidoso atacante se corre al centro y ante el amague de Fachetti y Cera, se lo toca con elegancia a Pelé, quien controla el esférico, lo retiene brevemente, cambia de perfil y le sirve un pase de derecha preciso, medido, como en bandeja a Carlos Alberto quien entra como ciclón por la banda derecha para largar de primera intención un potente cruzado al filo del área grande al arco defendido por Albertosi, para quien es imposible detener el potente disparo a ras de suelo!». ¡Gol de Brasil! Un poema el cuarto en la cuenta de la verde amarela. Y Pelé protagonista central de ese concierto de toma y daca con el balón. El Rey fue un jugador elegante, con categoría y con clase dentro y fuera de la cancha, especialista en quiebres, en ‘dribling’, en encarar al rival y burlarlo, en autopases —increíble, ¡hacia paredes con los rivales!—, en ‘sombreritos’, en rabonas, en chilenas y media tijeras, con un potente cabeceo y un manejo excelso de ambas piernas. El fútbol mundial es uno antes y después de Pelé, inventó todo lo habido y por haber. ¡Viva el Rey Pelé, y me pongo de pie y me quito el sombrero ante tanta grandeza de su maj