He decidido estudiar medicina. Por Pedro Chavarría. El Disector.

Lo que sigue son mis respuestas a los comentarios de un joven ficticio que me dice lo que el título presenta. En adelante, van solo mis comentarios, pues he tomado la idea de un joven que está a punto de ingresar a la universidad, como un pretexto para plasmar mis ideas al respecto, es decir lo que podría yyo decirle a alguien en la situación que he dicho.

La carrera de medicina es una carrera distinta a muchas otras, no porque sea especialmente difçil de comprender y solo personas de alto nivel intelectual la puedan cursar. Al igual que todas las demás carreras universitarias, tiene sus peculiaridades y todas tienen su grado de dificultad y exigen cierta dedicación, si bien se pueden rquerir diferentes esfuerzos intelectuales. En algunas hay material más que abundante que revisar y se requieren largas jornadas de lectura y análisis, como pasa en las humanidades, en tanto que en otras, como física y matemáticas es algo menos lo que hay que leer, pero mucho lo que hay que desarrollar por cuenta propia; las reglas son pocas, pero los procedimientos exigen gran poder de comprensión.

En humanidades los embarcados tardan mucho tiempo en empezar a producir, pues hay mucho que leer, analizar, reflexionar y sacar conclusiones no es nada sencillo. En física y matemáticas, por el contrario, los enrolados bien dotados, pronto conocen las reglas básicas y pueden empezar a volar por su cuenta, según su capacidad para ver más allá en ecuaciones muy complejas. En medicina, la situación es algo así como intermedia. Sí hay mucho que aprender, tanto que se han dividido las parcelas y cada quien escoge su área. A mediana edad es factible empezar a producir conocimiento, si bien, los médicos solemos empezar a producir cuidados y atención por ahí de los 23 años de edad. Producir conocimiento nuevo puede tomar fácilmente entre 5 y 8 a 10 años más, al menos.

Esto nos acerca al desarrollo de la carrera. Se requieren diez semestres, cuando en otras carreras pueden ser menos. Tras cinco años de estudios iniciales es obligatorio hacer un año de Internado de Pregrado, donde el alumno ingresa al sistema nacional de salud en algún hospital, donde es el eslabón más reciente y débil de todo el equipo, tan solo por su falta de experiencia, que no de capacidad. Volveremos a esto más adelante. Terminado el año de Internado, inconmutable, inevitable, se debe cursar otro año completo de Servicio Social. Antes, en el Internado, por lo general en un hospital, luego, en el Servicio Social en una clínica, generalmente rural.

En la carrera se cursan algo así como 52 materias, que divididas entre cinco años da un promedio de 8 a 10 materias por semestre. A veces el esfuerzo que requiere una sola materia, consume gran parte del tiempo y el alumno pronto descubre que sus patrones de sueño, alimentación y distracción, en ese orden, se verá drásticamente reducidos y trastornados, inclusive con riesgos para su salud, sobre todo por la falta de sueño y descanso. Podrán pensar que eso es injusto, que se trata de una tiranía. Pero no: son dos tiranías. La primera, la más importante, la del estudio, pues realmente es mucho lo que hay que aprender antes de escribir una receta o tomar un bisturí wen la mano y aplicarlo sobre una persona, que, o ha confiado en nosotros, o no ha tenido más remedio que aceptar nuestra ayuda.

Si tras estudiar, o mejor digamos, cursar, una materia, o experiencia educativa, más o menos se consigue una idea vaga del asunto, así será nuestro desempeño con el paciente. ¿Y si yo fuera elpaciente, querría obtener resultados mediocres?

Mientras los alumnos están en la escuela, suelen disfrutar mucho del uniforme blaqnco: da prestigio. Ya ni se diga cargar un grueso libro, aunque no se lea ni se le saque provecho. Mejor aún si se porta al cuello un estetoscopio. Me recuerda mucho a cadetes que salen francos y portan orgullosamente su uniforme, distintivos y demás accesorios. Están orgullosos de sus distintivos y eso es bueno, en la medida que se honren. Y en medicina, la mejor forma de honrar el uniforme es estudiar para que una vez egresados, sean de utilidad a sus pacientes. No es la mano que sola guía al bisturí, detrás está un cerebro bien adiestrado que mara la ruta.

Pero donde más quiero insistir es en la carga que significa estudiar los temas teóricos, realizar las prácticas en talleres y laboratorios, y finalmente en consultorios, clínicas y hospitales.  Es otro mundo. Es como ir a la guerra, solo para descubrir que el rifle asignado no tiene balas. Las balas se cargan en el arma, el cerebro, día con día en las aulas y en las horas de estudio con los libros y otros recursos de aprendizaje. Al salir a la batalla, el rifle ya debió estar cargado a muy buen nivel desde años atrás: cinco años de clases y prácticas. Ya sobre la marcha es muy tarde para pretender “ahora sí” cargarlo.

Por bien cargado que vaya el rifle, no se tiene la suficiente experiencia para usarlo eficazmente. Entonces -en el Internado y Servicio Social, habrá que aprender a usarlo, apuntar hacia las enfermedades y neutralizarlas. Es muy socorrida la idea de pretender que llegado el momento, claro que se sabrá usarlo. Y no suele ser así. La mano tiembla, sobre todo cuando se tiene p´lena conciencia del poder que tiene, capaz de aliviar y de salvar, pero también de empeorar y hasta matar. Es como el soldado que dice no tener miedo. Es un insensato o desquiciado. Miedo siempre hay, la idea es actuar a pesar de ello, sabiendo que muchas horas de estudio sirven de respaldo y guía.

De unos años para acá el ambiente general ha venido cambiando y el sistema educativo está más presionado por los números que por la calidad de los resultados y ha empoderado en exceso a los estudiantes, mismos que no suelen llegar a la universidad debidamente preparados para resistir l exigencia y el rigor, por lo que se estresan en exceso ante la presión de tener que responder, explicar, platear y argumentar, sobre todo si están ante sus compañeros y deben responder de viva voz y al momento, sin echar mano de láminas, cuadros, celulares o tablets. No critico a los alumnos, critico al sistema que no los ha preparado para sortear con éxito las presiones de la vida académica, que no es precisamente asistir al salón y tomar notas, sino levantarse ante todos y hacer valer la propia voz, fuerte, decidida y autorizada por el estudio previo.

Claro que es estresante y clarísimo que hay que aprender a sobreponerse. Que la mano ni la voz tiemblen, porque llegado el momento, habrá una persona que sufre y está en peligro de muerte y su única esperanza es el joven médico que tiene ante sí. Y no debemos fallar, porque nosotros no querríamos para nosotros, ni para nuestros seres queridos, ni para nadie, un mediocre o mal desempelo profesional, que ni ayude y sí empeore las cosas, porque ya desde el aula le temblaba la voz y luego la mano. Se necesita firmeza de carácter, y eso solo se consigue con el fogueo, justo en el fragor de la batalla, con el estrés y la decisión de ser mejores cada día, lo que en principio significa saber más, entender mejor y saber anticipar desenlaces.

Cada día en los salones de clase se escenifican escaramuzas simuladas, o así debería ser, para que el alumno vaya practicando, para que se vaya atreviendo cada vez más, hasta lograr mantenerse calmo en el fragor de los cañonazos, convencido de cuál es su papel y que no puede abandonar su trinchera ni esperar refuerzos que vengan a rescatarlo. Las manos, guiadas por la cabeza, habrán de sacar con bien al binomio. Se salvan los dos o se hunden los dos. Médico y paciente. Sus conocimientos hablarán por él y en beneficio de su paciente. Porque ser médico es deberse al otro, al paciente. Sin falsos heroísmos, ni laureles de victoria.

El que estudia medicina quiere servir a otros. Como hace todo el mundo: arquitectos, abogados, maestros, cocineros, meseros, todos estamos para servir y ayudar a los demás, pero los médicos están en el mero frente de batalla, donde surgen heridos y muertos en el momento menos pensado. El dolor y el sufrimiento son cosa cotidiana y eso, estar todos los días en contacto con personas que se quejan, que se van destruyendo lenta o súbitamente, genera mucho estrés en el médico, y no pocas veces termina en depresión y angustia. Y no solo por los pacientes, sino por los mismos compañeros que agregan una gran dosis de estrés y exigencia.

Quien en el salón se sienta intimidado, estresado, angustiado y opte por esconderse, sentándose hasta atrás, con la esperanza de no ser visto ni interrogado, quien agache la mirada y pretenda estar muy ocupado escribiendo, con tal de que el docente no lo descubra, debe pensar muy bien si la medicina es la carrera adecuada. Estudiar medicina equivale a equiparse con un resorte permanentemente comprimido, listo para disparar cuando se necesite algo urgente. Si hoy el salón los aterra. Si hablar en público, ante los demás, contestando preguntas a bote pronto, los angustia y los hace olvidar lo que, en el mejor de los casos, habían estudiado, entonces solo hay dos opciones: seguirse preparando y aguantar el fragor de los cañonazos, o reconocer que no es ese su terreno y buscar otro antes que sea demasiado tarde.

Lop ideal es que persistan y se adapten a exponerse ante los demás y ante el profesor, siempre y cuando hayan estudiado tanto como sea necesario. Unos tienen con poco, otros requieren más. Hay que saber en cuál caso cae cada quien, para dedicar el tiempo necesario. Quien no tenga como prioridad entender la medicina tras haber estudiado a conciencia, debe revalorar su situación muy seriamente. No se trata de ser héroes, sino buenos profesionistas, capaces de mantener presencia de ániomo para resolver los problemas que se le presenten. Aprovechar las aulas para adiesrarse y al llegar a la práctica profesional real, en el Internado, donde si hay sufrientes y murientes, descubrir que llevan un fusil bien pertrechado.

Si se tardan demasiado en averiguar esto, les puede pasar lo que a ciertos jueces que apenas estuvieron unos días en el cargo y renunciaron porque se descubrieron incompetentes para ejercer la importantísima función que tenían a su cargo. Como si al salir de la facultad nos metieran a operar tumores cerebrales. A lo largo de mi propia carrera, casi terminada con mi retiro, puews aquí sigo, en esta trinchera que sí puedo defender, tuve oportunidad, como Jefe de Enseñanza de conocer varios casos tristes de alumnos que al llegar a la práctica real y de día a día, no aguantaron la presión. Recuerdo un alumno de especialidad que llegó a decirme que renunciaba porq  ue ya no aguantaba más, ni el estrés de los pacientes, ni la presión que le metían sus propios compañeros. Puede ser desgarrador vivir en un hospital, día y noche ante personas que sufren y ante otros que te hacen sufrir, porque así es el sistema.

Evalúe cada quien, sinceramente, sus fuerzas, sus ánimos para estar en el frente de batalla, rodeado de enfermos y moribundos y cadáveres. Es muy difícil anticipar el estrés de salir a decirle a una madre que su niño acaba de morir. Y no hay manera de decir “yo no voy”. O vas, o te vas. Ahí se ve de qué está hecho cada uno, así como ante el estrés de atender a un niño de brazos deshidratado que se muere mientras tratamos canalizarle una vena para inyectarle soluciones que podrían volverlo a la vida. ¿Y si fuera tu hijo, o tu hermano? ¿Qué médicos querrías que lo atendieran? ¿Tú serás uno de esos que sabe salvar vidas, o de los que corren a esconderse en el baño hasta que otro e encargue? Piensa hoy, para que no sufras, ni hagas sufrir, mañana. Primum non nocere.