TRECE AÑOS DE LIBROS, ARTÍCULOS Y CONTINUAMOS. (II)
“En busca del tiempo perdido: Volumen 4: “Sodoma y Gomorra.” Segunda parte-I”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Conforme van pasando los años, puede variar según las experiencias y circunstancias de cada quien, empero, invariablemente en algún momento empezamos a sentir ciertas sensaciones de nostalgias, tristezas, añoranzas, dejo de vacíos, ahora bien, estas impresiones que nos llegan a veces son provocadas por acciones que nos causan recuerdos, en muchas ocasiones percibimos claramente el origen de esa sensación, un ejemplo personal lo encuentro cada vez que abro un libro y tiene todavía en unos pequeños números su costo, rápidamente pienso en mi finado amigo Marduck, sí, porque esos números fueron puestos por su puño y letra, pero eso no es lo más importante, a partir de ver ese numerito empiezo a recordar muchas cosas, verbigracia, porqué compré ese libro, el contexto en que se lo compré a mi amigo, para ilustrar lo anterior les narraré que me encontraba en su librería: “Los Argonautas”, era un jueves del 17 de abril de 2014, no recuerdo exactamente la hora, en mis manos tenía una bella edición de la clásica novela: “Lo que el viento se llevó”, en ese momento dudaba si comprarla o no, había que cubrir otros gastos y, en ese minuto empieza a circular en las redes que acababa de morir Gabriel García Márquez, mi amigo Marduck sólo me dijo. – “Llévatela Mike, luego cuando puedas me la pagas. Ante el asecho de la muerte qué tanto puede importar el dinero.”
He empezado el artículo narrando mi experiencia, porque precisamente en esta segunda parte de la novela: “Sodoma y Gomorra” de Marcel Proust, en el pequeño capítulo titulado: “Las intermitencias del corazón”, el personaje vive momentos de recuerdos que le provocaron tristezas. El personaje viaja de vacaciones a Balbec, es la segunda ocasión que va a ese bello pueblo. Los lectores sabemos que la primera vez que el protagonista fue a vacacionar lo acompañaba su abuela. En el tomo tres: “El mundo de Guermantes”, el joven nos cuenta el proceso de enfermedad y muerte de su abuela, acontecimiento que le dolió mucho, no obstante, él siguió con su vida burguesa en sus fiestas, amoríos, metido en su mundo de lecturas, erudición, y ya en esta segunda parte del tomo cuatro nos cuenta que llegó solo de vacaciones a Balbec, se hospedó en el mismo hotel donde siempre se ha hospedado su familia, su madre llegará a alcanzarlo en unos días, esto implicó que estuviera solo y la tranquilidad del instante le hizo recordar muchas vivencias con su abuela; los recorridos en la playa, los desayunos, los cuidados que ella le daba, y por supuesto que el personaje se deprime, siente que la extraña, e incluso, reconoce que por diversos motivos había bloqueado las sensaciones de la muerte de su abuela, es decir, había olvidado por completo a la abuela, y por esos pensamientos le llegaron los infaltables sueños, un sueño donde su abuela ya está muerta nos lo relata así:
“–De todos modos me permitirás verte alguna vez, no dejes pasar muchos años sin hacerme una visita. Piensa que has sido mi nieto y que las abuelas no olvidan. – Al ver su cara tan sumisa, tan triste, tan dulce, quería ir corriendo a decirle lo que debiera haberle contestado entonces: -Pero, abuela, me verás siempre que tú quieras, no tengo a nadie más que a ti en el mundo, no te dejaré nunca. – ¡Cuánto ha debido de llorar desde tantos meses como hace que no he ido a donde está acostada! ¿Qué habrá dicho? Y llorando yo también, le dije a mi padre: – ¡Dame en seguida su dirección, llévame adonde está! Y él: -Es que…no sé si podrás verla. Y, además, ¿sabes?, está muy débil, ya no es la misma, creo que te sería más bien penoso. Y no recuerdo el número exacto de la avenida. –Pero dime, tú que sabes tanto, no es verdad que los muertos ya no viven. Digan lo que digan no es verdad, puesto que la abuela existe aún. –Mi padre sonrío tristemente…” La realidad lo despertaba de ese sueño y le mostraba que su abuela sólo existía en su mente a través de los recuerdos.
Meses después de la muerte de mi amigo Marduck, así como el protagonista soñó con su abuela, yo soñé con mi amigo. Me encontré con Marduck y lo saludé, en el sueño yo siempre estuve consciente de que él estaba muerto, lo primero que noté es que se veía muy pálido, algo así como amarillo. Me saludó y vio mi celular, al notar que lo traía agendado con su imponente voz y estilo me dijo. –Mike, todavía me traes agendado carnal. Ya déjame descansar. –De manera firme le contesté que no lo olvidaría. De pronto, él salió caminando por una calle y yo por la otra, el escenario fue en mi pueblo natal. Desperté con una sensación de asombro, el tono de su voz fue tal cual como él hablaba y gesticulaba. Desde ese día decidí dejar de hablar mucho de él en mis reuniones, me sentí tranquilo, no he vuelto a soñar con él, claro que sigo pensándolo y recordándolo, pero eso pasó hace como un año y ahora esta lectura me incitó a rememorar todo esto que estoy narrando, agregando que Proust realiza una reflexión mediante su protagonista que es reveladora y que ayuda mucho a ir aceptando la muerte como parte de la vida, diría yo que es un bello consuelo:
“En este sentido (y no es tan vago, tan falso en que se entiende generalmente) se puede decir que la muerte no es inútil, que el muerto sigue actuando sobre nosotros. Y hasta más que un vivo, porque como la verdadera realidad sólo el espíritu la discierne, como es objeto de una operación espiritual, no conocemos verdaderamente más que lo que nos vemos obligados a recrear con el pensamiento, lo que la vida de todos los días nos oculta…En fin, en ese culto de la añoranza de nuestros muertos, consagramos una idolatría a lo que ellos amaron. Mi madre no solo no podía separarse del bolso de mi abuela, más precioso ahora para ella que si hubiera sido de zafiros y diamantes, de su manguito, de todas aquellas prendas que acentuaban el parecido entre ellas dos, sino ni siquiera de los volúmenes de madame de Sévigné que mi abuela tenía siempre con ella ejemplares que mi madre no hubiera cambiado ni por el manuscrito mismo de las cartas. A veces le gastaba a mi abuela la broma de que no le había escrito una sola vez sin citar una frase de madame de Sévigné o de madame de Beausergent. En cada una de las tres cartas que recibí de mi madre antes de su llegada a Balbec me citó a madame de Sévigné, como si aquellas tres cartas no fueran escritas por ella para mí, sino por mi abuela para ella.”
La muerte como parte de la vida. ¿Qué implica? Implica no olvidar, atreverse a recordar porque con ese acto nuestros seres queridos siguen cerca de nosotros. No se trata vivir del pasado, y mucho menos de no aceptar la realidad física de la ausencia. Se trata de aceptar que la muerte es parte del proceso de la vida; que yo moriré, que tú morirás, y que esto nos obliga a trata de vivir, actuar, hacer, crear…, pero, esto incluye el pensar cómo van transcurriendo nuestras vidas, y en este pensar indudablemente aparecerán los seres cercanos y queridos que se nos han adelantado. Recordarlos es un acto de rebeldía ante la nada física asegurada, un acto de rebeldía ante la a veces absurda e insoslayable muerte, un acto de inconformidad…
Este es el tema central en el capítulo titulado: “Las intermitencias del corazón”. Un apartado compuesto sólo de cuarenta páginas, pero su lectura te induce a un amplio universo de reflexiones y te deja con enormes sensaciones, créanme que, en lo personal, la sensación es de aceptación ante el destino final, eso sí, mientras este no llegue aprovecharé el tiempo, particularmente el tiempo presente sin olvidarme del tiempo perdido, mejor dicho, el tiempo vivido. La historia continúa…
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