Pensar. Por Pedro Chavarría X. 17 V 23.
Pensar es una actividad cerebral, supuestamente la mejor que tenemos y la mejor que
conocemos de cierto en este mundo. Nos permite encontrar sentido a lo que nos rodea, es
decir, entender. Claro que estos términos (pensar, entender y otros similares) son difíciles de
captar en todo su potencial. Todos pensamos, lo sabemos hacer con diferentes grados de
efectividad.
Ahora nos topamos con tres conceptos relacionables a pensamiento y entendimiento:
eficacia, efectividad y eficiencia, que nos permiten categorizar diferentes actividades, de
modo que no basta con hacer las cosas, hay que hacerlas bien, pero este término puede ser
ambiguo. Se dice que una acción, o su resultado son eficaces si se logra realizar la tarea
propuesta o planeada. Cuando nos referimos a eficiencia introducimos otro parámetro que
nos permite precisar qué tan bien se ha hecho algo, según los recursos que hemos aplicado.
Eficaz: cumplió la misión. Eficiente: cumplió aplicando los menos recursos posibles.
Efectividad resulta de lograr eficacia y eficiencia. Así que no basta con lograr el resultado,
ni tampoco basta con emplear pocos recursos. Si se obtiene el producto previsto a costa de
grandes inversiones, el resultado no es del todo satisfactorio. Pensemos en un general que
logra tomar una posición enemiga, pero tiene un gran número de muertos entre sus filas. Será
más efectivo quien demostró eficacia (logro) y bajos costos (ahorro).
Con el pensar sucede algo similar: pensamiento eficaz logra resolver el problema, eficiente:
lo hace rápido y sin usar calculadoras, o lápiz, o papel u otros recursos. Entonces es más
efectivo quien resuelve problemas más rápido, suponiendo que el resultado es correcto. Una
persona normal requiere al menos lápiz y papel para resolver problemas aritméticos. Una
persona de alta inteligencia lo hace “a la memoria”, y a veces le toma muy poco tiempo. Así
vemos que hay cerebros más efectivos que otros, pues son capaces de resolver problemas
rápido y sin apoyos externos.
La efectividad cerebral parece residir en un conjunto de capacidades que se pueden poner en
juego simultáneamente de manera muy rápida. Veamos: multiplicar dos cantidades de tres
cifras cada una requiere para una persona normal multiplicar uno por uno y trasladar los
excesos de 9 a la siguiente columna a la izquierda, pero cuando pasamos a la siguiente etapa
lo más probable es que ya no podamos tener presente la cifra anterior. Por poner en juego la
siguiente operación hemos tenido que desatender la anterior. O mantenemos la memoria de
la cifra previa, o realizamos la siguiente operación. Eso es lo normal.
Como consecuencia de lo anterior, o nos equivocamos más (baja eficacia) o nos tardamos
más y usamos lápiz y papel (baja eficiencia). Aún no entendemos qué es pensar ni cómo lo
hacen los “genios”. Cuentan de un muchacho al que llamaban el “matemágico”, capaz de
resolver larguísimas cuentas, con todo tipo de operaciones, apenas terminaban de dictarle las
cifras y cálculos a realizar. Cuando le preguntaron cómo podía hacer las operaciones tan
rápido, contestó: “¿cuáles operaciones? Yo solo veo el resultado y se los digo.”. El caso es
que algo sucede en el cerebro de las personas cuando piensan.
Quizá podríamos empezar por decir que pensar abarca una primera etapa de procesamiento
que consiste en grabar la información básica, al menos en la memoria de corto plazo. Luego
esta información es entrelazada con sus diferentes componentes y ubicaciones en el cerebro,
según el órgano de los sentidos (vista, tacto, oído, gusto, olfato) por el cual entró la
información que se ha grabado. Este cruce de información se conjunta de alguna manera un
tanto misteriosa aún y de ello se obtiene una conclusión. Es como poner ante nuestra vista un
conjunto de fotografías y entonces encontramos un patrón entre ellas.
Cuando podemos relacionar datos diversos en un todo “de trabajo” somos capaces de
encontrar similitudes y diferencias. Si las ponemos todas juntas al mismo tiempo resaltan
coincidencias y diferencias. Detrás de estas impresiones hay toda una historia de eventos
pasados que nos capacitan para comparar. Finalmente, de esta conjunción y comparación
emerge nueva información, procesada por nosotros.
Así tenemos datos de los sentidos, más datos de conjunción de los anteriores y finalmente
datos internos comparativos. Entre estos procesos de captar-conjuntar-comparar se encuentra
la capacidad de pensar y entender eventos externos aparentemente inconexos y que nosotros
asociamos e manera más o menos estándar, pues aunque todos contamos con estructuras y
funciones cerebrales equivalentes, ni son iguales de origen, ni se desarrollan de la misma
manera, pues esto depende de muchos factores, desde la herencia, alimentación,
enfermedades parecidas y eventos educativos y sociales.
La clave me parece que se encuentra en conjuntar. Obviamente es necesario captar y
almacenar temporalmente los datos externos, así como encontrar diferencias-similitudes.
Estos dos procesos se entrecruzan justamente en la conjunción de información, la cual
depende de rutas y redes neuronales únicas para cada individuo, ya que dependen de
múltiples factores y sería muy poco probable que se repitieran. Esto equivale a que le
pregunten a alguien por las diferencias entre dos fotografías, pero en una el paisaje se captó
incompleto, o bien, de entre varias fotografías algunas se mandaron por correo postal y otras
por vía informática, de modo que no están todas disponibles en el momento de la
comparación.
Si mandamos a una persona a un lugar siguiendo cierta ruta y otra por vías diferentes,
obviamente no llegarán al mismo tiempo y se perderá parte de la conjunción de los datos que
cada persona aportaría. Entre más neuronas y mejor intercomunicadas estén, más rápido
llegará la información a un centro de procesamiento para trabajar con ella. Si algunos datos
no llegan, las conclusiones serán de menor alcance y se pensará de esa persona que no es tan
inteligente, es decir, menos efectiva.
La confluencia de información es vital, pues permite dibujar el cuadro “completo” de una
situación de interés. Obviamente, el término “completo” es siempre relativo. No se ve el
mismo cielo nocturno estrellado a simple vista que con un telescopio y tampoco con un gran
telescopio situado en un observatorio, o mejor aún: en el espacio fuera de la atmósfera, de
modo que lo “completo” de la información depende de los medios que se tengan para
captarla. Entre más piezas de mecano tengamos, más complejo podrá ser el artefacto que
armemos. De ahí que la capacidad de observación sea crítica: quien mejor observa, más
información (datos) posee.
Tras reunir todos los datos disponibles viene la tercera etapa: detectar/comparar. En este
punto se logran varios resultados, al menos cuatro. A saber: presencia de un dato; lo podemos
caracterizar (tamaño, forma, color, etc.), pero no lo relacionamos con ningún otro. Podemos
también detectar ausencias, lo cual depende de nuestros recuerdos y antecedentes. Así
sabemos si algo puede o no formar parte de la conclusión. En tercer lugar podemos poner
juntos (conjunción) dos datos, o más, y al compararlos decidir si ambos pueden ser correctos
o se pueden agrupar por su similitud. En cuarto lugar podemos comparar y decidir que solo
uno, o unos, pueden ser correctos, o empleados, de modo que un elemento será excluido,
como cuando nos dicen “¿café, o té?”, que es muy diferente a “café y té”.
Con estas cuatro posibilidades que surgen tras presentar o comparar podemos obtener muy
valiosas conclusiones. Cada una de estas tomará un camino diferente, con lo que llegaría a
diferentes centros cerebrales que ejecutan acciones y se manifiestan como una conducta
determinada, lo que hace evidente que se tomó una decisión. Parece una explicación muy
simplista, sin embargo, cuando participan millones de datos (piense cuántos datos conjunta
la figura de una persona, o de una casa) y millones de neuronas que se interconectan con
muchas otras a través de cableado muy fino, abundante y redundante, resulta una complejidad
asombrosa, más allá de nuestra capacidad de imaginar y comprender.
Veamos una pequeña muestra de complejidad. Nuestro cerebro tiene unas cien mil millones
de neuronas (tantas como estrellas tiene la Vía Láctea, o más, que es la galaxia en que
vivimos). Cada neurona recibe unos 50,000 cables provenientes de otras tantas neuronas
situadas en diferentes partes del cerebro, cada una con funciones diferentes, es decir, envían
ciertas señales cuando reciben con sus 50,000 prolongaciones, otros tipos específicos de
señales. Y si calculamos solo dos posibles estados para una neurona –prendida o apagada, es
decir, enviando señales eléctricas, o permaneciendo en silencio-, la cuenta se sale de toda
posibilidad de comprensión: 100,000,000,000 x 50,000 x 2 = número de posibles estados
cerebrales/mentales, que resulta ¡superior al número de átomos calculados en todo el
universo!
Con tal complejidad es fácil darse cuenta de la maravilla que traemos dentro de la cabeza
todos y cada uno de nosotros. A veces no funciona del todo bien, a veces desarrolla caminos
y conexiones aberrantes y obtiene conclusiones irreales –esquizofrenia-. A veces desarrolla
zonas que se activan fuera de control y armonía y ocasiona convulsiones –epilepsia-. A veces
desarrolla poblaciones de células que se multiplican fuera del programa que nos hace estar
sanos –tumores-. En otras ocasiones sufre zonas de muerte neuronal y se pierden capacidades
-infarto cerebral-.
Y con todo y eso es la estructura más compleja conocida en el universo. No cantemos victoria
porque en cualquier momento nos enteramos que hay otros cerebros mucho más avanzados
que el nuestro en algún planeta tan perdido como el nuestro en este inmenso universo en que
vivimos.
Obviamente, en este corto espacio solo podemos dar una revisión muy somera de la verdadera
complejidad cerebral. Usémosla y no dejemos que ChatGPT, Bard, Bing y otros nos
sustituyan, pensemos nosotros y dejemos que ellos hagan los rápidos cálculos que nosotros
no podemos.