(Dicen que Lorenzo de Médici y su parentela tenían la grata costumbre de poner al final de algunos de sus mensajes secretos el saludo “Cum amore” -“Con amor”, en italiano-, y eso quería decir que el destinatario tenía que matar al mensajero, para asegurar la secrecía de lo trasmitido; era algo así como un antihackers renacentista).

Hecha la precisión, sigo con el relato que dejé pendiente ayer:

Lo real es que el sobre existía sin duda, estaba en mi mano, y me dispuse a abrirlo… pero antes de hablar aquí del contenido me detendré en las pesquisas que hice para tratar de responderme la pregunta que me daba vueltas en la cabeza: ¿quién era o podía ser el personaje que me había entregado de manera tan singular esa información?

Primero acudí a un amigo que es experto en esas cuestiones, y me hizo el favor de escudriñar el sobre y el papel, aunque sin resultado alguno porque uno y otros estaban limpios de huellas dactilares (que no fueran las mías). Las dos hojas que contenían la información eran blancas de papel Bond de 36 kg., lo que quiere decir que eran las que usa prácticamente todo el mundo, y el sobre era tamaño carta de papel manila de uso corriente -al parecer había sido vendido unos días antes dentro de un juego de 50 unidades en una tienda de insumos para oficina de Plaza Ánimas, pero nadie recordaba al sujeto o sujeta que lo adquirió, y tampoco aparecía en las cámaras de la negociación-.

¿Cómo era el mensajero? Por lo que alcancé a registrar en los pocos momentos en que estuvimos juntos, puedo decir que era de tez morena, medía 1.75 centímetros aproximadamente (aunque podría ser menos alto, porque descubrí unos ladrillos en los que pudo haber estado parado). Vestía un traje oscuro y una corbata roja. El pelo no se lo pude ver porque lo ocultaba con un sombrero tipo Panamá. Usaba zapatos negros con suela de hule, pues nunca escuché sus pasos cuando se apareció ante mí o cuando se esfumó en la oscuridad del estacionamiento.

Tenía acento costeño, pero era difícil ubicar su origen preciso, porque nasalizaba las letras “n” como lo hacen en el norte sotaventino, pero guturalizaba las letras “s” en sílabas terminales, según es costumbre en la zona de Los Tuxtlas.

¿Qué más? Ah, era delgado, atlético, pero mostraba una incipiente panza que revelaba su edad madura. Usaba un perfume notorio, fino, porque su olor permanecía en el ambiente y además ocultaba cualquier otro tipo de aroma. No podría decir por eso si tenía aliento alcohólico o no, o si había comido algún guiso muy condimentado. Su dentadura era blanca y cuidada, lo que revelaba también su condición socioeconómica (y tal vez educativa) alta.

No puedo decir más de aquel encuentro fugaz en un rincón olvidado de un estacionamiento. Me quedó solamente aquel sobre y esas dos hojas de papel, de cuyo contenido, si me permiten, daré cuenta mañana… (otra vez continuará).

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