Resultados, no procesos. Pedro Chavarría
Ahora que vemos las Olimpiadas por televisión, asistimos al gran espectáculo que nos
brindan muchos superdotados que se desenvuelven con gran naturalidad y realizan proezas
como si fuera cosa fácil. Se antoja poder emularlos y realizar también esos saltos,
contorsiones y carreras. Lo mismo nos pasa cuando vemos a grandes músicos y escuchamos
los sonidos maravillosos que producen, al parecer sin esfuerzo. Igual nos maravilla la fluidez
con que grandes escritores nos narran diversos episodios. Podría continuar citando el trabajo
de abogados, ingenieros, médicos y muchos otros profesionales que han alcanzado
notoriedad por sus logros.
Muchos querríamos tener esos logros y gozar del reconocimiento y ganancias de estos
destacados representantes de muy diversas áreas de las actividades humanas. Indudablemente
que deslumbra ver el desempeño y los logros de estos grandes personajes. Destacados
futbolistas, o basketbolistas, o tenistas que ganan millones y millones de dólares por impulsar
una pelota. Todo parece fácil hasta que empuñamos una raqueta o pateamos un balón. El
resultado no es el mismo, es decir, los resultados son otros. ¿Por qué? Se ve muy fácil. A
veces uno de los jugadores, por ejemplo, de basketbol ni se ve tan alto… cuando está junto a
sus compañeros, pero resulta que ese “chaparrón” mide más de 1,85m.
Pero muchos sujetos altos, fuertes y musculosos no logran el desempeño anhelado, así que el
físico no parece bastar. Algunas grandes estrellas del deporte no destacan por su gran tamaño,
sino por su habilidad. Igual, cientos de estudiantes ingresan a diferentes carreras
universitarias y no todos tienen ni siquiera un éxito mediano, no digamos ya un logro
destacado y no es que tengan deficiencia intelectual. ¿Qué pasa?
Pues pasa que estamos viendo los resultados de los exitosos, pero no tomamos en cuenta el
proceso que les permitió llegar hasta allá. Las habilidades observadas y que tanta envidia
causan no son consecuencia del destino de esas personas. Quizá tendemos a pensar que ellos
encontraron algo en lo que resultaron ser muy buenos y por eso llegaron a donde están,
porque supieron encontrar su habilidad innata para algo. Como si un buen día de la noche a
la mañana hubieran tomado una guitarra y la hubieran tocado magistralmente gracias a sus
dotes ocultas de nacimiento. Un buen día patearon un balón y se alojó en la portería sacando
astillas de una esquina del marco.
Quisiéramos creer que así sucede, sobre todo cuando no tenemos experiencia de primera
mano en el área. Pongámonos a patear balones, o a lanzar pelotas, o a tocar pianos, o diseñar
o construir rascacielos, o ganar grandes dividendos en la bolsa, o a operar corazones, o
escribir grandes novelas… La lista es realmente interminable, y ya podría estar nuestro
aspirante intentando fallidamente nuevas y nuevas opciones, con la esperanza de encontrar
lo suyo. Alguna habilidad o capacidad habrá de tener que lo haga caer en lo que finalmente
se revele como lo verdaderamente suyo.
La triste realidad es que, por descabellado que parezca, sí hay personas que creen eso, de
modo que se embarcan en diferentes empresas, para abandonarlas al poco, aduciendo: “Eso
no era lo mío…” y se van a buscar en otro lado, con lo cual consumen años de su vida. Quizá
muchos hemos conocido compañeros de carrera que intentaron y desistieron en varias
licenciaturas y, o desertaron de la universidad o acabaron en una carrera totalmente diferente
y tras varios años perdidos en otras. Y cuando se tuvieron que cambiar de carrera, o de
trabajo, o de deporte, o de pareja, dijeron justamente: “No era lo mío”.
Cabe preguntarse: ¿qué esperaban? ¿Resultados sin procesos? Lo que salta a la vista para el
ingenuo, son os resultados, pero no ven el larguísimo proceso que hay detrás. Por cada gol
marcado hay un millón de patadas infructuosas y tras cada novela deslumbrante hay miles y
miles de páginas escritas. Cuentan la anécdota de un gran violoncellista al que le dijeron que
era un genio, ante lo cual respondió de inmediato: “¡No me diga Ud eso! He pasado
incontables horas de estudio y trabajo para lograr este nivel de ejecución”. Y así con todas
las gimnastas olímpicas, bateadores de home run, escritores de éxito y cirujanos de renombre.
Se requiere todo un largo proceso, un proceso que puede tomar toda una vida para llegar a
tener resultados destacados. Pero mucha gente quiere el resultado sin el proceso. En el
99,99% de los casos, no se puede. El desempeño viene del estudio y de la práctica. De otro
modo, te puedes pasar muchas vidas buscando sin encontrar, así que la única solución al
alcance de los mortales normales, es elegir algo que realmente nos guste y dedicarle mucho
tiempo hasta lograr dominar el arte implicado, sea patear balones, oprimir teclas, embarrar
pintura o abrir cabezas.
Si se vale valorar procesos y luego decidir si estamos dispuestos a repetirlos una y otra vez,
con todos los dolores y obstáculos que hay que pasar antes de lograr destacar. Eso hacemos
muchos cuando escogemos nuestro destino en la vida: ¿estás dispuesto a perseverar y
aguantar el largo camino que tienes por delante? Se vale renunciar a embarcarnos en la
empresa y buscar otra que sí estemos dispuestos a afrontar, sabiendo que si no quieres
cumplir los procesos, con ello renuncias a los resultados destacados que podrían conllevar
fama y fortuna.
Lo que no se vale es buscar el resultado sin estar dispuesto a desarrollar el proceso asociado.
Hay que saber de qué se trata el camino antes de empezarlo. Lo ideal es empezar un camino
que sabemos que nos gusta, por lo cual estamos dispuestos a sacrificar tiempo y recursos.
Porque no se puede todo a la vez. Los grandes logros requieren dedicación, es decir,
seleccionar, eliminar, dejar solo lo que realmente estamos dispuestos a seguir, bajo la premisa
de que tendremos que sacrificar no pocas cosas. En primer lugar, tiempo para uno mismo. El
objetivo seleccionado suele llevarse mucho de eso, de modo que si no nos gusta, es mejor no
seguir. Si lo que consideramos lo nuestro es la diversión y el entretenimiento, será difícil
sacrificarlo en aras de un posible resultado lejano.
De joven practicaba arios deportes. Entre ellos fut bol. Jugaba como portero. Un entrenador
me vio y me dijo que jugaba bien, que tenía buenas fortalezas, pero también algunas
debilidades que podrían pulirse con entrenamiento adecuado y me recomendó con un amigo
suyo que entrenaba porteros. Asistí, pero no me quedaron muchas ganas de continuar. Yo era
capaz de lanzarme tras el balón, con el ansia de atajar el tiro, pero cuando me pusieron a
lanzarme una y otra vez, por sistema, me di cuenta que no quería seguir el proceso, y con ello
renunciaba a los resultados glamorosos de verme un día en selección nacional, o algo así.
Seguiría jugando por puro amor al deporte, al nivel en que estaba, con mis capacidades y
limitaciones, porque yo quería otra cosa.
Cuando sí llegué a lo que quería, ya no hubo vuelta atrás: estaba muy motivado, le dediqué
más de lo que hubiera dedicado al deporte, días y noches sin dormir con tal de lograr mi
sueño. ¿Hasta dónde quería llegar? Ya se iría viendo. Somos personas y tampoco resulta muy
sano dedicarse a una sola cosa y cancelar todo lo demás, así que dejé abierta esa puerta y
legado el momento decidí no seguir, pues el precio ya me parecía muy alto y tenía otros
intereses y motivaciones. No me salí del todo: alcanzado cierto nivel, como en el futbol, seguí
jugando a mi nivel y aquí estoy todavía, escribiendo estas líneas, sin ser escritor de tiempo
completo, pero después de 68 años, tengo algunas experiencias que compartir con quienes
hacen el favor de publicarme y leerme, lo cual agradezco cumplidamente a ambas partes:
editores y lectores.
He visto muchos estudiantes desperdiciar tristemente su tiempo, y el de sus padres, que les
costean estudios, pero sin que haya verdadero compromiso. Van acaso con la mira puesta en
el título, tanto el documento, como el apelativo que los distinguirá; acaso ni eso, pero lo
cierto es que el título que les conceda la gente, sea licenciado, arquitecto, ingeniero, médico,
o maestro, solo será un apelativo hueco. No tendrán cumplido el proceso, más allá de la
formalidad, pero no de la formación.
El tiempo de estudiante es tiempo de procesos, hay que vivirlos realmente, para lograr los
resultados anhelados. Espero que todos aquellos inscritos en algún Plan de Estudios, de
cualquier nivel, se sumerjan en el proceso y se esfuercen y no naden solo de “a muertito” y
al final digan: “No era lo mío. Le medio dediqué arios años de mi vida y los recursos de mis
padres, pero no me gustó” Antes de entrarle, los verdaderos estudiantes eligen lo que
realmente les gusta y hacen un compromiso consigo mismos, con su padre y con su país, para
poner todo su empeño en salir adelante con los más altos niveles de aprovechamiento, para
que los resultados les ganen reconocimiento, bienestar social, familiar y económico. Para que
en un futuro, bastante cercano y competido, por cierto, puedan sentir que valió la pena.
Son solo alrededor de unos 5 a 7 años para sustentar toda una vida de servicios a los demás
y con ello formar el andamiaje por el cual avanzarán sus hijos y nietos. Cada año de estudio
bien aprovechado sustenta unos siete años de trabajo remunerado, que permite invertir en el
futuro de la familia, porque prácticamente nadie vive solo para sí mismo. Nuestros hijos
habrán de aprovechar lo que hoy construimos y ya les llegará su turno de hacer lo propio. La
realidad es que una vida suele ser insuficiente para alcanzar logros importantes y se requieren
dos o tres generaciones que vayan llegando cada vez más lejos. Cada uno de nosotros es uno
o varios peldaños de una escalera más grande que otros, hijos y prójimos, continuarán
construyendo al tiempo que ascienden.
Los triunfadores de hoy van parados sobre hombros de gigantes –si se me permite el plagio y a veces de no tan gigantes, pero de todos modos vamos a hombros de nuestros predecesores.
Buenos, regulares o malos, así nos tocó, seamos ahora comprometidos y dignos apoyos.
Pongamos los hombros bien firmes. Para eso hay que escoger con cuidado los procesos con
los cuales nos vamos a comprometer.