Hoy quisiera hablarles de otra clase de delincuencia… no de la delincuencia organizada porque esa ya está muy manoseada, ni de la delincuencia común que roba gansitos y frutsis porque esa ya pasó a ser de utilización exclusiva en las redes sociales. Me refiero a otra clase, aún más infrahumana y despiadada, que no respeta clases sociales ni credos ni profesiones, y que nos trae aterrados a los pobres ciudadanos de a pie. Me los encuentro a cada rato y estoy seguro que usted, bien querido lector lectora, también ha sido ya víctima de sus truculentas trapacerías.
Es más, no creo que haya habido algún padre que se haya salvado, porque a ese sector poblacional es al que más le duele, afecta y mortifica. Me refiero, obviamente, a las peligrosas bandas de globeros, vendenieves y algodoneros. No sé si sean parte de alguna organización profesional, si se van distribuyendo las escuelas al ahí se va, o si son como los vendetacos de canasta que trepados en su bici se estacionan donde pueden y comienzan la vendimia. Aunque me imagino que sí tienen alguna organización superior que se distribuye en células y que ya la quisiera cualquier grupo de choque paragubernamental.
En algún domicilio de esa seguramente bien formada Asociación Civil, el obispo o pontífice de los algodoneros es el que reparte antes del mediodía las listas de las escuelas que serán asaltadas. Entre ellos, como en todos lados, aunque se asegure que no clases, los algodoneros son los que tocan mejor el bandolón y han adoptado la famosa máxima de George Orwell que dice que “Todos somos iguales, aunque hay unos más iguales que otros”.
Ya con su misión en la mano salen los dulceros dispuestos a estacionarse justo en la puerta de salida de las escuelas. Esto, bien querido lector, me parece de lo más bajo y repugnante que puede haber, asimilado y comparado con poner un carrito expendedor de cervezas frías afuera de una reunión de Alcohólicos Anónimos.
Ya desde que llegamos a la escuela de nuestros niños y los vemos bien sonrientes sosteniendo sus algodones o sus globos, vamos pensando las una y mil excusas que le daremos a nuestros hijos… e incluso llegamos a sopesar la idea de brincarnos la barda para salir por detrás. Porque están justo afuera, no guardan una distancia prudente ni se esconden detrás de un árbol. Están enfrentísimo y los niños desde la guardería hasta la secundaria van cayendo uno por uno.
Claro que alguna vez los consentimos y les compramos sus golosinas o sus juguetes… ¿pero diario? ¡Omaigod! ¿Pos de ónde? Ya mi cachorro está un poco aleccionado y no tengo que decirle casi diario “No, significa No”… pero no siempre funciona para mí ni para los sufridos padres que caen víctimas de esos descarados asaltantes.
La banda de los algodoneros se universaliza, es omnipresente, y deben estar actuando con protección de la autoridad. Han copado todas las escuelas y tienen una capacidad de movilización que deja estupefacto.
Y yo me pregunto ¿qué piensa hacer la autoridad al respecto? Ya es momento que exista una ley que les establezca una orden de restricción y que así como no puede haber ni cantinas ni maquinitas a determinados metros de las escuelas, que tampoco se puedan plantar justo en las entradas… porque eso no tiene perdón de Dios.
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