La primera vez que visité Tuxpan fue acompañando a mi amigo Roberto Williams. Habíamos acudido a la primera Cumbre Tajín que en ese entonces se llamaba la Primavera del Milenio; era el año 2000, y el mundo no se había acabado. El viaje lo recuerdo bien porque todo el trayecto fue una infatigable charla sobre algunos de los libros que habían enriquecido la vida del inolvidable Roberto. Pero también fue un recorrido turístico ya que Williams era un gran conocedor de la zona de Costa Esmeralda.
En Tuxpan nos hospedamos en un hotel cerca del parque donde los domingos las familias salen a dar vueltas, a escuchar música y a comerse algún antojito. Yo desayuné unas ricas empipianadas y unos bocoles rellenos de chorizo. Por la tarde cruzamos hacia Santiago de la Peña, donde Roberto Williams pasó buena parte de su infancia. Recorrer los caminos con él era como detenerse en el tiempo. Las calles eran las mismas, me decía, las casas estaban un poco cambiadas, pero el entorno le parecía el mismo. Claro, no era el mismo, había cosas que habían cambiado, «pero si cierras los ojos y caminas a ciegas, entonces sentirás el mismo aire, los mismos sonidos, los mismos olores; en Santiago de la Peña el tiempo se mueve con más lentitud», me decía Williams.
Roberto me llevó al museo donde se destaca la historia del lugar y la relevancia que Santiago de la Peña tiene para el pueblo cubano. Resulta que en ese lugar, Fidel Castro, junto con su hermano Raúl, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, acompañados de 78 expedicionarios, zarparon en noviembre de 1956 en el famoso yate Granma hacia la isla de Cuba, donde terminaron derrocando con su revolución al entonces presidente Fulgencio Batista.
Después de esa expedición, Roberto no regresó a ese lugar donde pasó su infancia; pero estoy seguro que cuando yo vaya, lo primero que haré será cerrar los ojos, para cerciorarme de que en Santiago de la Peña, como decía Roberto, «el tiempo se mueve con más lentitud».

Tuxpan y los libros

Alberto Silva Ramos, quien fue presidente municipal de Tuxpan, y que hoy es coordinador de Comunicación Social del Gobierno de Veracruz, me mostró hace unos días los dos volúmenes en piel de El príncipe de Maquiavelo, comentado por Napoleón Bonaparte, en una edición de 1827 impreso por la Librería F. Rosa. Los tomé en mis manos como si se tratará de dos cachorros recién nacidos. Abrí el primer tomo y cuando vi la fecha de 1827, seis años después de la muerte de Bonaparte, sentí un gran estremecimiento, por lo que con respeto deposité el volumen en su cofre.
Cuenta la historia que esas anotaciones fueron encontradas en el coche de napoleón en 1815 después de la batalla del Monte San Juan. En una de esas anotaciones Napoleón señala que no es fácil el triunfo contra «un príncipe que tiene bien fortificada su ciudad, y no está aborrecido de su pueblo».
Y es que mi segundo viaje a Tuxpan, tiene que ver con los libros. Esa vez viajé con mi amigo Fernando Morales y con Raciel Martínez. Habíamos sido invitados para dar unas charlas en la Feria del libro; Raciel sobre cine y yo sobre literatura. Nos hospedaron en un buen hotel cerca del centro, pero por alguna razón que no recuerdo, se suspendió tanto la charla sobre cine como la de literatura, de modo que nos quedamos de visita como simples turistas. Como íbamos con los gastos pagados ni nos preocupó.
Era una feria del libro y justo era que al día siguiente acudiéramos a la feria comprar libros. Llevaba pocas expectativas y menos dinero. No creí que esa “feria de pueblo” se pudiera comparar con las ferias de Xalapa. Cuál no sería mi sorpresa cuando llegué y me encontré con una cantidad de libros expuestos que en Xalapa no había visto. Primero las ofertas sí lo eran, de modo que adquirí varios libros de Seix Barral, particularmente Los príncipes nubios, Premio Biblioteca Breve de 2003. Pero entre los libreros de viejo encontré verdaderas joyas. Libros antiguos impresos en pasta dura. Estaba El Quijote en dos tomos con grabados de Doré; me lo dejaban en 700 pesos, pero mi presupuesto no llegaba a eso. Encontré Las Mil y una noches, también con grabados de Doré; seguramente un ejemplar similar al que entusiasmo tanto a Borges y que por llegar pronto a su departamento a hojearlo en la intimidad no se dio cuenta de la batiente abierta de una ventana y se hizo una herida que casi lo lleva a la muerte.
Había muchos libros, libros inalcanzables para mi presupuesto, hermosos ejemplares de aquellos tiempos en que los libros en verdad eran un verdadero tesoro, tanto por la hechura de las ediciones como por lo que éstos contienen.
Por cierto, una de las anotaciones que hace Napoleón sobre la obra de Maquiavelo es la siguiente: «O el principado es bastante grande para que en él se hallé al príncipe, en caso necesario, con qué sostenerse sobre sí mismo; o es tal que, en semejante caso, se ve precisado a implorar el auxilio de los otros». Poco conozco a Alberto Silva Ramos, me dicen que es un gran lector. Sólo puedo imaginar al político que hay en él, si es que ya ha leído El príncipe de Maquiavelo y los comentarios de Napoleón.

*Texto publicado en la revista M2X (Metros Cuadrados Xalapa) del mes de octubre.

Armando Ortiz [email protected]