Me han diagnosticado Hipertensión arterial. Por Pedro Chavarría.

Quien se enfrente a este diagnóstico comparte males con millones de personas en el mundo.
Este diagnóstico puede verse desde dos puntos de vista, ambos realistas. En primer lugar, es
una situación indeseable, o sea que no es algo bueno tenerla. Pero, por otra parte, qué bien
que ya se cuenta con el diagnóstico. Malo tenerla, bueno saberlo cuanto antes.
La hipertensión arterial suele desarrollarse de manera insidiosa y nos amenaza durante años,
sin embargo, tenemos mecanismos de defensa y estos suelen ser efectivos durante unos 45
años. El organismo se adapta día con día, se auto-regula y mantiene dentro de rangos
normales, hasta que empieza a fracasar, momento imperceptible en que las cifras empiezan
a aumentar y tienden a permanecer elevadas. Pueden pasar años sin que la persona lo note,
por altas que sean las cifras. Por esta razón se le ha llamado “el asesino silencioso”: mata sin
delatar su presencia.
Por esto es bueno que ya se sepa quien padece esta afección, así se pueden tomar medidas
para evitar que dañe múltiples órganos. Hay medidas accesibles y efectivas. Pero antes
deberíamos entender bien qué es la presión, o tensión arterial. Cuando el corazón late,
impulsa la sangre para que recorra todo el organismo. Junto con el corazón, las arterias
también laten y ayudan a distribuir la sangre. Para medir esta presión se obstruye la
circulación en el flujo arterial del brazo. Con un manguito inflable se aplica presión hasta
superar a la del sistema cardiovascular. Lentamente se disminuye la presión dejando salir aire
del manguito que rodea al brazo; llega un momento en que la tensión arterial se restablece y
golpea contra la pared arterial y el manguito; en ese momento con un estetoscopio se puede
oír el latido. Conforme sigue bajando la presión del manguito, el latido arterial ya no
encuentra resistencia y el estetoscopio deja de transmitir ruido alguno.
Cuando aparecen los ruidos marcamos la tensión arterial alta, o sistólica, correspondiente al
momento de la contracción cardíaca, o sístole y cuando dejamos de oírla, marcamos la
tensión arterial diastólica, o baja. Así que siempre buscamos estas dos cifras: sistólica y
diastólica y se considera normal hasta 120/80, medidos en mm de mercurio, pues esa es la
altura de una columna de mercurio capaz de oponerse a la presión de la sangre dentro de los
vasos sanguíneos arteriales. La tensión arterial refleja directamente el trabajo que el corazón
debe realizar segundo a segundo. Si la presión aumenta, el trabajo del corazón aumenta
también, de modo que la exigencia es mayor. Como caminar en plano (tensión arterial
normal) y repentinamente caminar de subida (hipertensión arterial). Así, resulta evidente que
el primer órgano dañado por la hipertensión arterial es el corazón.
La pregunta obligada es ¿cuál es la causa? Aquí empiezan los problemas. Como en muchas
otras entidades en medicina, no hay una sola causa, por lo que mejor hablamos de factores
de riesgo; son varios y se contrabalancean entre ellos y otros más de manera compleja.
Cuando se rompe el equilibrio dinámico, aparecen las cifras altas. Veamos los principales.
Destaca la edad, conforme esta aumenta, tienden a elevarse las cifras, por lo que es más
propio de personas que rebasan los 60 años, sin que por ello descartemos ni a niños ni a
jóvenes. Afecta un poco más tempranamente a hombres que a mujeres. Con la edad avanzada
las paredes arteriales se van endureciendo, dejan de latir normalmente y el corazón debe
asumir toda la fuerza necesaria para distribuir toda la sangre, lo que requiere mayor presión.
A esto le llamamos aterosclerosis, proceso que se acentúa con la edad y que además produce
placas que engruesan la pared arterial y disminuyen su luz, de modo que se eleva la presión
en el sistema por falta de espacio para la circulación.
Con la edad tendemos a aumentar de peso, lo que significa en general, más tejido adiposo
que irrigar y ello resulta también en mayor presión. Si agregamos falta de ejercicio, entonces
habrá mayor masa corporal que irrigar. El estilo de vida sedentario hace que no hagamos
ejercicio, subamos de peso y tengamos dietas que nos llevan a la obesidad. Otro factor de
riesgo presente en la dieta es la cantidad de sal –sodio- que consumimos. El sodio que
comemos se absorbe a la sangre y atrae más agua al sistema vascular, de modo que tendremos
mayor volumen circulante, lo que distenderá nuestros vasos y aumentará la presión.
Así que aumentar el volumen sanguíneo por absorber más agua de los alimentos, y reducir el
espacio de circulación causa hipertensión arterial. Predominan dos componentes: o sobra
líquido circulante y/o falta espacio por donde moverlo. La falta de espacio circulatorio
depende a su vez, de dos factores: o hay placas de aterosclerosis que revisten el interior y
disminuyen el diámetro disponible, o también puede suceder que los vasos arteriales se
contraigan, lo que también cierra el paso a la circulación y por lo mismo, el corazón debe
hacer más esfuerzo y genera mayor presión. Los vasos arteriales se abren y cierran
manteniendo un tono promedio, que en buena medida depende de la noradrenalina circulante,
hormona del sistema nervioso simpático, que bien sabemos se activa con una de dos
misiones: “lucha o escapa”. Ante estas dos señales también se libera exceso de cortisol. Esta
respuesta al estrés prepara al organismo para esos dos posibles eventos: luchar o escapar, con
lo que la hipertensión resultante prepara a los músculos y a otros órganos para pelear o correr.
Sin embargo, la respuesta al estrés depende de que la persona perciba una amenaza, real o
no, que requiera lucha física o no, pero que de todos modos genera vasoconstricción, lo
que reduce el espacio disponible para la circulación e hipertensión. No se requieren grandes
amenazas: simples preocupaciones de la vida diaria, actividades laborales y restricciones
económicas bastan para amentar el tono basal vascular y generar día a día, hipertensión
arterial. Destaca entonces la importancia del manejo del estrés, no abandonarnos a
pensamientos catastróficos y ocuparnos, más que preocuparnos.
Como ya vamos viendo, tenemos a la mano una serie de medidas con las que podemos
retrasar la aparición de la hipertensión arterial y cómo iniciar a combatirla si nos la han
diagnosticado ya. Ejercicio moderado y cotidiano. Basta con caminar. Si no hay tiempo para
dedicarlo a esta actividad, basta con ir caminando al trabajo, o bajarnos una parada antes en
el autobús, o dejar el auto lo más lejos posible en los estacionamientos de centros laborales
o comerciales, así como usar más las escaleras y menos los elevadores. No se necesita ser un
atleta. Y si hubiere dificultades o riesgos para caminar, hay programa de ejerciciosrealizables
desde una silla en casa.
Junto con el ejercicio nos queda a la mano la dieta. Empezar con no usar salero, comer la
comida como nos la sirvan y pedir que poco a poco se disminuya su cantidad y/o reemplazarla
por sal baja en sodio. Disminuir las botanas, en especial las saladas, procurar bajar el
consumo de azúcares, empezando por disminuir el uso de la azucarera, no consumir bebidas
endulzadas, como la mayoría de los refrescos embotellados. Otra fuente rica en azúcares son
panes y tortillas, de modo que moderar su consumo ayuda mucho. Al mismo tiempo se puede
incrementar el consumo de verduras y ensaladas, con poco o ningún aderezo. Cambiar el
balance y preferir pollo y pescado a carnes rojas, mejor aún si no se fríen. Buscar actividades
relajantes que permitan contrarrestar el estrés de la vida cotidiana. Si el trabajo fuera muy
estresante considerar cambio de actividad, jubilación, cambio de jornada, o finalmente,
cambio de actitud ante las exigencias de la vida diaria. Cada uno de estos es un pequeño
cambio, pero varios juntos pueden evitar que se desarrolle la enfermedad, o si ya se tiene,
controlarla.
Cuando las medidas generales no son suficientes es necesario iniciar con medicamento. Los
riesgos de padecer la enfermedad son una verdadera amenaza para la vida. Como decíamos
que predominan dos condiciones: sobrante de líquido circulante, o falta de espacio
circulatorio, pues aquí están las medidas farmacológicas si no bastaran las medidas generales.
Estas últimas, bien aplicadas, podrían darle cinco o diez años de gracia, sin alteraciones ni
medicamentos. Si necesitara de estos, muy probablemente inicie con una de las dos vías
principales, siempre después de aplicar las medidas generales. Si no, es como rociar su casa
de insecticidas anti-cucarachas, antes de limpiar y retirar restos de comida.
Primera medida farmacológica: eliminar más agua por orina, o sea, orinar más mediante el
uso de diuréticos; vasodilatadores, a fin de contar con más espacio circulatorio. No es raro
usar los dos abordajes en conjunto. Algunos casos resistentes a tratamiento requieren
combinaciones más complejas de medicamento. Tabaquismo, alcoholismo, drogadicción,
exceso de cafeína y enfermedades ocultas como hipertiroidismo, alteraciones renales o
cardiovasculares pueden hacer que la hipertensión tenga un abordaje más amplio.
Buena parte del problema viene de nuestros estilos de vida: sedentarios, con dietas viciadas
por la publicidad y tendientes a la obesidad, trabajos demandantes y presiones sociales
difícilmente justificables, abonan en favor de la hipertensión arterial. Es entendible que una
persona que ha comido de cierto modo a lo largo de cuarenta años, encuentre difícil cambiar.
Igual que alguien que empezó fumar en la adolescencia temprana, o que se ha hecho adicto
a la adrenalina (deportes de alto riesgo o de combate, participación en pandillas y reyertas
callejeras) controle adecuadamente sus cifras tensionales. Por todo ello es importante educar
a los niños para que no adopten conductas que más adelante puedan desembocar en
complicaciones de la hipertensión arterial. Como los infartos al corazón y al cerebro, el daño
renal y a la retina.
Especial cuidado requieren las embarazadas y todos aquellos con familiares que ya padecen
la enfermedad. Aún los niños pueden padecer la enfermedad, y si bien es más complejo tomar
la medición en niños, un pediatra sabrá cómo proceder. Para evitar sorpresas desagradables,
como diagnosticar la enfermedad cuando ya ha ocasionado secuelas irreversibles, es muy
conveniente que ante cualquier tipo de afección médica, sea por el servicio de enfermería,
médicos, técnicos sanitarios, especialistas y otros profesionales de la salud, como
odontólogos y nutriólogos, el propio paciente pida que se mida su tensión arterial y de
preferencia se guarde registro escrito de fecha y cifras. Cualquier momento es oportuno,
incluso tras un disgusto o contratiempo, o dolor, para saber si hay lo que se denomina
hipertensión reactiva, que pasado el evento vuelve a lo normal, pero deja un aviso para seguir
vigilando. Pacientes menores de 18 años no están exentos y en mayores de 18 años se sugiere
verificar cifras al menos una vez cada año o dos años y en cada consulta por cualquier motivo,
así como embarazadas y personas con enfermedades crónicas, en especial diabetes y
alteraciones cardiovasculares.
Nuestra mejor herramienta es adelantarnos a la enfermedad: adoptar estilos de vida saludable
con ejercicio regular moderado, mantener peso y evitar consumo excesivo de sal, azúcar,
cafeína, tabaco, alcohol, drogas y modular el estrés. Estas medidas pueden retrasar o evitar
el desarrollo de la enfermedad y el monitoreo rutinario permitiría la gran noticia: estamos
empezando a padecer hipertensión y hay mucho por hacer para evitar su progresión y
complicaciones