Las propiedades de las enfermedades. Pedro Chavarría. 5 VIII 214.

El estudio de las enfermedades es un tema central en todos los Planes de Estudio de las
carreras de medicina, al menos medicina humana, aunque sospecho que también medicina
veterinaria. Al respecto hay que decir ´prontamente dos cosas: no existe una enfermedad y
mucho se ha dicho que deberíamos centrarnos más en la salud que en la enfermedad. Así que
iniciaré por aquí.
En alguna época de la historia de la medicina, ya perdida en la noche de los tiempos, se
pensaba que existía una sola cosa llamada “enfermedad” y que afectaba a todas las personas
por igual, aunque las manifestaciones, o signos y síntomas pudieran variar de persona a
persona. Todo aquel que enfermaba estaba poseído por una especie de maldición,
encantamiento o pena impuesta por la divinidad, de modo que se empleaban conjuros, ritos
y maniobras destinadas a romper la maldición, obviamente con muy pobres resultados, pero
así era la forma de pensar en esos anteayeres.
Como quiera que fuera, esa idea se fue abandonando para entender que había varias
enfermedades, con causas diferentes, ya ajenas a una maldición divina, por lo que también
los remedios debían ser distintos. No había en realidad mucha variedad de causas ni de
remedios, por lo que los métodos pretendidamente curativos seguían siendo ineficaces. No
quiero incluir aquí notables logros médicos de algunas civilizaciones antiguas, como la
Egipcia, Árabe, o la Romana, por ejemplo, pero en muchos lugares y tiempos la comprensión
de las enfermedades era precaria.
No quiero dejar de señalar que ya dejar atrás los encantamientos y maldiciones y arribar a la
idea de multi-causalidad de las enfermedades es un logro muy significativo, aunque a todas
luces, aún insuficiente. Hoy seguramente debemos decir lo mismo acerca del enfoque
principal de la medicina centrada en la enfermedad, es decir, orientada a curar o aminorar el
sufrimiento de quienes están enfermos, en lugar de atender mejor a los sanos para que no
enfermen, o a los enfermos tempranos para que no progresen a males mayores. Cierto es que
ya hemos puesto el dedo en el renglón: la medicina preventiva es más valiosa que la curativa.
Falta volver esta idea predominante en la atención de pacientes, para tener a estos desde que
están sanos y así mantenerlos, sin por ello descuidar a los que a pesar de los cuidados y planes
preventivos de todos modos enfermaran.
Dicho lo anterior, que es muy importante, me quiero dedicar ahora a un pequeño giro, para
abordar el problema de las enfermedades. Su estudio apela a una generalización no siempre
aplicable, pero ciertamente práctica. Describimos las características generales de los procesos
morbosos y luego lo aplicamos al estudio individual de cada paciente y vamos descartando
o incluyendo los datos pertinentes que nos permiten establecer un diagnóstico, y desde ahí,
el tratamiento y enseguida el pronóstico. Todo esto lo estudia la medicina enfocándose,
aunque no siempre muy oportunamente, en el paciente, que por desgracia suele ya haber
abandonado el casillero de “sano”
El caso es que caracterizamos las enfermedades lo mejor que podemos, siempre con la idea
de que esta se origina en la célula. Las que enferman son las células, y de allí en adelante las
alteraciones van repercutiendo en una especie de “cascada ascendente”, si se me permite la
licencia de voltear a las cascadas contra toda ley física gravitatoria. El caso es que una célula
enferma falla en sus funciones, lo que hace fallar a uno o varios órganos y este a un sistema
y finalmente las consecuencias recaen en una persona a la que por ese motivo la etiquetamos
como “paciente enfermo”. A veces solo usamos “enfermo”. Este decide buscar intervención
médica para recibir ayuda, cuando pudo haber acudido antes para recibir orientación y no
enfermar, como la conocida consulta periódica al odontólogo, aunque no haya molestias ni
dolores.
Como quiera que sea, el paciente se presenta con una molestia o queja y toca al médico
establecer una cadena de eventos en forma retrógrada, de modo que los síntomas y signos se
expliquen por una causa propuesta por el médico, hasta el punto en que se puedan tomar
decisiones terapéuticas, que a veces son inmediatas, como en los casos de abdomen agudo,
digamos una apendicitis aguda, que requiere intervención quirúrgica a corto plazo. A veces
la intervención se retrasa porque el caso amerita una serie de estudios que permitan esclarecer
dónde y cómo intervenir, una vez que se conocen las causas y la serie de eventos que se
desprenden de ellas, como en el caso de un paciente con coloración amarilla en piel y
conjuntivas.
Peo hasta ahora solo hemos hecho intervenir a dos personajes: paciente y médico. Cierto que
en el paciente hemos podido identificar cómo la enfermedad se ha extendido, quizá desde
una célula hasta uno o varios órganos y de ahí a varios sitios, que el paciente y/o el médico
descubre. Repasemos: la enfermedad se ha extendido en mayor o menor grado por el
organismo del paciente. ¿Podemos poner punto final a la pesquisa y proceder al tratamiento
sin más? ¿La tarea del médico se circunscribe al paciente solamente? ¿La enfermedad se
podría extender a otras personas?
Ya sabemos que las enfermedades infecciosas se contagian y es muy conocida, no solo en la
historia, sino también actualmente, la idea de la epidemia: la enfermedad se propaga entre un
grupo de personas. En realidad, el agente causal se propaga y enferma a otras personas, para
no hablar de entes abstractos, como “enfermedad”. A veces las epidemias se generalizan
ampliamente a grandes extensiones geográficas, cuando no a todo el planeta, como hemos
visto con el COVID. A veces se juntan dos epidemias, como ha pasado con esta última e
influenza.
Bien. Incluido el asunto infeccioso: el agente causal se dispersa y enferma a otros, cercanos
y hasta lejanos. ¿Ya podemos poner punto final? ¿Ya no hay más fenómenos con los que la
enfermedad se extienda más allá del sujeto originalmente afectado? ¿Solo debemos temer
que un agente microbiológico pase de una persona a otra y la enferme también? ¿Solo se
puede diseminar una y la misma enfermedad vía contagio? Sería impropio pensar que una
persona infectada, digamos con tuberculosis, contagie sífilis a otra. Si lo hiciera, el enfermo
inicial tendría ambas enfermedades y por eso las transmitiría.
¿Se puede transmitir una enfermedad no transmisible? La respuesta estricta es no, pero en
realidad, muchas enfermedades no transmisibles se transmiten, transmutadas, a otras
personas y este es un rasgo al que se le ha prestado muy poca atención a lo largo de la historia.
No pretendo descubrir el hilo negro: algo, o mucho, ya se ha dicho y se conoce, pero se aplica
aún menos que aquello de los pacientes sanos y la medicina preventiva. Debe quedarnos claro
que las enfermedades pocas veces se quedan en la persona donde se originan y terminan por
afectar a muchas otras alrededor. De este modo, una enfermedad producida en un individuo
termina afectando a varios otros.
Veamos el caso de una enfermedad clasificada como no transmisible: el infarto al miocardio.
Quien llega a tener esta afección, muy frecuente en nuestros días, ha sufrido antes una serie
de alteraciones que se vienen sumando hasta producir un daño contundente en el corazón,
irreversible en su parte nuclear y con secuelas varias, dependiendo de la extensión del daño
y de las complicaciones. Parecería absurdo que yo pretendiera que los allegados podrían tener
también un infarto. No digo tal cosa.
Pero sí que el infarto, digamos del padre de la familia, de una manera nada misteriosa, se
extiende fuera del enfermo original y afecta a los demás miembros de la familia. Pensemos
en el período crítico, cuando el enfermo estuvo hospitalizado en terapia intensiva.
Seguramente dejó de trabajar, y si era trabajador independiente, ¿quién logró ingresos
económicos en esos días? Si no tenían ahorros, ¿con qué pagar los gastos de hospitalización,
estudios, medicamentos y honorarios médicos? Ya con solo estos dos problemas: incapacidad
laboral y deuda imprevista, la esposa tiene asegurada una buena temporada de angustia. ¿Y
si en lugar de infarto habláramos de un cáncer pulmonar? Son casos que suceden todos los
días y le caen al menos pensado de los mortales.
Un cáncer pulmonar o un infarto en el sostén de la familia facilita notablemente la
enfermedad de la esposa. Angustia y depresión, si la enfermedad no transmisible es no aguda,
impacta a mediano y largo plazo y puede tener consecuencias importantes. ¿Y si esa persona,
afectada, digamos de rebote, tuviera que trabajar jornadas extra, o prodigar cuidados día y
noche? Agregamos a la angustia, fatiga, falta de sueño, mala alimentación y descuido de la
salud personal. A lo largo de unos meses habrá más enfermos en la familia como
consecuencia de la afección del padre.
Las enfermedades se extienden de una persona a otra, aunque no sean “transmisibles”. La
conclusión es inevitable: todas las enfermedades son transmisibles de diferentes maneras:
algunas porque el agente causal pasa de una persona a otra, algunas porque devastan
psicológicamente a los familiares, o porque demandan esfuerzos adicionales que desgastan
físicamente, o bien porque obligan a disminuir medicamentos y cuidados por falta de
recursos. Dos mecanismos subyacen a este fenómeno: el impacto psicológico y el impacto
económico. En otros casos, quizá no tan raros, el estigma social de algunas enfermedades,
como la misma tuberculosis, sífilis, infección por VIH, o el propio alcoholismo, son azotes
que impactan directa e indirectamente a la familia.
Este aspecto de extensión de la enfermedad de una persona a otra, para no llamarle
contagiosidad, ya que ni se transmite el agente causal, ni es la misma enfermedad, es un
fenómeno innegable y sus consecuencias pueden ser devastadoras de muchas maneras, a
veces no anticipadas, como el caso del alcoholismo, drogadicción, o esquizofrenia, que dejan
profunda huella en familiares del enfermo original y llegan a afectar a toda la familia.