Todo está escrito sobre las presuntas reformas estructurales en México. Los medios informativos han dado cuenta de los pros y los contras, pesando más en la opinión pública su cuestionamiento que el optimismo infundado de sus artífices en un herramental jurídico cuyos resultados futuros están por verse.

Lo que aun no me queda claro, es en que cual México de entre todos se pretende operar el cambio y transformación que motivara la cauda de reformas legales que acompañaran al regreso del PRI a Los Pinos, ¿en el de arriba o en los de abajo?

Por ahora, es evidente que éstas están referidas explícitamente a necesidades concretas de sostener e incrementar la tasa de ganancia del gran capital, doméstico y externo, adecuando el marco jurídico a las exigencias de un no tan libre mercado global en el marco de la actual etapa del capitalismo como sistema dominante. Los beneficios presentes y futuros se circunscriben al México bonito, el que se moverá avanzando en los terrenos de una modernidad acotada por un proceso de desarrollo desigual en la globalidad del entorno, confiando en utopías.

No es circunstancial el énfasis que se pone en crecimiento económico y estabilidad macroeconómica como el fruto por alcanzar con las mentadas reformas, en el México de los más ricos entre los ricos. Peña Nieto ha sentado las bases para el México de la modernidad y prosperidad, diría el gobernador veracruzano en su insensibilidad e ignorancia.

Lo que aún no es evidente o no explicitado lo suficiente aunque la gente lo percibe, es en que medida el satisfacer la demanda del capital asegura el beneficio marginal presente y futuro para el o los Méxicos que, excluídos del desarrollo, no están contemplados más allá de su subordinación a propósitos de productividad y competividad en que se sustenta el sostener e incrementar la ganancia en los bolsillos de una minoría rapaz e insaciable.

La experiencia indica que bajo el modelo neoliberal la distribución de la riqueza no se da, se concentra en pocas manos y por necesidad de reproducción de la fuerza laboral marginalmente salpica a los de abajo. Lo que obliga a pensar en que bajo el esquema reformista pobreza y desigualdad son la constante; luego para el Sr. Peña sueño y reto es construir un nuevo México a costillas de los otros Méxicos, los de la clase media empobrecida, los de los pobres y pobres entre los más pobres, los marginados y “condenados de la tierra” que darían sustento al edificio. Razón más que suficiente para augurar su fracaso.

Sobre esto último, el Dr. León Bendesky, experto en temas de la pobreza, en su artículo que bajo el título «Cimientos», publicara La Jornada en su edición del 8 de los corrientes, con una diáfana sencillez nos dice:

“…las reformas como las que se legislaron en México recientemente se llaman estructurales, pero difícilmente pueden alterar por sí mismas las condiciones que definen a la sociedad y la economía. Esas no se alteran. Pueden, sí, generar pingües negocios cuya derrama estará contenida, pues no cambian los patrones de la concentración de las beneficios.”

Haciendo énfasis en “que las reformas de todo tipo tienden a imponerse sobre unos cimientos ya existentes. Como pasa con una edificación, su estructura, el diseño y, finalmente, su funcionamiento, dependen de dichos cimientos. Así que de alguna manera surgen y se aplican en relación con un conjunto de elementos que fijan sus términos, sus límites y posibilidades.”

Más claro ni el agua. Para el cambio estructural que se propone habría que empezar por los cimientos, lo cual no está contemplado en los afanes reformistas de Los Pinos. Construir un nuevo México sin alterar los patrones de alta concentración del ingreso, desigualdad, marginación, desempleo, informalidad y pobreza extrema que dominan el escenario nacional, es bordar en el vacío. Hasta los castillos que se construyen en el aire requieren de una cimentación literaria sólida para impactar en el imaginario colectivo.

El peso específico del México marginal no da para cimentar el México moderno y próspero de los ricos entre los más ricos de este país, y los que lleguen. Más temprano que tarde, la inercia que deviene desde los remotos tiempos de la conquista y la colonia, pondrá “términos, sus límites y posibilidades” a lo que en el mundo globalizado se entiende por modernidad.

México, el de siempre, no puede escapar a la dialéctica del subdesarrollo; menos aún en un mundo globalizado en el que para ser competitivo en los terrenos del libre mercado, hay que ser lo suficientemente pobre como para satisfacer la demanda creciente de materias primas y mano de obra baratas. ¡Vaya paradoja!

El México virtual moderno y próspero en oposición al México real, el de todos los días de las mayorías.- Cd. Caucel , Yuc., 10/09/2014

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