En relación al referendo que tuviera lugar el pasado jueves en Escocia, son dos aristas de este fenómeno que me llaman la atención y que sin duda llaman a la reflexión. Por un lado la madurez cívica de una población que abrumadoramente participara en la definición de su futuro como país y, por el otro, la capacidad del gobierno inglés para administrar el conflicto sin perder el control político y mediático. Recurriendo a la fuerza de las ideas, convenciendo, y no al monopolio de la violencia como históricamente ha venido sucediendo en Irlanda.

La población tuvo al alcance de su mano la argumentación en pro y en contra de la independencia de un país que desde 1700 fuera anexado a la corona británica, y actuó en consecuencia en el marco de la democracia representativa, con apego a la institucionalidad de un proceso en el que los órganos electorales se reconocen y respetan.

Sin falso triunfalismo quienes optaron por el no reconocieron ser mayoría, en tanto que los que esperaban una respuesta favorable al si, aceptaron el resultado del proceso comicial, esperando tener mayor suerte en el futuro. Sin incidentes graves que ensuciaran el evento, pese a la polarización puesta de manifiesto en el referendo, todos aceptaron con madurez el resultado. Cuando menos es lo que los medios de comunicación externaron sin mayor profundización de lo que pudiera estar aconteciendo bajo el agua.

Escocia optó por seguir formando parte de Inglaterra, con los pros y los contras que ello significa. El futuro dirá si el movimiento independentista cobra fuerza y le da la vuelta a la tortilla. Pero lo que a mi juicio es relevante es que este país del viejo continente, después del referendo ya no será el mismo, como tampoco será igual su relación con la corona británica y con la Unión Europea. El Reino Unido, rescoldo de un imperialismo venido a menos, como tal tampoco será el mismo tras haberse escuchado, atendido y negociado una añeja aspiración independentista, canalizándose la participación popular por la ruta institucional.

Un paso a la vez en el largo proceso de aproximaciones sucesivas en las aspiraciones de independencia, soberanía y libertad, que debería ser ejemplo para un país como México, en el que las aspiraciones de las mayorías para la cúpula del poder no se ven no se escuchan y mucho menos son atendidas, mientras el autoritarismo antidemocrático del presidencialismo de nuevo cuño trata de llegar para quedarse.

La diferencia estriba en que en el viejo continente se vive en una democracia representativa madura que, pese a sus limitaciones sistémicas, se sustenta en una ciudadanía también madura. En nuestra incipiente democracia, que por principio está secuestrada por la partidocracia, se piensa y se vive de diferente manera, careciéndose de una ciudadanía responsable y consecuente que sirva de contrapeso al poder institucional.

Así como se carece de una auténtica participación popular, organizada, con visión de su pasado histórico, de su presente y con una clara definición de que país desea para el futuro. Tal carencia deja espacio al autoritarismo retrógrado, así como auspicia el dejar hacer, deja pasar lo que verticalmente se le impone a la población desde la cúspide del gobierno. Cartucheras al cañón, quepan o no quepan, así se entiende y así se acata sin mayor talante crítico, reafirmándose el paternalismo con el que las clases dominantes manipulan y ejercen su control sobre las subordinadas.

En el mundo revuelto que nos está tocando vivir, nuevos aires independentistas ventilan el enrarecido ambiente de la crisis del capitalismo que, en su manifestación neoliberal no encuentra salida, profundizándose. El movimiento independentista de Cataluña que pugna por dejar de ser parte del reino español, está a la orden del día, cobra calor y, a diferencia de Escocia, el gobierno está resultando ser un mal administrador del conflicto, confrontando, provocando y exacerbando los ánimos; poniendo en evidencia a un caduco régimen monárquico que no acaba por dejar atrás al franquismo y sus secuelas antidemocráticas de exclusión y represión.

Cómo evolucione este movimiento está por verse. Por lo que toca a nosotros, no podemos hacer de lado que en México parece se quiere seguir la misma escuela del gobierno español, dividiendo, polarizando y forzando salidas impopulares.

Escocia y España, dos imágenes de un mismo conflicto que ya cobra naturalización en la geografía y geopolítica de un mundo globalizado que se reacomoda de cara al futuro, para seguir manteniendo los mismos patrones neoliberales del capitalismo salvaje sustentados en alta concentración de la riqueza a costa de pobreza y desigualdad.

La lección del viejo continente ahí queda. Toca a los pueblos asimilarle y actuar en consecuencia de acuerdo a los tiempos. Lo que sin embargo vale la pena rescatar para ya es que vale la pena considerar que no todos los movimientos sociales y políticos son iguales ni se repiten en forma y contenido, siendo muchos los factores internos y externos que condicionan su circunstancia. Según el sapo es la pedrada, decían los abuelos. Lo que tampoco se puede ignorar es que organización, inclusión y programa para la acción es determinante para su evolución y capitalización de la participación popular.

Así como no debería ignorarse que los partidos políticos tradicionales ya no tocan el son que la gente quiere escuchar y bailar. Ha llegado la hora en que los pueblos quieren expresarse por sí, sin intermediarios ni intérpretes que condicionen su destino.- Cd. Caucel, Yucatán, septiembre 21 de 2014.

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