No, no creo que realmente la estatura del Informe Presidencial se haya achicado cuando Porfirio Muñoz Ledo, el apache de la política, utilizó la famosísima frase de Guillermo de Vinatea para darle el primer sentón a un Presidente en la Cámara de Diputados, y le dijera a Ernesto Zedillo “todos juntos somos más que vos”. La estatura la fue perdiendo gradualmente desde que los chimbombitos fuimos perdiendo interés. Lo de Muñoz Ledo ya fue un exceso. Para cuando ese episodio se presentó estaba yo en la flor de la edad, todavía creía medianamente en las instituciones y sentí un poco de escozor, para qué le digo que no, si sí. Pero poco a poco fuimos olvidando la apoteótica ceremonia en la que los más avezados políticos se felicitaban por ser tan fregones. Era el día de decirle Rorro al Presidente.
En aquellos todavía buenos tiempos (para el PRI, porque para los demás siguen siendo los mismos tiempos) era todo un acontecimiento el Día del Presidente, aún más importante que el día, por ejemplo, del Cartero, el del Padre, o el de la Raza. Estaba marcado como día inhábil en los calendarios, para que: ya sea que viviera usted en la Capital y tuviera la enorme fortuna de ir a formarse detrás de las vallas para echarle confeti al séquito presidencial o presentar a las más bellas de sus hijas y sobrinas en los balcones de 5 de mayo y Madero, para que en una de esas el Presidente les echara un lazo que sacara a la familia de pobres; o que viviera en el pueblito electrificado más alejado de Veracruz; tuviera la fortuna “in homine” o aunque sea por radio, de escuchar las buenas nuevas traídas desde las lejanísimas tierras conocidas como Los Pinos, que era donde vivían los elfos, los magos y se enseñoreaba el oráculo mayor.
Ahora ya no hay de fresa. Los informes presidenciales tienen menos rating que una sesión en vivo del Canal Legislativo y los informes gubernamentales andan por el mismo nivel. La última vez que aquí en Veracruz se puso emocionante fue cuando se esperaba que Patricio Chirinos leyera su informe y ya ven, al final él fue quien puso el desorden y comenzó a enviarlo por escrito.
Es parte del México que se nos fue. Que no me atrevo a decir que era bueno, pero cuando menos entretenía a algunos cuantos. Recuerdo varios paseos presidenciales con las calles tapizadas de papelitos verdes, blancos y rojos, en entradas triunfales que hubiera deseado Napoleón; con los presidentes altivos y con el pecho erguido, mostrando con orgullo Banda Presidencial que besaban con la misma devoción que los sacerdotes besan el altar. ¡Qué tiempos aquellos! En poco tiempo llegaremos a la situación en que el Informe Presidencial se va a imprimir en hojas de reciclo, se amarrará con pita, y unos vándalos desalmados harán la entrega montados en un auto descapotable, girando el bulto sobre sus cabezas para que, tomando vuelo, lo hagan volar sobre la cerca de San Lázaro y que éste vaya a caer a los pies de los policías de la entrada. Ya si lo leen los legisladores, o no, es algo que al Presidente le vendrá resultando intramuscular, con el deber cumplido se irá al Auditorio Nacional a donde habrá reunido a sus invitados, los “verdaderos patriotas”, que tendrán la consigna de aplaudirle más que a Luis Miguel en su concierto 33. Posteriormente, y para que la ciudadanía pueda saber qué está pasando en el país, se insertarán las imágenes de los resultados presidenciales en las cajetillas de cigarros. Se habrá logrado cuando menos algo bueno.
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