Ya no me acordaba de este pasaje olímpico casi heroico, me lo recordó José Bernardo Martínez de los Reyes González, les platico. En México 68 en la prueba de maratón, que es como la prueba reina de los juegos olímpicos, ya sabe usted, una carrera con tintes de heroicidad que nos viene de las ‘guerras médicas’ que escenificaron hace muchos años, más o menos quinientos años antes de que Cristo, los griegos y los persas. Son 42 kilómetros con 195 metros -¡una distancia bárbara!- los que tienen que recorrer los competidores, bueno pues en el 68 había un claro favorito, el etíope Abebe Bikila, que venía de ganar las pruebas de Roma 60 y Tokio 64, de las cuales cuando menos una de ellas la ganó corriendo descalzo. En México todos esperaban que esa leyenda deportiva refrendara su dominio sobre la prueba, pero ese día corrió lesionado, traía una fractura en uno de sus pies, aun así le alcanzó para encabezar la prueba en sus primeros kilómetros, finalmente ya no pudo más y tuvo que abandonar la competencia. Al final otro etíope se alzó con la victoria: Maammo Wolde, pero eso no fue lo más notable sin dejar de serlo, la noticia la dio el tanzano John Stephen Akhwari, quien Akhwari llegó al estadio universitario una hora después del primer lugar, la ceremonia de clausura ya había concluido, pero por el sonido local se pidió a los asistentes que aún seguían en las gradas que no se movieran de sus asientos pues iba a llegar un maratonista que no había concluido la prueba. Akhwari finalmente entró al estadio como pudo, visiblemente lesionado, a duras penas completó los últimos 400 metros de la prueba y cruzó la meta desplomándose enseguida, su tiempo fue de 3 horas 25 minutos con 17 segundos. Al final el tanzanés dijo que nunca se rindió porque “Mi país no me envió 10,000 millas para comenzar una carrera; me envió 10,000 millas para terminarla”. ¡Notable! Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.  

Ii Ventana del Miedo   La luz del sol cuela una franja de fuego a la habitación. La mañana se ha abierto como un fruto de luz esplendoroso. Es un día radiante. Un tordo con plumaje de tornasol azul suelta en su vuelo un fuerte grito, su escándalo hiere el silencio. Los gorriones beben del agua milenaria que escurre y canta en la fuente. La placidez del viento se enreda en hondas verdes frondas. Ella no ha intentado abrir la puerta y salir al encuentro del día. Quisiera resguardarse en una habitación cerrada. Quedarse a oscuras, con los ojos en negro. Suda copiosamente. Sus palpitaciones son el sonido de un tren despavorido que descarrila en la madrugada. Su estómago es un tenso nudo de trapo que la ahoga. Soporta las incontenibles náuseas de un mar agitado. Sus ojos son dos flamas hirvientes. Está impaciente. Sólo alcanza a comprender, absurdamente, que tiene tanto miedo de revivir el miedo. En su turbia memoria revuela la incertidumbre como una parvada de pájaros insomnes. Deposita en su boca, como frágil gota de penumbra, una pastilla para sucumbir en los abismos más sombríos y profundos del sueño. Mientras la tarde oscurece, sus ojos de cierran. La noche es un viejo navío que se aleja sin rumbo.     Manuel Antonio Santiago. Foto de Víctor León.            

Ventana de la soledad.   Recarga los codos en la barandilla de madera. Se inclina hacía el vacío. Apoya su mentón en el puño derecho. Meditabunda, deja ir su mirada al infinito. La calle está desierta. El viento sosegado se ha detenido entre sus cabellos. No se mueve una hoja de los frondosos liquidámbares. Ninguna flor asoma entre el verdor intenso del jardín. El océano gris del cielo de una marejada vuelca a la deriva el cúmulo de nubes; blancas y grumosas, se dispersan sin rumbo, como barcas de velámenes destrozados que desaparecen ante el soplo de la ventisca. Se escucha un silencio de boca de muerto, de sepulcro recientemente cubierto. Quisiera dar un grito. Una lágrima cae e interrumpe el inesperado vuelo de una abeja. Aclara su garganta. Se queda callada. Observa con detenimiento que en la empedrada callejuela, como una fiera inquieta, de un lado a otro, camina la soledad.. Manuel Antonio Santiago. Retrato de Victor León.

"Ser periodista implica ser alguien singular y admirable. Significa ser una persona curiosa y vivaz que no se permite creer nada hasta que no lo averigua por sí mismo y comprueba por lo circundante el qué, el quién, el cuándo, el cómo, el dónde y el por qué. Circunscribir al periodista meramente a su función reporteril sería limitar lo que es y debe ser su responsabilidad profesional. Los periodistas deben ser personas honestas, entendiéndose por honestidad un valor integral que tiene que ver fundamentalmente con un comportamiento y una actitud ante la vida. No sólo significa permanecer ajeno a los círculos de corrupción que plagan el periodismo mexicano, además implica responsabilidad para con los receptores de la información y escrupulosidad y rigor en el trabajo”. Se publica en el libro de Raymundo Riva Palacio: “Manual para un nuevo periodismo. Desafíos del oficio en la era digital”.

A propósito de José José y su ya mítica interpretación de la canción ‘El triste’ (Roberto Cantoral) en el Festival de la Canción Latina de la Organización de la Televisión Iberoamericana (OTI) en 1970, en el no menos legendario Teatro Ferrocarrilero de la capital de la República, el cantante se presentó a cantar acompañado de la orquesta –autor de los arreglos supongo también- del maestro José Sabre Marroquín. Tal vez poca gente saben que en esa orquesta tocaba, no sé si como titular o invitado, el músico jazzista cordobés Juan José Calatayud González. Si uno revisa el vídeo, que tiene más de 70 millones de visualizaciones, notará claramente el piano de cola como parte de la orquestación y al frente de este instrumento se encuentra el distinguido paisano, con sus inconfundibles lentes de pasta y, lo muy notable, abajo, “pedaleando” los pedales del piano, las piernas del músico en donde de repente lanzan destellos “los fierros” ortopédicos que lo acompañaron para siempre en su vida a partir del percance automovilístico que puso en riesgo su vida. Como se recordará, José José tuvo una apoteósica interpretación y al final todos querían abrazarlo, entre ellos el orizabeño Labardini. El primo de Juan José, Sergio Calatayud del Castillo me hizo el favor de pasarme el dato. https://www.youtube.com/watch?time_continue=13&v=0THrJGcFBrs Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.

Hace unos meses tuve el privilegio de, como se dice clásicamente, compartir el pan y la sal con un hombre excepcional, me refiero al licenciado Raymundo Flores Bernal. La oportunidad se dio porque uno de sus hijos, Ernesto, Lomán de segundo apellido, amigo muy querido, me hizo el honor de invitarme a comer a la espléndida finca que tiene la familia por el rumbo de la antigua carretera a Coatepec, en un paraje exuberantemente arbolado, en las márgenes del río Pixquiac. Antes debo decir que mi relación con la vertiente de la rama Lomán viene de las épocas de infante de este escribiente, en donde por razones que no viene al caso comentar ahora tuvo la oportunidad de visitar en muchas ocasiones la casa de la profesora Luz María Gómez Fernández (de Lomán), a la postre suegra del licenciado Flores Bernal, allá por los rumbos de la avenida Miguel Alemán, la antigua colonia magisterial, cuando aquello era el verdadero balcón de Xalapa, me refiero a los años 60. Pero volviendo a don Raymundo, departir con él es una experiencia en donde se abreva sabiduría, el conocimiento palpable de la historia política de México y del estado en particular de cuando menos los últimos 100 años, en donde en la plenitud de su vida, es un hombre dotado de una mente poderosa, brillante y ágil de pensamiento, que atesora un bagaje personal lleno de recuerdos y vivencias que se evidencian en la palabra expresa. Don Raymundo eslabona como pocos distintas épocas y momentos decisivos de nuestra historia reciente, de los cuales no solo ha sido protagonista, por si fuera poco también les han sido transmitidos por consanguineidad, nada más habría que revisar quiénes fueron los hermanos Flores Fuentes y su papel en la conformación del poder político y sindical de este país, por ejemplo, nada más y nada menos que del sindicato de trabajadores que es considerado el más poderoso de Latinoamérica. No me toca dar detalles de su rica vida personal, pero ojalá se anime a escribir sus memorias, el licenciado Flores Bernal tiene mucho que contar. Finalmente diré que me honra el privilegio de su amistad, de doña Olga y la de toda su apreciable familia. Don Raymundo, amigo admirable y entrañable, siempre conceptuoso, persona sencilla, orgulloso huasteco, veracruzano universal. Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.

1) "Mi fea, eres una castaña despeinada.. Mi bella, eres hermosa como el viento.. mi fea, de tu boca se pueden hacer dos.. Mi bella, son tus besos frescos como sandías... Mi fea, ¿dónde están escondidos tus senos'.. Son mínimos como dos copas de trigo.. Me gustaría verte dos lunas en el pecho.. Las gigantescas torres de tu soberanía... Mi fea, el mar no tiene tus uñas en su tienda.. Mi bella, flor a flor, estrella por estrella.. Ola por ola, amor, he contado tu cuerpo... Mi fea, te amo por tu cintura de oro.. Mi bella te amo por una arruga en tu frente.. Amor, te amo por clara y por oscura". 2) "Me falta tiempo para celebrar tus cabellos.. Uno por uno debo contarlos y alabarlos.. Otros amantes quieren vivir con ciertos ojos.. Yo sólo quiero ser tu peluquero... En Italia te bautizaron Medusa.. Por lo encrespada y alta luz de tu cabellera.. Yo te llamo chascona mía y enmarañada.. Mi corazón conoce las puertas de tu pelo.. Cuando tú te extravíes en tus propios cabellos.. No me olvides, acuérdate que te amo.. No me dejes perdido ir sin tu cabellera... Por el mundo sombrío de todos los caminos.. Que sólo tiene sombra, transitorios dolores.. Hasta que el sol sube a la torre de tu pelo".

El que esto escribe no es ningún conocedor de aromas para caballero. Hubo un tiempo que me decanté por la loción Vetiver, la más clásica entre las clásicas fragancias para caballero. Decir Vetiver era decir elegancia, galanura, galantería, seducción. De lo que no me percaté en ese entonces es que yo no podía llegar a las aulas universitarias oliendo a gentleman, era algo hasta ridículo. Vetiver va bien con personalidades maduras, diría que no va conmigo ni siquiera ahora que rebaso la media centena de años. Pero con el tiempo han aparecido otro tipo de aguas perfumadas que se han ganado el mote de clásicas, como es el caso de Fahrenheit, algo así como el meridiano cero. Pero esta loción no es una cualquiera, los que saben dicen que su aroma recuerda al de la gasolina. Algo hay de cierto en ello. Dice El País que “es la versión aromática de una moto sobre el asfalto al atardecer. Es contundentemente masculina, tal y como se concebía la masculinidad en el cine y la televisión de los años 80, cuando nació”. Mmm… quizá, lo que sí sé es que, al igual que la de la Casa Guerlain, Fahrenheit es una fragancia para caballeros maduros, un chaval no puede andar por ahí, paseándose por el barrio oliendo a Fahrenheit, es como muy sofisticado. Su base proviene de la resina de benjuí, sándalo y unas notas de salida de espino, madreselva y violeta. Tiene muy buen fijador que hace que su aroma perdure tres o cuatro horas después, sin embargo, hay un cierto toquesillo como a gasolina perfectamente identificable. Muy propio para oficinas ejecutivas con trabajo intenso. Lo escribe Marco Aurelio Gonzàlez Gama, directivo de este Portal.

En aquellos felices años de mediados de los años 80’s, en Xalapa había una buena oferta de lugares a dónde ir a “hincar el diente” a precios razonablemente baratos. Botaneros como el ‘Venegas’, en la calle de Magnolia, por el rumbo de la CFE y el Nacional Monte de Piedad, era un lugar imprescindible para muchos parroquianos, con cada ‘güera’ te servían quizá no la mejor botana pero cuando el hambre es canija, a veces hasta a los tornillos y tuercas le entra uno. La verdad es que el ‘Venegas’ no era precisamente la debilidad de uno, pero cuando el calor y el hambre aprietan, unas dos o tres frías no caen mal, en especial había dos botanas a las que podíamos calificar de insufribles, y esas eran el huevillo revuelto en salsa de chile seco, además muy picosa, y la costilla de puerco en salsa igual de chile seco. A cambio el ‘Venegas’ tenía una muy aceptable selección de platillos a la carta en donde sobresalían los tacos de camarón. No sé si el ‘Venegas’ siga abierto, pero en sus buenos días parecía que regalaban. Por ahí hay otro lugar que a la fecha sigue abierto y que cuando entra uno a él parece que entra a una cápsula del tiempo, me refiero a ‘La frontera’, en la confluencia de Corregidora, Maestros Veracruzanos y 20 de noviembre, enfrente de la gasolinera de La Piedad. ‘La frontera’ –tiene tiempo que no me aparezco por ahí- es un recinto pequeñísimo, a los más dos piezas y debe haber unas 4 mesas, de madera, con superficie de granito, de las de antes, con el logo de 2 x grabado. Según sé, esa cantina data de principios de los 50’s. Hoy la atiende el hijo del fundador, ingeniero él, por supuesto la barra está coronada por la foto de él. Este lugar tiene –o tenía- la particularidad de que no vendía alcohol, pura cheve y licores de frutas de la región (nanche, verde, naranja, café, etc.) y de botana daban frituras que ahí mismo se freían (cacahuates, chicharrines, papas, palomitas) servidas en puñito en papel de estraza. Pero en Xalapa no se pueden olvidar otros lugares de época como el ‘Papaloapan’ en Pino Suárez, con la mejor taza de chilpachole de jaiba y camarón, el ‘Tirgoviste’ de Sarabia, con muy buenos mariscos, el ‘Cuadrilatero’, quizá de lo mejor también en comida del mar, por la salida a Coatepec por la carretera vieja. Bueno y el ‘Cantábrico’ de Ávila Camacho, excelentes langostinos y muy buena paella y el bar del Hotel México, tradicional, con ese sabor a cantina como de la CDMX. Lo escribió hace ya cuatro años Marco Aurelio Gonzàlez Gama, directivo de este Portal.

Hace unos tres años se publicó un retablo fascinante en el diario español El País (5 de mayo), sobre una serie de retratos de Marcelo del Pozo que hizo este fotógrafo sobre el diestro José Antonio Morante Camacho (La Puebla, Sevilla, 3 de septiembre de 1988). Llama la atención un pasaje de él que autorretrata de singular manera a este hombre que parece sacado de una pintura de Goya, mismo que pongo a su consideración, disculpándome de antemano con mis amigos y amigas antitéticos al arte de Cúchares. Dice así El País: “Fuma un habano porque es su costumbre. Y porque la combustión del tabaco, la ceniza, identifican la antiquísima liturgia del fuego y la catarsis. ‘Me ayuda a relajarme el puro’, confiesa. ‘Me gusta el tacto, el sabor, la estética. Me envuelve la humareda. Me distrae. Y hasta me marea. Por eso tengo que tener cuidado. Y me acompaño de una bebida azucarada. El puro me hace compañía’. Capital reflexión de este gitano conocido como Morante de la Puebla, y viene al caso recordar que, en 'Mi último suspiro', la autobiografía autorizada de Luis Buñuel, hay un pasaje memorable similar a la descripción que hace Morante de eso que algunos antes llamaban "el arte de fumar". Como Morante, Buñuel era un fumador empedernido, decía el aragonés que no hubiera tenido la misma sensación al fumar si hubiera sido ciego, y es que el cineasta aragonés gustaba de ver el humo del cigarrillo, la ceniza y cómo se iba consumiendo el tabaco poco a poco entre sus dedos hasta que se apagaba el pitillo. ¿Usted qué opina?. Foto de archivo. Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.