A Jaime Renán
Para el desencanto no hay como cinco botellas de vino blanco, un cuarto de queso panela, doscientos gramos de ate y tres de tus mejores amigos. Invítalos como a las cuatro de la tarde para que la noche no se presente con su oscura impertinencia. Deja que primero te hablen de ellos. Cálalos, entiéndelos y cuando hallan terminado cuéntales de lo infeliz que eres ese día, diles hasta el hartazgo que la vida se ensaña contigo y que por todos lados la gente confabula en tu contra; explícales que el destino todo lo avería y que estás arrepentido de todos tus pecado, incluso de aquel último que cometiste, que es el décimo pecado capital: la dieta.
Ellos tratarán de consolarte, halagarán tu manera de escribir, les gustará tu nuevo proyecto de libro y después de un adiós, juntos se irán riendo de tu desgracia que no es ni con mucho más sobresaliente que la de cualquier otro hombre.
Más tarde, por la noche, queda de verte con la chica que amas en secreto. Dile que quieres charlar con ella como buenos amigos, utiliza cualquier artimaña pero por favor no le ruegues, eso podría después de todo, hacerte sentir más infeliz. Como es más joven que tú, ella insistirá para que se vean en el bar de moda y como no tienes fuerzas para discutir, como no tienes ganas de decirle que no, quedas de verte con ella en el Boulevard 93.
Llegas antes que ella, afuera del lugar hay una cantidad de jóvenes que hacen fila para entrar. ¿Recuerdas el Boulevard de antes?, más chico pero más íntimo, menos gente, menos humo, menos arribistas, menos poses, menos estupidez, menos tristeza. Para colmo, a tu amiga se le ocurre llegar con dos chicas que ni conoces. Apenas te saludan. Te barren como si sus ojos fueran escáner; te tragan, te digieren, te desechan. De entrada la noche empieza mal, esas chicas quieren dirigirte en todo. Entran y consiguen lugar cerca de la barra. Cuando te das cuenta ya te pusieron una cerveza oscura enfrente y tú sólo tomas claras. El aire es irrespirable. Los que abarrotan el lugar no lo saben pero están respirando un aire pervertido, una combinación de humo de cigarro con sudor de axilas y con un toque de alcohol que si te lo inyectaras directo a las venas te causaría un colapso que te dejaría en estado comatoso. Pero no quieres regresar a tu casa, ese aire de la soledad puede ser más nocivo. Sabes donde está el Valium y prefieres, muy a tu pesar, a tu amiga y al alcohol.
Una de las dos chavas que entraron con ustedes se dirige a ti y con displicencia, te pide un cigarro. “Pero estás loca -le dices- no se necesita un cigarro en este lugar, sólo basta con que boquees como pez para semejar fumar y hasta te ahorrarías el tabaco”. Se molesta porque tú no fumas, y cuando se consigue el cigarro te das cuenta para qué lo quiere. Lo toma con el cuidado de una enfermera que está con la jeringuilla preparándose para inyectar. Se lo lleva a la boca con tal diligencia que te parece la escena erótica de la noche. Luego de hacerle un par de felaciones al cigarro exhala el humo que se confunde con la humósfera que se sostiene a unos cuantos centímetros de tu cabeza y que es semejante a una nube a punto de soltar su tormenta.
La música al menos es buena, excelente dirías. Pero no hay gran mérito en eso, sólo se requiere buen oído para mezclar a los Bee Gees, a los Earth, Wind and Fire, a Culture Club y todos aquellos grupos medio andróginos que sonaron en los ochenta, porque los ochenta es el pasado próximo, la nostalgia acústica inmediata. Pero no puedes prestar atención a la música porque el ambiente se satura de risas, de gestos, de parloteos, de gruñidos incluso.
Tú, ahí, con toda esa fauna que se alimenta de humo, alcohol y ruido; tú que pretendes salir de tu depresión, del desencanto por no haber recibido la tan esperada beca. Tú y la anticelebración que se convierte en martirio, en penitencia. No te bastó con la mala noticia por la mañana, tenías que completar el día con esa noche en el Boulevard 93 que se ha convertido en una antesala del infierno, de tu infierno.
La otra chica con la que entraron, la de los ojos de escáner te pregunta si te sientes bien. La miras con dulzura, cuando te das cuenta que su pregunta fue irónica le riegas la cerveza sobre el escote, ella desconcertada te maldice, todos te maldicen, la fauna se vuelve contra ti, es jauría; un par de gorilas te obliga a salir, ellos creen que te sientes mal por eso, pero les agradeces porque de otra manera no hubieras podido salir.
Es pasada la medianoche, ha empezado a llover, caminas por la avenida, la lluvia te refresca, la noche te abraza, tu soledad te consuela. Entonces comprendes que los amigos que prefieres, en ese momento, están contigo; siempre estarán contigo.
Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com