CLÁSICOS DE LA LITERATURA INFANTIL. (III)
“Platero y yo.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
La primavera: “En mi duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de chiquillos. Por fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado, de la cama. Entonces, al mirar al campo por la ventana abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los pájaros. Salgo al huerto y canto gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silva el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto, y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente. ¡Cómo está la mañana! El sol pone en tierra su alegría de plata y oro; mariposas de cien colores juegan por todas partes; entre las flores, por la casa –ya dentro, ya fuera –, en el manantial. Por doquiera, el campo se abre en estallidos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva. Parece que estuviéramos en un gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.”
En esta bella estación del año que representa el florecimiento, el esplendor de la vida, inicia la inigualable historia de “Platero y yo”. Una pequeña obra escrita por el poeta español Juan Ramón Jiménez. El libro fue publicado en 1914 y desde su primera edición es un verdadero clásico de la literatura universal. El autor aclara que no escribió la obra para que fuera leída solo por niños, más, su lectura es tan amena, sencilla, clara, exquisita, y la historia es tan romántica e idealizada, que muchos críticos ubican a “Platero y yo” como una obra de lectura infantil.
Platero es un burro y el joven que narra la historia es el amigo incondicional de Platero. Los sucesos narrados acontecen en el periodo de un año; todo inicia en la primavera y concluirá en el invierno. Ahora bien, la obra se va leyendo como un tipo diario, cada breve apartado lleva un pequeño título; ejemplo el numero uno donde conocemos a Platero: “Platero es pequeño, peludo, suave: tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal nuevo…”
Los apartados no pasan de dos cuartillas y no siempre lleva ilación la historia, aunque al final si se percibe unidad en lo esencial de la obra. Todo sucede en Moguer, Municipio español de la Provincia de Huelva. Los personajes centrales son dos: Platero y yo, el joven yo es quien narra en primera persona del singular. La historia incluirá un sinfín de reflexiones sobre la amistad, el amor, la generosidad, la soledad, la tristeza, el dolor, algunos capítulos tienen momentos muy crudos, difíciles, tal como es la vida, verbigracia, el intitulado: “La yegua blanca”.
“Vengo triste, Platero…Mira; pasando por la calle de las Flores, ya en la Portada, en el mismo sitio en que el rayo mató a los dos niños gemelos, estaba muerta la yegua blanca del Sordo. Unas chiquillas casi desnudas la rodeaban silenciosas. Purita, la costurera, que pasaba, me ha dicho que el Sordo llevó esta mañana la yegua al moridero, harto ya de darle de comer. Ya sabes que la pobre era tan vieja como don Julián y tan torpe. No veía, ni oía, y apenas podía andar…A eso del medio día la yegua estaba otra vez en el portal de su amo. Él, irritado, cogió un rodrigón, y la quería echar a palos. No se iba. Entonces la pinchó con la hoz. Acudió la gente y, entre maldiciones y bromas, la yegua salió, calle arriba, cojeando, tropezándose. Los chiquillos le seguían con piedras y gritos…Al fin, cayó al suelo y allí la remataron. Algún sentimiento compasivo revoló sobre ella: – ¡Dejadla morir en paz! –, como si tú y yo hubiésemos estado allí, Platero; pero fue como una mariposa en el centro de un vendaval. Todavía, cuando la he visto, las piedras yacían a su lado, fría ya ella como ellas. Tenía un ojo abierto del todo que, ciego en su vida, ahora que estaba muerta parecía como si mirara. Su blancura era lo que iba quedando de la luz en la calle oscura, sobre la que el cielo del anochecer, muy alto con el frío, se aborregaba todo de levísimas nubecillas de rosa…”
No es el objetivo presentar solo las partes más dolorosas y difíciles de las historias, he querido mencionar la anterior porque precisamente el narrador le va enseñando a Platero que el mundo es complicado, que los humanos muchas veces cometemos actos inhumanos, sin embargo, el joven le promete a su amigo Platero que siempre estará con él, aquí ya hay una postura humanitaria y esperanzadora, e incluso, le dice a Platero que no se preocupe de su final, que si muere lo sepultará debajo de un árbol y no permitirá que a su amigo se lo coman los animales, lo destripen a pleno sol. Esta bella amistad que va transcurriendo de primavera a verano, de otoño a invierno, hace que al joven los niños lo llamen loco, cosa que a él no le importa, siempre cuidará y protegerá a su amigo Platero, y Platero, aunque no sabe hablar, siente el cariño que le tiene.
Llegará el ivierno y con él la representación de una de las etapas más arduas de vivir, en el caso de los humanos está en la vejez, y no porque esta sea símbolo exclusivo de decadencia, no, hay muchas cosas bellas que se pueden disfrutar si se llega a una vejez tranquila, madura psicológica y económicamente, empero, invariablemente la vejez representa el ocaso de nuestras vidas y sabemos que el tiempo que de por si es limitado, ahora está más acotado. A cualquier edad se puede morir, pero en la primavera o en el verano se cuenta con la energía y la ilusión de un porvenir, esta ilusión por naturaleza te impulsa a andar, caminar, investigar, probar, en cambio, con la vejez no se muere por completo la ilusión, no obstante, los pasos que das ya son más medidos, más razonados, comprendes que no puedes dar pasos equivocados porque, tal vez, no tengas tiempo de retornar y caminar por otra vereda.
El invierno le llegó a Platero: “A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo…” Luego entonces, ante un insoslayable ocaso, ¿cómo afrontar el invierno? Considero que dependerá mucho de cómo hayamos vivido las anteriores estaciones, es decir, disfrutemos al máximo hoy la primavera, vivamos intensamente el verano, no dejemos de leer y amar equilibradamente en el otoño, en esencia, aprovechemos el tiempo, y así, cuando el invierno nos llegue tranquilamente lo recibiremos, porque el tiempo pasado no ha sido tiempo perdido, ha sido tiempo vivido. Acaso, ¿hay una mejor opción?
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