Un buen amigo que tiene pocos calcetines y los que tiene los tiene agujereados (no por pobre sino porque dice que está a la moda impuesta por Paul Wolfowitz cuando éste visitó Turquía) muy abismado en sus pensamientos me contaba de cierto video que, asegura, se está haciendo viral en la red. Es de un colombiano-japonés que vivió desde muy niño en país del Sol Naciente y ahora viene a Latinoamérica a enmendarnos la plana y a, palabras más palabras menos, decirnos que no somos tan tarolas ni tan pencos, sólo que nos falta una escalera grande. De acuerdo con mi buen amigo al que sin recato alguno se le asoman los dedos gordos de los pies, el colombiano-japonés asegura que los japoneses no son más inteligentes que el promedio, que ellos en estricto sentido ni siquiera han inventado algo importante y que todo lo que usan lo han inventado en otros países, pero lo que sí tienen es ser disciplinados. La disciplina es su principal virtud y por eso han sobresalido.

Honestamente a la mitad de su sopesada disertación yo ya no lo escuchaba y en mis oídos sólo llegaba el sonido de las olas del mar, como las que escucha Ángel Aguirre cuando le piden su renuncia y él hace como que la Virgen le habla. En mi caso no sé si realmente sea inteligente como dice el colombiano-japonés, pero lo que sí le puedo decir es que soy muy poco disciplinado. Agarro moditas que me duran cuando mucho dos o tres meses y por eso en mi niñez y adolescencia me convertí en un Sport Billy por definición. Jugaba y practicaba de todo, pero nada seriamente.

Ahora, me he sorprendido a mí mismo levantándome temprano para ir a trotar. A las seis de la mañana se activa el llamado telefónico de mi buen amigo El Estileto y yo, rezongando, me levanto y busco mi ropa deportiva entre penumbras. A las seis con treinta ya estoy dándole al trote con un panorama aún a oscuras lo que me hace temer un trágico atropellamiento pues yo moreno y a oscuras, cualquier conductor trasnochado puede confundirme con un gato negro y querer despanzurrarme a media calle. He estado corriendo estos últimos días en los Lagos de las Ánimas y, aunque no lo crea, disfruto sin mesura esos amaneceres que se reflejan en el espejo del agua, las violentas nubes que vienen y van cubriendo y destapando estrellas, y el enorme firmamento que explota en mi interior. Gracias a dichas desmañanadas me ha tocado también disfrutar de un par de arcoíris gigantescos y diáfanos que me han henchido de orgullo celebrando mi, hasta ahora, escasa disciplina.

No ha sido nada fácil sobre todo porque para lograr la anterior proeza he tenido que ajustar mis horarios y ser más vigilante de mis malpasadas y mis insomnios, pero todo lo hago por la salud. Es necesario movernos, menearnos tantito cuando menos, si es que queremos sobrevivirles un poco a nuestros hijos. Las enfermedades del Siglo XXI que más matan gentes no son ni el ébola ni la influenza, son aquellas asociadas a la obesidad, la mala alimentación y la vida sedentaria. Son millones de personas que sufren hipertensión, diabetes, infartos y en general son millones que no pueden hacer una vida plena. Esto es el sino del mexicano, un pueblo que es muy inteligente pero que no es disciplinado (me incluyo por supuesto). No soy nadie para dar sermones acerca de este tema porque apenas llevo como mes y medio con esta rutina, pero en general siempre trato de mantenerme en buen peso, de comer un poco sano y no abusar. La obesidad y sus consecuencias asociadas deberían preocuparnos más que el ébola, pero la celebramos día con día empacando sin miramientos y sin siquiera caminar treinta minutos al día. Cuánta razón tienen los sistemas de salud al invitarnos a checarnos, medirnos y movernos; o las escuelas con sus programas de comida sana. Los mexicanos somos muy inteligentes… ojalá apliquemos la inteligencia en entender que es mejor bajar de peso. Ándele, anímese, y como diría el niño gordito del comercial: “Chécate (es el primer paso); Mídete (bájale a las grasas, al azúcar y a la sal); Muévete (haz ejercicio)”… más vale Prevenir.

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