Fatalismos y extrañas coincidencias
Marco Aurelio González Gama
Soy enemigo de proscatinar, cuando me dedico a escribir y me siento a darle a la pluma, pocas veces o casi nunca me detengo. No pospongo esa tarea porque, haciendo a un lado el hecho de que escribir es un placer, la vocación del escribiente por la pluma es irreductiblemente natural y, además, mantiene mi mente pensante y vivo a la vez, lo primero, por supuesto. En estos largos días en los que he dejado de publicar, muchos sucesos han ocurrido en México. Sin la menor duda, la inesperada irrupción de Xóchitl en el escenario sucesorio ha acaparado reflectores, junto con la muerte de Porfirio Muñoz Ledo, ya iremos comentando poco a poco sobre estos acontecimientos. Mientras tanto voy a recuperar unos hechos sucedidos en días pasados que me tienen en la más completa perplejidad, no acabo de salir del pasmo que me han provocado. A ver qué les parece el tema con el que quiero distraerlos hoy, se trata de las fatalidades. ¡Qué tema! No me cabe la menor duda de que la ciencia me define como ser humano. Creo en la evidencia científica y empírica, en la epistemología entendido este concepto como el estudio científico (análisis) que abarca las más diversas variables sobre un fenómeno en particular tratadas de manera objetiva, racional, veraz, metodológica, teórica, hipotética y con evidencias reales y tangibles. En ese marco teórico y empírico de estudio de las cosas, no tengo ningún problema, no hay lugar para dilemas, por lo tanto, me es difícil creer en fatalidades, aquellas que llaman del destino, por ejemplo. Por supuesto que hay plazos fatales, impostergables como los que fija cualquier contrato, pero eso es otra cosa, es terreno del derecho, civil o mercantil, entre otros. Lo que me tiene azorado, y que no me alcanzo a explicar —aquí ya he tratado esas coincidencias anteriormente—, porque me niego a creer en fatalidades (Nostradamus y sus profecías y la mitología maya del fin del mundo para mí son eso precisamente, mitos) es, cómo, en un corto y determinado tiempo ha sido posible que coincidieran en su muerte tres personalidades relevantes de la televisión y de la comunicación en México, me refiero a las de Ricardo Rocha, Talina Fernández y Jorge Berry. Sí, estamos de acuerdo, todos los días se muere la gente menos pensada, pero para mi mente y mi intelecto, poco o mucho este último, que en buena medida se fraguó a la luz —obscuridad si se quiere—de la pantalla chica, ha sido una fuente de conocimiento, para bien o para mal, la coincidencia en la muerte de estas tres personalidades de la televisión de antaño es un hecho inusitado, por no decir que increíble. Ni modo, Sartori dixit, confieso que soy y he sido un Homo Videns (Celularis ahora), al menos me queda decir que no me ha embrutecido, o al menos eso cree el escribiente. Pero volviendo al tema de figuras tan familiares y entrañables como Rocha, Talina y Berry, qué coincidencias, ¿o fatalidades?, se han dado con su muerte. A los tres de alguna manera los traté. El primero encabezó una gira por varios puntos del estado en donde se presentaron, de manera audiovisual, los principales logros del gobierno de Dante Delgado al final de sus cuatro años de gestión. Si no mal recuerdo, Ricardo Rocha fue el productor y quien se encargó de la manufactura del audiovisual. Un trabajo muy bien hecho, con profesionalismo y calidad. A Talina tuve la oportunidad de saludarla de manera breve cuando con el que fue su esposo, Alejandro Carrillo Castro, estuvo en Xalapa para la presentación de un libro que, según recuerdo, escribieron al alimón, ya no recuerdo el tema. Los trajo Juan Antonio Nemi, y la presentación fue en el auditorio del Ágora de la ciudad. La presentación del libro fue una divertida y agradable clase de elocuencia, la pareja estaba como ni mandada a hacer para ese tipo de presentaciones, además, Alejandro, que fue el padre de la Reforma Administrativa del gobierno de José López Portillo, tiene uno de los mejores libros que se han escrito sobre la industria paraestatal y empresas públicas (organismos públicos descentralizados) que escribió junto al doctor Sergio García Ramírez. Es un libro obligado para quienes estudian de manera profesional Administración Pública. Bueno, y Talina era una personalidad muy impactante por su belleza y prestancia. Y de Jorge Berry, a quien no conocí de manera personal, pero si tuve la oportunidad de mantener durante un tiempo un intercambio epistolar con él a través de correo electrónico, junto con otros analistas y periodistas como Federico Arreola, Sergio Sarmiento, Rubén Aguilar Valenzuela y Sergio Aguayo, pues supe muchas anécdotas de su labor periodística en las épocas que trabajó para Televisa, todas por un amigo muy querido que formó parte de su equipo de reporteros en el noticiero matutino del Canal 2 cuando Berry lo dirigía. Mi cuate era un interlocutor válido porque mantenía una comunicación permanente con Jorge. Interesantes las anécdotas que contaba, por ejemplo, de las juntas de trabajo que el equipo de noticieros de la televisora del Ajusco tenía a diario con Emilio El Tigre Azcárraga (cuando entraba a la sala de juntas y todos lo estaban esperando, de inmediato se ponían de pie y se sentaban hasta que él lo hacía, en el transcurso de la junta si por alguna razón El Tigre se volvía a poner de pie, todos, en automático y casi marcialmente también lo hacían y se sentaban hasta que el «jefe pluma blanca» se sentaba, y así los traía en las 3 o 4 horas que duraba la junta). Berry fue un gran cronista de fútbol americano en los años 80 junto a Fernando Von Rossum y Roberto Keoseyán, últimamente hacía análisis de la política norteamericana en El Financiero televisión. Qué fatales coincidencias ve uno en la vida, fatalidades que ni desde el terreno filosófico y ontológico me las logro explicar.
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