El hombre hizo una pausa en su relato, hasta ese momento tenía la completa atención del grupo de amigos que, sentados alrededor de la tumba de Colosio, escuchábamos en la semioscuridad del cementerio la historia del fantasma de Palacio.
Él hombre había sido guardia en una de las puertas del castillo. Su padre y el padre de su padre también lo fueron. Pero los acontecimientos narrados sucedieron cuando él apenas era un niño, y los escuchó por primera vez de boca de su abuelo.
El anciano le había dicho que a unos días de tomar el puesto de guardia, llegó una mujer de quien se decía hablaba con los santos. Poco a poco se fue metiendo en la conciencia del Príncipe, quien le brindó toda su confianza. Por medio de intrigas y traiciones la mujer fue escalando peldaños hasta colocarse a la diestra del Príncipe quien la consideraba su fiel consejera.
Ignoraba el noble gobernante que la mujer estaba preparando un ardid para que el pueblo se volviera contra él. En su postura de consejera se fue arrogando comisiones y poco a poco se hizo de bastante poder y propiedades, hasta se le llegó a conocer en un tiempo como la vicegobernadora, la mujer que tenía el mando, la vocera que se comunicaba con los ángeles, la señora de los juglares, la madame de los adalides.
A tiempo el Príncipe logró darse cuenta de la traición que se fraguaba en su contra y de inmediato la mando traer para pedirle cuentas. Ante las pruebas que eran más que suficientes, Madame Gina, como vulgarmente se le conocía, en la misericordia del gobernante fue degradada a secretaria técnica, es decir a nada; asimismo se le obligó a vivir encerrada en una de las torres altas de Palacio.
El golpe fue tan contundente que Madame Gina perdió la razón. Dicen que por las noches, cuando ya los ministros abandonaban Palacio, ella salía de su encierro y recorría los amplios pasillos, ataviada de vestidos de gala, susurrando primero y al final gritando una frase que como letanía le dictaba su locura: “La gloria es un ave pasajera que emigra en invierno; la gloria es una ave pasajera que emigra en invierno”.
Una mañana, después de varios años de encierro, fue encontrada muerta en su recinto carcelario, pero su muerte no significó que su presencia habría de partir con ella.
“Cuenta mi abuelo –continuó el hombre después de su prolongada pausa- que todas las noches en los pasillos del Palacio se escuchaba el sonido de las cadenas arrastrándose, todas la noches la letanía empezaba como un susurro y terminaba hasta el amanecer como un grito desgarrador: ‘La gloria es un ave pasajera que emigra en invierno; la gloria es una ave pasajera que emigra en invierno’. El colmo fue cuando el fantasma de Madame Gina se aparecía incluso por las mañanas, cuando el Príncipe daba sus conferencias de prensa. Se aparecía como alma en pena, añorando viejas glorias. Intentó varias veces intervenir en las decisiones del Príncipe, pues convertida en susurro le soplaba sus infamias, sintiéndose en el limbo, como la mujer poderosa que alguna vez fuera.
No muchos advertían su presencia, pero a los cercanos al Príncipe se les hacía insoportable el espanto y por eso suplicaron que se llevara a cabo un exorcismo en Palacio, a lo que el gobernante accedió.
Fue así que a unos días de la celebración de Los Santos Difuntos, el fantasma de Madame Gina fue expulsado de Palacio con un conjuro”.
El hombre volvió a hacer otra pausa, esta vez más breve, luego continuó. “Dice mi abuelo que el sacerdote que practicó el exorcismo la engañó haciéndole creer que la enviaba como comisionada a una empresa donde podría ser la gran consejera, la ideóloga, la arquitecta de una plan político que habría de brindar triunfos al partido del Príncipe. Fue así como convencieron al fantasma de Madame Gina para que saliera de Palacio”.
El hombre volvió a guardar silencio, de en medio de ese silencio se levantó un murmullo, apenas audible. La voz de una mujer que salía de en medio del cementerio del PRI, suplicaba atención, conforme la voz se acercaba a la tumba de Colosio, el miedo recorría nuestros cuerpos, como si fuera una serpiente húmeda. Cuando la súplica se convirtió en lamento, todos salimos huyendo del cementerio, buscando nuestras cabalgaduras, al tiempo que escuchábamos la voz de Madame Gina recitando su lastimosa letanía: “La gloria es un ave pasajera que emigra en invierno; la gloria es una ave pasajera que emigra en invierno”.
Sólo yo tuve el valor de dar la vuelta y mirarla. Ahí la vi, en la tumba de Colosio, abrazada a los despojos del héroe. Su lastimosa figura espectral no era ni la sombra de lo que algún día fue.