Al parecer nuestros gobernantes no se han dado cuenta de que la impunidad es el cáncer que consume las instituciones del Estado. Si el Estado es un edificio, la impunidad ha minado los cimientos de ese edificio, ha deteriorado cada piso que sostiene; envenena el aire que ahí se respira. Pero lo que es peor, la impunidad se contagia, como una peste se transmite de acción en acción y hasta el hombre más honesto piensa que un poco de impunidad no le vendría mal para alcanzar algunos beneficios.
En un estado existe impunidad porque desde un principio no se hizo nada por erradicarla. La impunidad se hereda, es un mal genético de la política. Por eso un gobernante siempre buscará dejar en el trono a un vasallo que le cubra las espaldas, que no le vaya a pisar la cola.
El poder al que un político aspira debe ser tan abundante como para merecer impunidad; si a uno no lo ha tocado la impunidad, no puede ser considerado parte del sistema político que gobierna este país. La impunidad es el sello con que se graba el ganado de la corrupción, es la marca de Caín; político que no ha sido impune es un pobre político.
La impunidad es un término que refiere a la falta de castigo. Cuando una persona merece una sanción, una multa, un correctivo, una suspensión y no se le suministra, esa persona se vuelve impune. Esta condición de impune impulsa a la persona a seguir cometiendo sus faltas, sus delitos. Sabe que ha encontrado el mecanismo para cometer infracciones y no ser llevado a castigo. Si el delincuente se vuelve cómplice del que debe aplicar el castigo, y por ello logra salir impune, el que debe aplicar el castigo se vuelve también un delincuente y si no es castigado, también resulta impune, originando un círculo vicioso de impunidad.
A veces la impunidad es secreta; sólo la conocen el delincuente y el que debería aplicar el castigo. Pero en ocasiones la impunidad se vuelve una cosa pública, es tan evidente el delito que no se puede ocultar y entonces el delincuente es señalado, por momentos el aparato de justicia lo busca, lo encuentra, el delincuente lo evade.
Esto último es lo que ocurrió con Álvaro Cándido Capetillo, quien fuera director del IVEA, quien se enriqueciera a manos llenas, quedándose con los recursos que deberían ser para que las personas marginas alcanzaran la alfabetización. Capetillo salió del IVEA dejando la institución con verdaderos problemas financieros y con desfalcos que no pudo justificar. Por esa razón fue retirado de Instituto Veracruzano de Educación para los Adultos. Sin embargo el aparato de justicia ya había sido echado a andar y por pura inercia lo alcanzó.
El viernes 23 de mayo de 2014 Osvaldo Pérez Pérez, director de Telebachillerato (TEBAEV) fue detenido afuera de sus oficinas por elementos de la AVI. Inmediatamente se le remitió al reclusorio de Pacho Viejo, Veracruz. Resulta que Humberto Vázquez Medina, Agente tercero del Ministerio Público Especializado en Delitos Cometidos por Servidores Públicos, solicitó a la jueza de Pacho Viejo, mediante el acta de investigación FESP/560/08/III/I, una orden de aprehensión para Osvaldo Pérez Pérez, pero también para Álvaro Cándido Capetillo por el delito de “insolvencia fraudulenta”.
Álvaro Capetillo fue avisado por un elemento corrupto de la AVI y por ello logró evadir a la justicia. De no haber sido avisado hubiera pasado una noche “deliciosa” en el reclusorio de Pacho Viejo, hubiera suplicado hasta el llanto, como lo hizo Osvaldo Pérez Pérez; hubiera tenido que buscar a Salvador Manzur para que éste hablara con el gobernador y así lo dejaran libre. Pero no hubo necesidad, porque Álvaro Capetillo escapó de la justicia y anduvo como prófugo por algunos meses.
Sin embargo, como un gran engendro de impunidad, Capetillo no sólo evadió la justicia, sino que además burló la ley que rige a los veracruzanos, especialmente la Ley de Responsabilidad para Servidores Públicos. Engendro de la impunidad Capetillo fue nombrado en esta semana como delegado de la Secretaría de Educación en el puerto de Veracruz, en sustitución de Raúl Díaz Diez que se va al PRI municipal.
Por supuesto que Capetillo llegará a buscar de qué manera roba, de qué manera desfalca, de qué manera engaña, pues esa es su conducta aprendida. Al no recibir el castigo que merecía volverá a morder, volverá a depredar; la impunidad lo ha vuelto poderoso. Capetillo ya puede ser considerado un gran político, porque este gobierno lo ha subido de grado, de ser un simple operador político de Salvador Manzur, el secretario de educación, Adolfo Mota, aspirante a diputado federal, lo ha marcado, con el sello de la impunidad; Capetillo ya es parte de su ganado.
Ahora vemos que como secretario de Educación, Mota también sabe dar lecciones de impunidad.
Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com