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Carlos Díaz Barriga.
‘El actor del siglo’, le decía yo de broma. Su anhelo, con modestia, era vivir 100 años. Vivirá mucho más. El legendario Ignacio López Tarso, quizás por otro siglo, quizás por más, será referente imprescindible de nuestra cultura y de la historia del teatro en México. No tendría que ser tan fácil olvidar a un personaje de memoria enciclopédica.
Apareció en su primera obra profesional, ‘Nacida ayer’ de Garson Kanin, en 1951. Desde entonces y hasta el final, crecieron en López Tarso tres dones: la fuerza de su rostro, el brillo de su voz y el poderío al pisar un escenario como lo pisó todavía el 4 de noviembre… hace cuatro meses, con esos 98 años que terminó por cumplir el pasado 15 de enero y que lo constituyeron como el artista en activo más grande del mundo.
Si aquel seminarista de sus juventudes hubiera querido seguir, hoy sería cardenal. Si aquel sargento primero del Décimo Primer Regimiento de Infantería del Ejército hubiera continuado… hoy sería general de división. Pero se decidió por ‘la tabla’… y alcanzó el grado de gran actor, con la maestría de la permanencia y el doctorado del prestigio.
Parecería que estamos ante un actor de la ‘época de oro del cine mexicano’ y con una muy abundante filmografía… pero ni lo uno ni lo otro. Apenas participó en 53 cintas. Y por lo que toca a ‘la época de oro’, ésta se acababa cuando él iba llegando (1954 hace su primera película).
Trabajó con directores como Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez, y con los Luises: Buñuel y Alcoriza. Uh, y con Gabriel Figueroa… el más importante fotógrafo que ha habido en el cine mexicano y quien, como amigo, hace que lo incluyan en ‘La Cucaracha’ (con Pedro Armendáriz, María Félix, Dolores del Río y el Indio Fernández).
Figueroa le consigue también ‘Macario’ (que originalmente era para Armendáriz). Todos contribuyen a hacer una obra maestra: B. Traven con el argumento, Emilio Carballido con el guión, Roberto Gavaldón dirigiendo, Figueroa con la inmensa fotografía y el elenco encabezado por López Tarso… quien se consagra en la pantalla grande, se gana 20 mil pesos en 8 semanas y se compra su primer coche.
Y hay que verlo en El hombre de papel como el pepenador mudo que protagoniza con gesto y mímica, toda la película. Y en La estrella vacía al lado de María Félix (con quien hizo otras siete películas); y en Nazarín -de Buñuel- y en El gallo de oro (basado en una novela corta de Juan Rulfo, con guión de Carlos Fuentes y García Márquez); o en La sombra del caudillo filmada en 1960 y censurada durante 30 años. O en aquel dramón, Vainilla, bronce y morir (1956)… con Elsa Aguirre.
Hay una vertiente que quizás mucha gente no conozca, y que es de atesorarse. A lo largo de una década, se dedicó a recorrer América Latina como narrador de corridos, la mayoría revolucionarios. Grabó ocho LP’s con un centenar de piezas. Son una cátedra para cualquier estudiante… de actuación oral, de dicción, de intencionalidad, de humor negro. Hay que buscar, como muestra El pasajero del tren… o La maquinita.
Luego, Figueroa le consigue Macario (que originalmente era para Amendáriz). Todos contribuyen a hacer una obra maestra: B. Traven con el argumento, Emilio Carballido con el guión, Roberto Gavaldón dirigiendo, Figueroa con la inmensa fotografía y el elenco encabezado por López Tarso… quien se consagra en la pantalla grande, se gana 20 mil pesos en 8 semanas y se compra su primer coche.
Participó como actor de carácter… de soporte, en más de 30 telenovelas, destacándose muy especialmente en las históricas… por ejemplo, con un Porfirio Díaz notable en El encanto del águila.
Tuvo su lado como dirigente sindical. Fue un fuerte Secretario General de la Asociación Nacional de Actores (1986-1990), de la de Intérpretes y líder del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica. Fue Diputado Federal de 1988 a 1991. No se aburría. Tenía de qué hablar con otros diputados de curules cuando la inteligencia era un mérito para ocuparlas… como el escritor oaxaqueño Andrés Henestrosa o como el poeta Jaime Sabines
En unas 150 obras hizo a los griegos, a los clásicos españoles, a Shakespeare, a los principales estadounidenses, franceses, italianos o británicos del siglo XX… y a todos los principales dramaturgos mexicanos. En 1993, a los 68 debuta en teatro musical haciendo un memorable macho sometido en Hello Dolly con Silvia Pinal.‘El gallo de oro’, argumento de Juan Rulfo. Guión de Carlos Fuentes y Gabriel García
En los últimos años resultó asombrosa su ‘monstruosidad’ en el escenario. Apabullante. Dato que confirma: con 93 años de edad, en 2018, hacía tres obras de teatro simultáneamente: los jueves, en el teatro Rafael Solana, Aeroplanos -con el Loco Valdés o Sergio Corona-; sábado y domingo, Un Picasso en el teatro San Jerónimo; y giras entre semana por diversas plazas del país con la obra El padre. Todas las funciones, cerrando con una larga ovación de pie.
Siempre superior a lo que le hubiéramos aplaudido antes… había que verlo en un soliloquio reclamándole a Dios en Un Picasso. Luego, hizo ‘Una vida en el teatro’, mano a mano con su hijo Juan Ignacio Aranda (estaba a la colosal altura de su padre). La obra, de David Mamet, está conformada con cuadros de grandes clásicos de la dramaturgia universal… como El Rey Lear, Hamlet, La vida es sueño… y hay uno, que debe durar 6 o 7 minutos, de La tempestad, de Shakespeare. Insuperable. El momento cumbre de López Tarso en sus siete décadas como actor. De cimbrarse y no olvidarlo nunca.
Ha participado como actor de carácter en más de 30 telenovelas, destacándose muy especialmente en las históricas… por ejemplo, con un Porfirio Díaz notable en El encanto del águila.
Atrapado por la pandemia, actor de su tiempo se actualizó haciendo mucho teatro ‘en línea’, construyéndose lo mismo como Leonardo D’Vinci, como el Quijote o como Macario. Conservando esa bendita fiebre de no detenerse jamás. Increíble su ruta: de los más antiguos y rígidos escenarios… al teatro en ‘streaming’.
En lo personal, ese gigante fue transitando a un trato cada vez más afectuoso. Resplandeciente. En sus muchos últimos años, bien podría haberse llamado Ignacio López… Terso. Aquel seminarista que encontró en el teatro algo bendito, que fue -como lo fue- su principio, su medio, su fin, su presente… y el viento que empujó, hasta el último aliento, su velero.
Fue además un hombre bueno, un gran preparador de martinis y un mejor bebedor de tequila. Con él, por él, brindemos. Una y otra vez… de vez en cuando. CDB
Bendito teatro. Su principio, su medio, su fin, su presente… y el viento que hoy sigue empujando su velero.
@diazbarriga1
Foto de cap de pantalla en Excélsior