Ramón Durón Ruiz

En la hermosa Oración del anciano hay un fragmento que dice: “Las hojas del otoño no caen porque quieren… sino porque les ha llegado su hora” El simbolismo que surge cuando “se llega la hora” es profundo, emerge una dualidad indisoluble, que por una parte nos acerca a la esencia de la vida, por la otra a la fragilidad, a lo finito, a la humana desnudez.
Cuando al ser humano “le llega la hora”, se concentran las dos emociones más trascendentes y aparentemente polares del ser humano, –pero en el fondo, íntimamente complementarias: el miedo y el amor.
El miedo, porque tememos a lo desconocido, por ello recurrimos a la fuerza de la tradición oral que se concentra en lo simbólico, en los mitos, ritos y el sincretismo religioso, en donde la fuerza de lo imaginario, triunfa sobre la muerte física. El amor, porque es la emoción terapéuticamente más sanadora; por amor oramos, por amor compartimos nuestro pesar, el acompañamiento llega por amor, por amor somos consolados y abrazados, por amor verbalizamos el dolor, recordando las virtudes del difunto; el amor es una manera natural que nos ayuda a sanar el duelo que genera la partida.
Galileo afirmó: “El gran libro de la naturaleza, está escrito en símbolos…” y desde el nacimiento, pasando por la soltería, la unión libre, el matrimonio o la muerte, la vida está llena de símbolos.
Cuando se “llega la hora” frente a la muerte, el rito, el mito, el sincretismo religioso, son una elaboración simbólica con aceptación social, en torno a la trascendencia y espiritualidad, que prepara a los dolientes entorno al sentido de la partida física. Son una manera sabia de procesar el fenómeno de la muerte con la riqueza inigualable que posee la imaginería popular. La vida me ha enseñado a que cuando dejo de aprender, algo de mi principia a morir, y falta mucho pa’ que el viejo Filósofo rinda cuentas ante el Padre.
Por ello, este fin de semana dicté la Conferencia Magistral: “El hombre y los símbolos” en el 6º Congreso Internacional de Tanatología del Siglo XXI, organizado por el Instituto Mexicano de Psicooncología, que dirige el prestigiado Dr. Marco Antonio Polo Scott, en el que durante tres días participamos ponentes de Venezuela, Brasil, Cuba y México.
El ser humano es eminentemente simbólico, siempre estamos comunicando lingüística y paralingüísticamente, expresando signos, señales y símbolos, estos forman parte vinculante de nuestra íntima naturaleza. Los símbolos son indivisibles, poseen un significado determinado, son una metáfora de vida, un convencionalismo social, educativo, cultural, político, engloban un misterio por descifrar, un mundo por descubrir, un poder superior que trasluce en el fondo, el sentido manifiesto de la fuerza creativa del hombre cuando se vincula creativamente al universo.
Un ejemplo claro del mundo simbólico, de acuerdo a información que me proporciona el talentoso Ex Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Don Guillermo Ortiz Mayagoitia, se expresa en la toga de los Ministros, que tiene una manga más ancha que la otra. La manga estrecha representa el derecho estricto; en tanto que la otra, representa la compasión y la piedad, que muchas veces motivan laxitud en la aplicación de la Ley; en medio de ambas está el corazón y los valores personales del Juez, quien debe permanecer centrado e imparcial.
Resulta que “una joven sale de la estética y se encuentra con una amiga: –– ¡Hola! ¿Cómo estás? Te ves muy guapa, ¿Qué te hiciste, te pintaste el pelo? con ese color simbolizas una mujer muy joven.
–– ¡Sí! Muchas gracias por tus cumplidos, me lo arregló “Chevo”, es una nueva técnica que trajo de Europa.
–– Te quedó maravilloso. Te ves guapísima, ¡Que bárbara!, quiero arreglármelo igual.
–– Bueno, ha sido un placer saludarte. Espero verte pronto.
–– ¡Hasta luego amiga, que buena onda eres!”
Al despedirse, una de ellas piensa:
–– ¡‘ínche vieja! se ve ridícula. Su marido tan guapo, con ese excelente trabajo y, ¡sigue casado con ella!
Y la otra se va pensando: –– ¡‘ínche vieja! está muriéndose de envidia y todavía quiere arreglárselo igual. Con su pelo de escoba… ¡Ni con un implante!
Ahora dos pelao’s se encuentran y uno de ellos va saliendo de la peluquería:
–– ¿Que te pasó ‘abron? ¿Te cortaste el pelo con tijeras de podar?
–– Sí, me lo cortó tu mamá, hasta se enamoró de mí.
–– ¡Te ves de la ‘ingada!
–– Sobres… ¡Oye, me saludas a la buenota de tu mamá!, dile que hoy no la puedo ver.
–– ¡Vete a la fregada!, nos vemos después.
Uno de ellos se va pensando: –– ¡Ese ‘abron… que buena onda es!
El otro piensa: –– ¡Es un peladazo!, si tuviera una hermana… ¡la caso con él!
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