Leer… por Pedro Chavarría Xicoténcatl. 6 IX 23.
En la historia de la humanidad se presenta notablemente una capacidad mental diferente y
transformadora: escribir. Iniciando con las primeras pinturas rupestres conocidas: manos,
animales y escenas de la vida diaria. Pero esta es solo una primera parte: se ha emitido un
mensaje. Falta que llegue a otro. Aquí entra la segunda parte: lectura. Desde la contemplación
de una pintura en las rocas hasta la lectura actual, expresada en diferentes lenguajes (gráfico,
matemático, ideográfico, etc.) e idiomas, lo que implica el esfuerzo de traducción.
Escritura sin lectura no tiene sentido. Lectura sin escritura, tampoco. Es decir, aspiramos a
que los lectores se conviertan eventualmente en escritores, así se establece una actividad
circular virtuosa. Leer mensajes debe llevar a generar mensajes que alcancen a más lectores.
El ser humano es un ente social, solo en sociedad se hace verdaderamente hombre. Más allá
de absurdos lenguajes pseudoinclusivos. La palabra hombre se refiere al género humano. El
hombre piensa, plasma sus pensamientos en imágenes (pictogramas, gráficas, palabras), es
capaz de captar esas imágenes-mensajes y contestar.
Todo esto resalta la importancia de la lectura. Ya hemos dicho las dificultades que hoy
enfrenta sentarse frente a una hoja de papel escrita, o su equivalente electrónico. Los medios
de comunicación actuales producen muchos contenidos, y no siempre de la mejor calidad,
pero sí con mejor presentación: colores, imágenes, movimiento, sonido y toda clase de
transformaciones y efectos especiales que superan ampliamente en impacto a la letra impresa,
por ello es más fácil ver videos que leer textos. Pero por diversas razones, entre ellas las
económicas y de mercado, los mensajes llevan un sesgo importante, privilegiando el
entretenimiento sobre la transmisión de conocimientos y reflexiones.
Así que leer es ahora más complicado. Si pensamos en la época de escrituras primitivas,
rupestres y en tablillas de barro, o hasta pergaminos, la proporción de personas capaces de
leer era ínfima. Para cuando aparecieron libros propiamente dichos la dificultad principal era
tener uno, pues eran escasos y caros, tan solo recordemos la época de los monjes copistas. El
gran logro de la imprenta contribuyó notablemente a la difusión de la lectura, pero estaba
fuera del alcance de muchísimos bolsillos.
Las impresiones masivas y baratas contribuyeron a difundir las ideas a todos los rincones del
mundo, tanto con obras originales, como con traducciones a muchos idiomas distintos.
Durante un tiempo el libro no tuvo competencia, pero en cuanto apareció la televisión el
conflicto creció rápidamente. Lo importante fue, y sigue siendo, capturar televidentes a los
cuales venderles ideas y mercancías de todo tipo, intercalando entre los “mensajes de los
patrocinadores” algunas historias de baja calidad en forma de telenovelas, que ocupaban toda
la tarde de muchas personas, impidiéndoles hacer algo más y alejando sus pensamientos de
los temas importantes. La televisión se volvió un escaparate electrónico de ventas.
Entretener, distraer e inducir actividades comerciales fueron los objetivos principales.
Telenovelas, programas musicales, reality shows y otros distractores nos han mantenido
alejados de la lectura. Ahora vivimos una época poslibro, así como vivimos una época
poscomputacional. Los gráficos originales (letras) se han enriquecido en apariencia, no
necesariamente en contenido, y dominan los gustos y apetencias de millones de personas, en
especial los jóvenes, quienes crecen sin desarrollar habilidades lectoras, que no son tan fáciles
de adquirir, pero que brindan las mayores oportunidades de desarrollo. Se adquieren en su
lugar otras habilidades: dominio de dispositivos electrónicos, búsqueda de información, de
desarrollo y presentación de imágenes y sonidos, todo tipo de transformaciones, fusiones y
fragmentaciones, enfocadas básicamente en el impacto visual y auditivo, pero sin respaldo
científico ni cultural.
Los usuarios de medios electrónicos saben presentar, manipular y distribuir pseudomensajes.
El problema es ese: saben lanzar mensajes, pero no saben qué transmitir, es decir qué nos
conviene: ¿entretenernos-distraernos, o desarrollarnos? La manera más rápida de ganar
dinero y fama es la distracción. De ahí el gran éxito de raperos, tiktokeros, youtubers,
extuiteros (¿ahora x-eros?), usuarios de instagram, whatsapp, telegram, face book y otros. Si
bien es cierto que hay productos muy rescatables, la mayoría no aportan nada útil, solo pasar
el tiempo sintiéndose bien, estimulando imitadores, creativos o no, pero sin un objetivo de
desarrollo personal.
Ahora cualquier mamarracho iletrado aspira a tener seguidores y volverse influencer. ¿En
qué pretenden influir si no han adquirido nada valioso, como no sea cierta audacia y
creatividad descaminada? ¿A dónde pretenden guiar a sus seguidores?. Entretenimiento y
distracción, cuando no enajenación que nos malprepara para enfrentar los problemas de
verdadero impacto. Cualquiera con audacia y preparación en manipulación tecnológica de
corto alcance puede hacerse oír. ¿Para qué? ¿Qué tienes que ofrecer? Vemos políticos que
no tienen sustento sólido y compiten por altos puestos, a sabiendas de que buscan solo el
poder y no tienen nada que ofrecer que mejore realmente nuestras vidas. ¿Recuerdan un
destacado político que no supo citar tres libros importantes en su vida? Y fue un máximo
influener, con mucho poder, que guió nuestros destinos nacionales durante seis años. Para no
decir nada del actual dirigente y sus subalternos.
La famosísima y prestigiadísima Universidad de Cambridge publica un artículo donde
destaca la importancia de inducir la lectura en niños pequeños, de entre 2 y 9 años,
obviamente con textos adecuados para su edad. Recomiendan alrededor de 12hs por semana,
es decir, aproximadamente 2hs al día o poco menos, de modo que los niños adquieran ese
gusto, o sea, deriven placer de esa actividad. Una vez adquirida la costumbre y el gusto lo
más probable es que la persona siga leyendo el resto de su vida. Pero no se trata de leer para
obtener información como cuando leemos textos académicos en la escuela, estos son
importantes, desde luego, pero la lectura de literatura es algo diferente. Debe ser fuente de
placer, como puede ser el deporte, el baile, la música, las reuniones sociales y otras
actividades.
La utilidad de leer literatura va más allá del placer, pues los investigadores compararon dos
grupos humanos: adolescentes que habían empezado a leer tempranamente contra otros que
no lo habían hecho. Los lectores precoces mostraron mayor rendimiento académico y más
estabilidad emocional, con menos estrés y problemas con la autoridad, cosas que son muy
frecuentes en la adolescencia, de modo que resultan ser personas más felices. Y no es que
hubieran aprendido estos conocimientos, aptitudes y actitudes leyendo manuales sobre estos
temas. Vivir las aventuras y vivencias de todo tipo de personajes les fue forjando el carácter,
de modo que ante las circunstancias de sus propias vidas pudieron apelar a diferentes modelos
de reacción que habían conocido a través de la literatura: cuentos, novelas, obras de teatro,
poesías. Ficciones y obras con algún trasfondo histórico. Al tiempo que se viven las
vicisitudes de los personajes vamos aprendiendo cómo reaccionaron, qué consecuencias
tuvieron sus decisiones, cuáles fueron sus motivos y cómo lidiaron con los obstáculos. De
entre tantos personajes e historias bien podremos encontrar modelos que nos parezcan
inspiradores.
Muchos de nosotros no tenemos oportunidad de vivir circunstancias formadoras, o nos
enfrentamos a una adversidad apabullante, o a una monotonía mortal, pero la literatura nos
da la oportunidad de vivir otras vidas, como si hubiéramos estado ahí, comparar nuestras
reacciones y pensamientos y sacar conclusiones. Podemos experimentar poniéndonos dentro
e los diversos personajes sin peligro alguno, ni cargos de conciencia y en cualquier momento
podemos dar marcha atrás y encarnar un nuevo personaje. Más que de leer, se trata de vivir
vidas prestadas y luego encauzar las nuestras. No tenemos que vivir realmente historias
formativas ni sufrir en carne propia aquello por lo que pasan los personajes.
Si nuestra vida no nos permite aprender, para eso está la literatura, de otro modo, como dice
el cuento popular: si solo tienes un martillo en la mano, o si tomaste el curso de martillo, a
todo le ves cara de clavo. Para eso están los relatos, cuentos, novelas y demás, para que tengas
una variedad de herramientas. Entre más leas, más mundo conocerás sin tener que viajar. Y
si puedes hacer viajes, sabrás a dónde ir y en lugar de ver por primera vez, reconocerás y
ajustarás tus imágenes mentales que la literatura te dio en su momento. Obviamente necesitas
buenas lecturas. “Lágrimas y risas”, “Susy, secretos del corazón”, “El libro vaquero” y tantos
otros son solo literatura chatarra, será como comer frituras de harina en lugar de verdaderos
alimentos. Aquí es donde entra en juego la guía de nuestros padres y maestros. Cuando vayas
conociendo autores podrás elegir.
Los efectos de la lectura precoz se reflejaron cuantitativamente: en estudios de imágenes
cerebrales se encontraron áreas más grandes y de mayor volumen en zonas relacionadas con
el aprendizaje, la toma de decisiones, aprendizaje verbal, desarrollo del lenguaje y
competencia académica. Leer forja mejores cerebros, pues aún cuando todos tenemos el
mismo tipo de cerebro, no todos tenemos cerebros iguales. Indudablemente algunos son más
desarrollados que otros, más capaces de entender el mundo, de planear la propia vida y de
ser felices. Obviamente no hay garantías, pero nuestras posibilidades de desarrollo cerebral
aumentan con la lectura por placer. El desarrollo toma años. Quienes empezaron desde niños
pequeños ya tienen trecho avanzado, pero cualquiera puede ponerse al día en cualquier
momento, al menos antes de que aparezcan enfermedades cerebrales degenerativas.
Usemos el cerebro intensamente mientras nos funciona bien, que ya la edad y otras
circunstancias nos irán mermando, y aun así tendremos mejores cerebros, capaces de resistir
la decrepitud. La lectura por placer es un recurso valioso y divertido.