TIERRA DE BABEL
Jorge Arturo Rodríguez
Para tener dulces sueños
“Las ‘corcholatas’ están desatadas y chútatelas ahora”, me dice mi amigo el taxista, Crisóforo, mientras me lleva a la central de autobuses. “Y ya sabe, patrón, sólo una será destapada, y las otras o los otros, saldrán como tapón de sidra. Es la misma gata pero revolcada, como solemos decir, pero a mí lo que me da tristeza es que la gente no piense y se deje llevar por migajas, claro, cada quien le echa ganas pa’ ganarse la chuleta, ¿o no mi patrón?” Siento que mi amigo Crisóforo anda encabronado, le mete el acelerador a la carcacha.
Se detiene en el semáforo en rojo y me dice: “Por cierto, patroncito, creo que sí sabe que el 12 de junio es Día Mundial contra el Trabajo Infantil, pero no entiendo porque cada vez veo más chamaquitas y chamaquitos en la calle trabajando en lo que pueden o en lo que les obligan o esclavizan, vaya usted a saber, ya no sabemos si realmente sufren de pobreza u otra cosa”. Como corroborando lo que acaba de decir mi amigo Crisóforo, unos niños se acercan a la ventanilla trasera del auto y me ofrecen chicles, dulces, galletas, cigarrillos y un chingo de pendejadillas que, hay que aceptarlo, consumimos muchos mexicanos. No hay para más, caray.
Hace una semana el Senado de la República reveló que en México 3.2 millones menores de edad se encuentran en situación de trabajo infantil, de los cuales dos millones lo hacen en ocupación no permitida, mientras que 1.2 millones realizan quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas. Y detalló que 463 mil menores realizan actividades peligrosas y trabajan más de 36 horas a la semana.
El estudio afirma que Oaxaca tiene el porcentaje más alto; en números absolutos lo superan Puebla y Estado de México. Chiapas, Veracruz, Michoacán, Jalisco y Guanajuato registraron más de 100 mil niños, niñas y adolescentes trabajadores. ¡Madres! ¿Cuánto tiempo más necesitamos, es decir, cuántos sexenios más necesitamos para desterrar la pobreza, las desigualdades y el embobamiento de un mundo feliz?
No le contesto, hemos llegado a mi destino, le pago y le digo: “Cuídese Crisóforo, hasta luego”. En el autobús rumbo a Puebla, me adormezco y se me viene a la memoria la pregunta que escuché algún día: “¿Por qué algunos niños ponen azúcar debajo de la almohada? Para tener dulces sueños.”
“¡Qué pinche mundo!”, pienso. Y me quedo dormido.
Los días y los temas
Para variar, el Inegi informa que “la forma de vestir, el peso y la estatura son los elementos por los que los mexicanos se sienten más discriminados en el país, algo que se agudiza por factores como el tono de piel, la pertenencia a una comunidad indígena o el ser migrante.”
Agrega: “En 2022, 23.7% de pobladores del país reportaron experimentar algún acto de discriminación en su contra, un aumento respecto al 2017, donde la prevalencia fue de 20.2%.”
¡México lindo y querido! Ya lo han dicho: ¡México lindo y qué herido! Pero vendrán sexenios mejores, ya lo verán.
De cinismo y anexas
Vaya, la dicha de la niñez, aunque no siempre, ni la dicha ni la niñez. En fin, mientras les dejo lo siguiente.
-¿Qué le dice un techo a otro?
-Techo de menos.
***
El profesor le pregunta a Jaimito:
-¿Cómo suena la M con la A?
-Ma.
-Muy bien. Y si le colocas una tilde, ¿cómo suena?
-Matilde.
***
Va un niño pequeño por la calle, perdido, y se dirige a un guardia para pedirle información sobre sus padres:
-Oiga señor, ¿no habrá visto usted a una señora sin un niño como yo?
***
Dos niños charlan tras un examen:
-¿Qué tal te ha salido?
– Fatal, lo he dejado en blanco. ¿Y a ti?
-¡A mí igual! ¡Van a pensar que nos hemos copiado!
Hasta la próxima.