«La civilización del espectáculo»
Marco Aurelio González Gama
Voy a iniciar haciendo una paráfrasis del gran Pérez-Reverte («Me tenéis acorralado, cabrones», ABC, 21/10/2022), y es que este mundo informativo pletórico de banalidades no me ha dejado escapatoria, porque dejando a un lado el escándalo del momento, sí, el del copy paste, la nube de la información está llena, perdonen ustedes estimados lectores que me hacen el favor, de auténtica basura. Se ganó los encabezados de un cierto sector de la prensa internacional, en el ocaso del 2022, el rompimiento entre Mario Vargas Llosa (86, Arequipa, Perú) y la ex de cuando menos tres maridos, uno vivo, Julio Iglesias, y dos que descansan en santa paz, Isabel Preysler (71, Manila, Filipinas) Esta noticia, fue el ‘highlight’ informativo internacional cuando ya fenecía el año anterior. Y es que fue imposible evadirse de esta nota rosa, no tanto por la socialité, que además y por si fuera poco es la progenitora de Enrique Iglesias y de la marquesa de Griñon, sino por el Premio Nobel de Literatura hispano peruano. Entre paréntesis, más recientemente, la otra nota que encontramos hasta en la sopa, fue la canción que Shakira le dedicó a su ex, el retirado futbolista catalán Gerardo Piqué, cuya letra está repleta de indirectas y alusiones personales de despecho al ex central del Barcelona y su nueva pareja, una tal Chía. Cómo habrá estado este sonado asunto que desde el Papa hasta Paquita la del Barrio se ocuparon de él. Pero regresando a Vargas Llosa, hay que decir que, en paralelo a su indiscutible genio literario, su vida no ha estado exenta de escándalos maritales. Ahí les va, los 19 años se casó con su tía política (Julia Urquidi), 10 años mayor que él, a Mario le valió un comino el qué dirán. El matrimonio duró alrededor de 9 años, y entonces se casó con su prima hermana Patricia Llosa Urquidi, sobrina de la primera también. De nuevo la volvió a liar Álvaro, pero igual, le valieron sorbete los murmullos ajenos y el descontento familiar. Todo esto que cuento ha navegado entre la prensa del corazón y el mundo literario de élite, que es el ambiente natural del autor de la ‘La ciudad y los perros’ (1985). Y traigo a colación este cuento, porque entre las muchas temáticas literarias de las que se ha ocupado Vargas Llosa, curiosamente, también ha estado lo que define como la «civilización del espectáculo», que así titula un ensayo crítico y ácido que publicó en 2015, que es, a decir del peruano, “… (ese) mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal”, para seguir teorizando sobre lo trivial: «la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo (…)”. No cabe duda que es uno presa de sus afirmaciones, con frecuencia hay que tragárselas. Ese ensayo fue como algo premonitorio de lo que iba a ocurrir con su propia vida. Voy a cerrar con un extracto de su cuento ‘Los vientos’ (2020), que parece más un relato autobiográfico porque es la historia de una persona que se arrepiente de haber dejado a su esposa por otra mujer, como fue su caso. «Ya me olvidé del nombre (Isabel) de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita (Patricia). Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui feliz. Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí». No cabe duda que en las cosas del corazón no manda la razón. Por supuesto que no es mi papel juzgar a tan admirado escritor, cosa que además y seguramente le valdría un comino si supiera que este escribiente anda de hablador sobre su vida, pero, creo, que para todo hay un tiempo y un momento, cuando rondas el octavo piso ya no puedes andar con febrículas de adolescente. Entiendo que, tal vez, Álvaro se vio seducido por el oropel y el no poco discreto encanto del mundo —la revista ‘¡Hola!’ incluida— en el que se mueve la señora Preysler, pero hay que tener un gran estómago para aguantar tanta frivolidad y banalidad.