Neuronas y cerebros. Por Pedro Chavarría. El disector. 30 VI 25.
Entendemos por cerebro un órgano de control central que integra señales de entrada
provenientes de todo el cuerpo, las procesa y emite señales de salida, que de modos variados
regulan el funcionamiento de todo el organismo. Algunos mecanismos corporales se ajustan
de manera automática e inconsciente, en otros casos, existe algo que llamamos “voluntad”, que
toma el control consciente.
Cuando simplificamos un cerebro podemos equipararlo a una central telefónica, de esas
antiguas en las que una operadora humana enlazaba solicitudes de llamada (señales entrantes)
y las conectaba con el destinatario (procesamiento), desde donde parten respuestas (señales
salientes) a esas llamadas. Ya no existen esas centrales, ni esas operadoras, ahora todo es digital
y automatizado, pero la estrategia es la misma: llegan señales de entrada, se procesan y salen
otras señales.
Las señales de entrada y salida y el procesamiento son microcorrientes eléctricas. En el caso
del control inconsciente, las señales desencadenan funciones celulares de todo tipo tras ser
conducidas por nervios, que hacen las veces de cables conductores. Aun cuando
indudablemente el procesamiento no es simple, no se compara con el control voluntario,
donde interviene un elemento adicional de altísima variabilidad: la volición. Y todavía un
escalón muy alto, separa al siguiente nivel: la verdadera consciencia y sobre todo, la
autoconsciencia.
Aparece otro elemento más: el pensamiento, a través del cual se manifiesta la consciencia y
que refleja todo un mundo interior de complejidad muy grande, tan grande que creemos que
no hay otro proceso más complejo en el universo conocido. Desde luego, no cerramos la
puerta a que haya otros procesos más complejos, pero no lo sabemos, así que pensamos que
el cerebro humano y su proceso de pensamiento autoconsciente (yo sé quién soy), es lo más
complejo d todo el universo conocido.
Esa estructura gelatinosa que todos los humanos traemos dentro de la cabeza es, hasta hoy, lo
más complejo del universo. ¡Gran golpe llevaríamos en nuestro ego si descubriéramos mañana
que hay otros cerebros mejores que el nuestro! Quizá por eso dicen que nos ocultan la verdad
acerca de los ovnis y sus tripulantes. Desde hace milenios que pensamos que somos de origen
divino, que fuimos hechos a imagen y semejanza de nuestro creador, que es un Ser Superior
al que llamamos Dios y le atribuimos todo el poder y una posición única en el pináculo de
todo lo que ha existido, existe y existirá.
Pero tan portentoso como se quiera, y tan limitado como demuestra ser, con eso de la guerra,
el cerebro no es un todo monolítico, sino que está formado por la agregación de partes. A estas
les llamamos neuronas, células altamente especializadas en recibir y retransmitir señales
eléctricas. Cada neurona es un elemento muy simple, equivalente a un switch que puede estar
en solo dos estados: prendido (transmitiendo), o apagado (sin transmitir). Los interruptores
eléctricos son así, prendido/apagado. No hay otro estado posible, así que son muy limitados.
Para superar esta limitación tan patente, existe una estrategia: organizar conjuntos de esos
interruptores, d tal modo que se forman complejos interconectados, entonces la situación es
muy diferente. Primero, el número absoluto. Un cerebro humano tiene tantas neuronas como
estrellas tiene una galaxia. Se calcula un promedio de 100,000,000,000 de estrellas por galaxia.
Sí: ¡cien mil millones de neuronas empacadas en un cerebro humano! Dentro de cada cabeza
hay cien mil millones de neuronas interconectadas. Sin tomar en cuenta que estas neuronas se
apoyan en una red muy amplia también de células de apoyo, llamadas gliales. Sin contar las
del cerebelo. Es una verdadera maravilla.
Pero todavía hay más: cada neurona emite una serie de prolongaciones muy finas y largas,
como tentáculos, contadas por decenas de miles, cada una contacta con otra neurona, que, a
su vez, hace lo propio. Ya produce vértigo tratar de imaginar la red de contactos que se
establece, con señales de ida y vuelta. Si tomamos en cuenta que cada neurona solo puede
estar en dos estados posibles (encendida/apagada) y multiplicamos por, digamos 50,000
prolongaciones cada una, multiplicado por los cien mil millones de neuronas, resulta que el
número de contactos posibles, diferentes en el conjunto, arroja un número asombroso: mayor
que el número de átomos en todo el universo, con todas sus galaxias.
Nuevamente el vértigo. Ni siquiera podemos imaginar un número así. Cada una de esos
contactos entre todas las neuronas, unas prendidas, estimulando a otras, o inhibiendo a otras,
para que, a su vez, se apaguen, produce una cantidad de estados mentales imposibles de
calcular. Cada estado mental lo podemos equiparar a un pensamiento, o idea. Las
posibilidades son, si no infinitas, sí un número tan grande que no lo podemos concebir. De
ahí el potencial de un cerebro humano.
Imaginemos ese conjunto inmenso de neuronas, unas prendiendo y otras apagando de manera
intermitente y selectiva, guiadas de modo controlado por el pensamiento de una persona.
Desconcierta pensar que seguramente estamos subutilizando ese enorme potencial, por no
hablar de quienes lo usan para el mal, en lugar de aplicarlo al bienestar de todos. Cada persona
tiene la responsabilidad de aprender a usar su cerebro, es decir, aplicarlo en la resolución de
problemas en beneficio propio y de alguien más, familiares en primer término, la humanidad
entera idealmente, si bien es cierto que bastan las que llamamos virtudes domésticas y queda
para unos cuantos superdotados, beneficiar a la humanidad.
El cerebro no funciona como un todo uniforme, justamente, el estar constituido por tantas
neuronas, le brinda muchísimas posibles variantes de pensamiento. Las neuronas, para
remontar sus limitaciones, se organizan en redes, como las personas en redes sociales y clubes.
Cada red neuronal se puede conectar con otras, en diversos puntos de contacto, desconectarse
de otras y acercarse a nuevas, antes no contactadas. Con lo mismo, se pueden organizar
muchos conjuntos y subconjuntos con visiones y funciones diferentes. El dinamismo es lo
constante.
Un mismo problema puede abordarse ensayando nuevas configuraciones de redes, de modo
que se esperan diferentes posibilidades de éxito con cada variante ensayada. Quien hace
siempre lo mismo, obtiene los mismos resultados, no siempre satisfactorios. La variación es la
clave del éxito y la creatividad. Veamos el caso de las letras: son solo 28-29 y con ellas se
pueden hacer infinitas combinaciones; ahí tenemos la prueba en las obras literarias. Combinar
es la clave del éxito.
Antes pensábamos que más allá de cierta edad, las neuronas no se reproducían, que, alcanzado
su número total, no habría posibilidades de más reproducción celular. Y cada día mueren
cientos de neuronas, sobre todo cuando nos exponemos a tóxicos, como algunos solventes y
el alcohol. La muerte neuronal es cosa de todos los días. Parecería una amenaza catastrófica,
pero en realidad, no lo es. La estrategia de organizarse en redes permite trabajar en equipo y
suplir los elementos que se van perdiendo; la fortaleza de las redes está en sus integrantes, si
uno falta, el de junto puede suplir las tareas pendientes.
Esa capacidad de que la red neuronal, aún con elementos faltantes siga funcionando, se llama
“plasticidad cerebral” Claro que no es perfecta y que puede llevar tiempo retomar los controles
perdidos, pero hay estrategias de apoyo. Es lo que tarda un jugador en aprender nuevas o
parecidas habilidades. A veces el déficit es notable, pero casi siempre, algo se recupera y se
encuentran nuevas estrategias. Cuando la mano derecha ya no funciona ben, la izquierda
“aprende” a realizar aquellas funciones, aunque más torpemente, al fin y al cabo, es un
suplente, siempre controlado por un grupo d neuronas.
Aunque la actividad de “neuronas suplentes” pueda ser subóptima, son un recurso muy valioso
y reflejan la capacidad cerebral de adaptación y remodelación, factible a edades que antes se
pensaban imposibles. Una buena noticia es que todos podemos entrenar a nuestro cerebro
para que refresque capacidades durmientes en alguna zona de nuestro cerebro. Una vez,
cuando ayudaba a un cirujano muy hábil, le comenté mi admiración por la forma en que usaba
la mano izquierda, sin ser zurdo, cuando otros tenían que cruzar las manos para cortar del lado
izquierdo con la mano derecha. Me dijo que era resultado del entrenamiento, que empezara
yo con algo simple y seguro: lavarse los dientes con la mano izquierda.
Lavarse los dientes con la mano no dominante, es simple, no causa daños y sí nos gana nuevas
habilidades, que luego pueden aplicarse a otras tareas. Ante un cerebro que envejece, un poco
de gimnasia mental. Igual sucede con resolver crucigramas, aprender a tocar un instrumento
musical, o aprender otro idioma, leer novelas, o cuentos, o escribir un diario. La idea es no
estancarse y mantener una actividad mental, y en la medida de lo posible, acompañarla de
actividad física y dieta sana. Se ha demostrado que estas estrategias simples nos protegen contra
la temida demencia senil.
El caso es que el sistema de redes neuronales nos permite ensayar diferentes abordajes ante
nuevos retos. Es lo que sucede cuando alguien trata de resolver un crucigrama, o recordar una
cara, o un número. Ensayamos diferentes conexiones. Los menos acostumbrados a pensar
usan siempre las mismas redes y quedan en el caso de aquel que decía: “cuando me aprendí
todas las respuestas, cambiaron las preguntas”. Por eso, no es conveniente aprender respuestas,
sino técnicas de abordaje para aplicar a cualquier nuevo problema.
En la escuela muchas veces nos enseñan estrategias perniciosas a la larga, como aquello de
repetir fechas y acontecimientos históricos relativos, por ejemplo, a la Guerra de
Independencia, en lugar de entender cuál era la situación en el virreinato, cuáles las causas y
cuáles las consecuencias. Comprender problemas, en lugar de aprender respuestas
establecidas por otros.