…a que lleguen los tiempos de la justicia, el juicio final dirían los agoreros de la destrucción y los farsantes amantes del fatalismo. Sé que estoy viviendo, por decir lo menos, en falta. Tampoco es la gran afrenta, no crea que estoy en pecado mortal, pero para un alma que se pone contrita cada vez que alguno de sus documentos no se encuentra en regla, lo que ahora me pasa me tiene, curiosamente, sin cuidado. Hace algunos años creé una Asociación Civil, de la cual soy Presidente vitalicio por decreto (durante años fui envidia de Hugo Chávez). Esta asociación tiene un séquito bastante particular pues mi vicepresidente, secretario de actas y edictos, y tesorero único, es mi señor padre que espera algún día me le muera para que así él pueda ascender.
La función de esta AC es, en el lenguaje taraumara, practicar el kórima. Si alguna vez usted, bien querido lector lectora, va a las zonas serranas de Chihuahua y se encuentra a niños taraumaras que con la mano extendida le piden “kórima”, no vaya usted a cometer la nacada que cometí yo de pensar que estaban pidiendo limosna (ya ve que lo naco es un producto exportable). Viajábamos de estudios a la zona arquelógica de Paquimé con nuestro profesor de geología y llegamos a ese antiquísimo poblado de adobe que resiste el paso del tiempo y el neoliberalismo con estoicidad. Inmediatamente fuimos recibidos por varios niños inmunes al frío, descalzos unos y en huaraches otros, quienes nos rodearon extendiendo las manos y diciéndonos “Kórima”.
Uno de los jóvenes del grupo, bien nacote (ya sabrá quién) se llevó las manos a la bolsa buscando moneditas y les dijo “ahorita no traigo para la limosna mis niños”. El profesor de geología reviró los ojos, alzó loas manos al cielo implorando algo de paciencia divina para su servidor y, tratando de explicarme como si le explicara a un infante de primaria, me dijo que kórima no significa pedir limosna, sino que en lenguaje taraumara significa “tú que tienes, comparte conmigo que no tengo”.
Pues bien, la mencionada AC ha pretendido desde sus inicios precisamente eso, compartir algo que tenemos con los que no tienen, ya sea material o intangible, por lo que gracias al apoyo de varios conocidos que se suman a la causa hemos llevado despensas a lugares de bajo desarrollo, repartido pollos en navidad, ayudado en gestiones ante instancias de salud, y últimamente, en un esfuerzo coordinado con la Secretaría de Educación y el Ayuntamiento de Xalapa, estamos llevando capacitación digital básica a diversas colonias de la ciudad. No creo que cambiemos el mundo, pero estamos haciendo lo que podemos.
Pero veo que, ooooootra vez, me he perdido entre los vericuetos de mis palabras y me he desviado más que los meandros de la zona lagunera del Papaloapan. Le decía que sentado espero porque, aunque no he tenido ningún movimiento económico, tengo que presentar las declaraciones fiscales correspondientes. Hasta el año pasado todo había sido siempre muy fácil pues todo era cosa de llenar con ceros hasta que se cansaba el dedo, pero en este año, mi clave ya no furuló. Dicen los que saben que caducó, cosa extrañísima porque no es fruta, pero el caso es que no he podido presentar la declaración anual ni las correspondientes mensuales. Al principio me preocupé, pero, cosa rara en mí, decidí esperar “a ver qué pasa”.
Estoy, creo, en una especie de resistencia-disidencia que me mantendrá alejado de las oficinas del SAT por un buen rato. Aquí sentado espero el juicio final o a que llegue Lolita, que para el caso son lo mismo.
Hermanos azotados por el SAT… uníos en esta disidencia.
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