Federico se reguindaba del mandil de su madre por el miedo que le daba de llegar con don Manuel, ese viejo boticario con cejas de vampiro, que daba las tomas de purgante para las lombrices. Llegó temblando Federico a la botica, y casi se desmaya cuando vio a don Manuel que le clavó los ojos con esas cejas que daban miedo. Señora, dijo don Manuel con voz gutural a la madre, pero sin quitarle la fuerte mirada sostenida a Federico: no tenemos purgas, me llegan hasta mañana los aceites que encargué a la ciudad. Vuelvo mañana, gracias, dijo la madre. Volteó Federico a ver a don Manuel, sin soltarse de su madre como si fuera la única opción de vida. Don Manuel no quitó jamás la mirada a Federico, haciéndole sentir que tal vez sería el próximo muerto del pueblo por la gusanera de la panza cuando le dieran la terrible purga. Pero al otro día, cuando el padre de Federico se levantó para irse a trabajar al jornal, se dio cuenta de que su hijo no estaba en la cama. Buscó el padre a Federico por toda la casa, pero no lo encontró. Alarmado despertó a la madre que angustiada fue a preguntar a los vecinos si no habían visto salir al chamaco. Nadie vio nada, el pueblo estuvo en calma. Ya se sabía que en las noches después de las ocho era muy raro ver a persona alguna por las terrosas calles, menos un chamaco de diez años como era Federico. Pasó el tiempo, tres días con sus noches, y Federico seguía perdido. La última vez que sus amigos vieron a Federico, fue en el juego de canicas ese mismo día que su madre lo había llevado con don Manuel el boticario. No se veía Federico contento como siempre, dijeron sus amigos. Lencha, la tía de Federico, dijo que ese día lo vio triste. Un niño cambia de humores, si los grandes a veces no nos aguantamos esos humores, imagínense un chamaco, dijo Petra la vecina tratando de calmar a los padres sin lograrlo. Pero había una sospecha más grande y misteriosa de lo que le había ocurrido a Federico: que los duendes se lo habían llevado. Los duendes siempre merodeaban allá por la finca del llanillo. Estoy seguro que esos cabrones duendes tienen a Federico, dijo Roberto “Pichilote”. Ese duende vestido con ropas de colores como en el circo de los títeres es el más malo, los otros solo son juguetones pero no se atreven a hacer algo malo, dijo el padre de Federico. Siempre han jugado los duendes con los chamacos, lo mismo hicieron con nosotros cuando éramos chicos, pero haberse llevado a Federico ya es una maldad sin nombre, vociferaba la gente del pueblo. Hubo quien propuso matar a los duendes a machetazos, sobre todo a ese duende malo que tal vez se había llevado a Federico. Hoy fue este niño, mañana vendrán a llevarse más chamacos, dijo con odio el tío “Trancas”. Desde siempre, los duendes venían por las noches a las casas y hacían travesuras tirando al suelo los trastos de comida y haciendo la escandalera. Una noche, cuando Federico dormía, el duende ese de circo estaba parado cerca de la cama de mi hijo viéndolo, y cuando oyó que abrí la puerta brincó por la ventana, dijo el padre de Federico. La madre de Federico le decía a la gente que iría a buscar a su hijo, y que ese maldito duende aunque fuera el diablo lo partiría en tres pedazos con la vieja moruna que siempre tenía colgada en su carcaj cerca del brasero. Al otro día, desde el amanecer, varias personas encabezadas por los padres de Federico, buscaron al chamaco por la Finca del Viento, por la Andanada, por el Peñascal, por Tierra Negra y por la Cuenca del Gato, pero no lo encontraron. Crecía la sed de venganza cuando vieron a Federico dormido, recargado en el tallo de un enorme encino. Federico dijo a sus padres y a la gente que los duendes lo ayudaron con comida y cuidándolo desde las ramas de los árboles. Es que tuve miedo de la purga preparada de epazote, porque acuérdense que don Manuel mató a Rita por haberle dado la purga en el periodo de canícula, por eso se alborotaron las lombrices y le salieron por boca y nariz ahogándola, tuve miedo y huí, aclaró Federico. Por esta vez se salvó el pinche duende de circo, dijo el borracho “Pañín”, como si fuera un juez del más alto “pedorraje” de la justicia. Gracias Zazil. Doy fe.