Agradezco al cielo que no soy de mecha corta. Para que a mí algo me encienda, que me engarruñe de a de veras como para sacarme de mis casillas, tiene que pasar mucha agua debajo del puente. De no ser así me la pasaría peleándome con cuanto pelafustán se me atraviese y que siente que tiene, por obsequio divino, el derecho de aprovecharse de mi nobleza.

Lo anterior no lo digo a la ligera, es ocasión de dilatadas molestias sanitarias que me derivan en una lacerante gastritis que para qué les cuento. Bajo esos entendidos es que puedo entender a mi señora madre, a quien salí, un poquito más, todo histriónico. Si desfogara mi furia en el momento tal vez no tendría gastritis, pero ahí la traigo acumulando. Algún día explotaré y sé que lo haré en el momento menos preciso y desquitaré tantos años de docilidad en alguien que ni tanta culpa tuvo. Para cuando ese momento llegue, le suplico amable lector, que no me lo vaya a tomar a mal si le toca a Usted presenciar semejante exabrupto de violencia y brutalidad, piense más bien que toda esa ira, como hoya express, algún día tenía que salir, y visualice la escena con mayor curiosidad que asombro y molestia, e imagine que está presenciando la activación de un poderoso géiser, que con groserías, patadas, mordidas y mentadas de madre, se desborda contra algún inocente.

Salir a la calle es un riesgo permanente de volverse loco. Al principio pensé que el problema de la vialidad radicaba en el excesivo número de autos que circulan, después comencé a repartir culpas y también le tocó un poco a los viejos y nuevos diseñadores de las calles de esta maltrecha ciudad que se ha vuelto a llenar de flores (aunque sea sólo por un tiempecito); a Tránsito del Estado a quien sólo le interesa cobrar las licencias de conducir a precios excesivos sin importarles un banano bien pelado si el usuario sabe manejar o no; a la topografía de la ciudad; al cambio climático; a Abarca y su pandilla; entre otros tantos actores.

Al final llegué a la conclusión que todo tiene que ver, pero que el mayor problema es que los jalapeños somos rebabosos para manejar, y encima de lo babas somos desconsiderados, valediezdemayos, impulsivos y gastroresistentes. No es posible tanta gandallez. Ayer estuve a punto, a un tris, de hacer lo que hacen los barbajanes, que sería bajarme del auto a retar a un tarugo a trompadas. Pero soy civilizado y me conformé con rumiar mi muina (antes mejor conocida como “mohína”).

Pobrecitos los partidos políticos, que también son civilizados y se tienen que aguantar. Se han tenido que tragar entero el desprecio de la Suprema Corte de Justicia a sus bravuconadas de Consultas Populares. Están más que “enojados” porque la Tremenda Corte salvaguardó el espíritu de la Ley, que ellos mismos, los partidos políticos, modificaron.

Desde un principio sabían que esas Consultas Populares no iban a prosperar porque ellos fueron quienes pusieron los candados pertinentes. Lo peor del caso es que ahora dan por enterrada la posibilidad de eliminar a tanto legislador vaquetón que entra por la vía plurinominal. Pero ¡ooohhh! Momento dijo el tuerto, que desde aquí no veo claro. No nos dejemos llevar por la desesperación, lo que la Tremenda Corte declaró inconstitucional fue la Consulta al respecto de los plurinominales, pero jamás declaró inconstitucional que dicha propuesta sea sometida por las vías tradicionales.

Los partidos políticos lo que no quieren es cargar con el peso político de tal modificación y ahora nos vienen con el cuento del “ni modo manito, no se pudo, lo intentamos pero no se pudo”. A otro perro con ese hueso. Para que se eliminen los pluris ni siquiera es necesaria una consulta. Lo único que se necesita es que los diputados propongan la modificación, que por mayoría se acepte la propuesta… y listo. Como diría el Tío Corajes: con estos tipos y los gandallas al volante… me da un coraje.

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