Lenta pero inexorablemente las ciudades cambian. Normalmente no lo notamos porque pasamos día con día por los mismos lugares y nuestros ojos se acostumbran al paisaje. Yo aprendí a apreciar el cambio de mi ciudad cuando viví en Chihuahua. Por aquellos años en que andaba en busca de alguna cabra montañesa que me rompiera los huesitos, sucedió que Xalapa dio el estirón y pasó de la pubertad a la adolescencia citadina en un tris. De buenas a primeras construyeron un Vips frente a Plaza Cristal y por primera vez los xalapeños supimos lo que era contar con una franquicia restaurantera que evocara al Distrito Federal. Se construyeron algunos distribuidores y el mequetrefe y peladazo de mi hermano me vacilaba asegurándome que ya estaba en ciernes la construcción del Metro. Va a ir de Las Ánimas al Centro y llegará hasta el CEM, me aseguraba, y me imaginaba los tremendos hoyotes que recibirían al gusano comegente. Obviamente eso fue chacota, pero el sentido de su vacile era el importante… me fui por un par de años y cuando volví realmente encontré la ciudad muy cambiada.
Todo esto viene a cuento porque este fin de semana estuve en el Distrito Federal y pasé frente a la plaza comercial Parque Delta. Recordé que en ese preciso lugar se encontraba el Parque del Seguro Social, el estadio de béisbol que alojaba a mi equipo del alma Los Diablos Rojos del México y a los Tigres capitalinos. Mi mente fue asaltada con imágenes en blanco y negro y sepia, de aquellas veces en que mi padre nos llevó a ver los juegos de béisbol. Realmente nos encantaba a mi hermano y a mi ver esos juegos, así como toda la parafernalia de comprar los refrescos y hotdogs, y admirar en la tienda de recuerdos las pelotas de béisbol nuevecitas y los jerseys de nuestros jugadores favoritos. Queríamos estar en las zonas traseras a los jardineros, con la esperanza de cachar alguna pelota pero nunca nos llevó mi papá, nos cuidaba muy bien, y se preocupaba tanto por nuestra felicidad momentánea que se esforzaba en encontrar lugares justo al centro del estadio, para que él y mi hermano se pudieran sentar en la zona azul y yo en la zona roja pues los muy bellacos preferían a los insufribles Tigres. No faltábamos, de ser posible, al día del aficionado pues a la entrada nos daban a los niños un juguete, a veces una pelota, un gansito y un refresco… y con eso nos tenían locos de contentos. Pero lo mejor fue ver al gran Cananea Reyes llevar al campeonato a los Diablos y al gran Nelson Barrera desfondando a los Tigres una vez tras otra.
Después del temblor del 85 ese parque fue demolido y de sus últimos recuerdos quedaron las hileras interminables de muertos que distribuyeron las autoridades por todos los jardines. No había lugar en las morgues ni en los hospitales para tanto cuerpo y como si se tratase del final de la película Pandillas de Nueva York, los cuerpos quedaron tendidos en el pasto esperando ser reclamados por sus familiares. Tanta tristeza hacía imposible que se pudiera disfrutar nuevamente de un partido de béisbol. Posteriormente los Tigres se fueron a Puebla –creo- y ahora andan de judíos errantes y tienen su sede allá por Tizimín en Yucatán o en alguna de esas ciudades olvidadas. Los Diablos Rojos del México se trasladaron al Foro Sol y ahí se han mantenido con sus altas y sus bajas. Ahora, al parecer los van a cambiar nuevamente de estadio para que el Foro Sol sea adecuado para la Fórmula 1. De aquella visión del Parque del Seguro Social ya sólo quedan los recuerdos que permanecen como sombras en los rincones de nuestro cerebro y que saltan sólo cuando su esencia es evocada.
Xalapa cambia. Veracruz cambia. México cambia. Y no nos damos cuenta porque no enseñamos a nuestra vista a reconocer lo bueno de la vida. He estado yendo a trotar en las mañanas a la USBI (pero esa es otra historia) y los paisajes a esas horas en las que Dios aún ni siquiera se ha levantado, son de campeonato. Haga memoria de su ciudad y recuerde todo aquello que lo marcó en su juventud, y verá, tal vez con nostalgia, cómo hemos cambiado.
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