A lo largo de su mandato, las calificaciones del presidente Enrique Peña Nieto se han mantenido bajas y también los niveles de aceptación. En el primer caso, menos del 5.0 y en el segundo, abajo de 50 por ciento. Esta realidad es un tema de discusión entre políticos, periodistas y analistas políticos.

La razón que se propone con mayor frecuencia para explicar el hecho es que la economía crece de manera lenta y por lo mismo no se generan suficientes empleos y tampoco mejoran las condiciones salariales. Se dice también que cuando las reformas empiecen a tener efecto, la percepción sobre el presidente va a cambiar.

En la historia reciente del país ha habido periodos donde la economía también ha crecido poco y a pesar de eso los presidentes mantienen calificaciones más altas y mejores niveles de aceptación. En razón de eso, considero que este argumento no explica del todo lo que le sucede al presidente Peña Nieto.

Propongo otros para explicar sus bajos niveles de aceptación. El primero es que el presidente y su partido, a pesar de haber ganado de manera amplia la presidencia, no logran generar confianza en su gestión. En la sociedad existe un antipriísmo generalizado que se expresa en esas valoraciones.

El segundo es que a pesar de la eficacia manifiesta del presidente y su equipo para sacar adelante las reformas, en conjunto con las grandes fuerzas políticas del país, la acción más exitosa de la actual administración, él y su gobierno no logran que la ciudadanía valore positivamente ese resultado.

El tercero es que el presidente y su equipo no terminan de entender que el país que gobiernan es muy distinto al que le tocó gestionar al PRI antes del 2000 y que es otra la ciudadanía, ahora compuesta mayoritariamente por una clase media popular emergente. Para esa ciudadanía las formas de hacer política y de comunicarla que tiene este gobierno le resultan formales y anquilosadas. No le dicen nada.

El cuarto es que el presidente y su gobierno no han podido, a pesar de distintos intentos, establecer empatía con la gente. Todo lo que hace el presidente y su gobierno se mueve en el esquema de lo políticamente correcto, que cumple con ciertos cánones, muy valorados por el actual gobierno, pero que para la gente no significan nada.

El quinto es que el presidente está muy cuidado y se le mantiene alejado de los medios y también de la gente. Los supuestos eventos de cercanía lucen artificiales y no logran que la ciudadanía los vea como auténticos. El presidente y su gobierno no están dispuestos a arriesgar y pagar los posibles costos de una real espontáneidad.

El sexto es que en la liturgia cívica propia de los políticos del Estado de México, reconocida incluso por otros políticos priístas como excesivamente formal, cuenta más las maneras, lo que parece, que el real contacto con la gente. Se actúa para la clase política y los medios y no de cara a la ciudadanía.

Si tengo razón, habrá que ver, en el caso de que crezca la economía y mejore el poder adquisitivo del salario, la valoración del presidente y su gobierno seguirá siendo baja, porque ésta obedece a un conjunto de razones que van más allá y todas relacionadas con una manera de hacer y comunicar la política.