El crimen y desaparición de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa ha colocado a México ante su espejo, teniendo que verse como es, sin maquillaje y pretensiones modernas. Este acontecimiento es tan grande que no se puede eludir por mucho que se intentara como, de hecho, se quiso hacer en los primeros días. Lo que vemos no nos gusta, es feo: pobreza, desigualdad, violencia y antidemocracia. Por décadas esa realidad se ha pintado de colores falsos, se ha ocultado con escenografías o se deja tal cual pero se promueve la aceptación resignada. Creo que cada vez es más difícil para las elites tapar el sol con un dedo. La crisis de inseguridad, potenciado por Ayotzinapa, se ha transformado en una crisis nacional. Pueden hacer intentonas dilatorias, pueden cooptar gente, pueden acudir al viejo expediente mediático de la confusión y, por último, dejar pasar el tiempo apostándole al olvido de una sociedad que nunca olvida pero que se desmoviliza con relativa facilidad; pueden hacer eso y más, pero esta vez no les va a resultar nada fácil, son muchos agravios acumulados que no se resolverán con disculpas o salidas fingidas tipo pactos cupulares y de oropel.
El drama de los muchachos de Ayotzinapa ha movilizado a amplios sectores de la sociedad y ha generado una reflexión amplia y profunda sobre nuestra terrible realidad donde destaca el impulso libertario, ciudadano y democrático. Estos crímenes son la gota que derramó el vaso en el ánimo de los mexicanos, quienes han expresado de muchas maneras su hartazgo con la corrupción e inutilidad de todos los niveles de gobierno. Dudo mucho que las condiciones políticas sigan iguales; quieran o no, lo sepan o no, muchos actores políticos tendrán que rendir cuentas y pasar al ostracismo, así como sus prácticas y sus apuestas sectarias y de autoconsumo.
La salida de Aguirre, la aprehensión de Abarca, el repudio a “los chuchos», la pérdida prematura de la Gubernatura, la repentina “humildad de Peña Nieto», la pésima imagen internacional del gobierno, la exhibida ineptitud del gabinete, entre otros efectos políticos, son el ejemplo de que algo puede pasar, que estamos ante fenómenos sociales lejanos al control oficial y que, les guste o no, tendrán que hacer algo en sentido reformista para medio salvar la cara. Obviamente intentarán un control de daños, alargaran la solución del problema y, con el apoyo de la oposición palera y el duopolio televisivo, harán hasta lo imposible por pagar un costo menor ante esta crisis.
Cite en el título de este artículo una expresión de Hannah Arendt, porque creo que su reflexión nos puede ayudar a entender este espantoso momento; ella abordó el holocausto analizando el papel que jugaron ciertos verdugos, quienes no pasaban, en muchos casos, de ser simples burócratas que cometieron atrocidades escudándose en haber recibido órdenes y cumplir con su deber. Algo similar nos está pasando con funcionarios públicos y los sicarios, quienes hacen lo que les mandan, aun atrocidades, porque obedecen órdenes. En esa línea de ideas el origen de muchos de nuestros males radican en quienes dan las órdenes, tanto los gobernantes que omiten obligaciones y se entregan a los placeres como los capos que sostienen negocios y controlan territorios. Un dato extra que hace muy compleja nuestra circunstancia es la corrupción, la debilidad de la sociedad civil y la mezcla de intereses entre el aparato estatal y la delincuencia.
Una manera de desmontar las estructuras verticales que asfixian a la sociedad con violencia es cortando y cambiando las cabezas, dándoles un sentido democrático y poniéndolas al servicio de la ciudadanía; para tal efecto se necesita vivir en pleno estado de derecho, con elecciones libres y absoluta libertad de expresión. Sólo en una sociedad sana, esto es, alimentada, con trabajo, salud, educación, plenas libertades y sin vicios se podrá vivir sin violencia y donde los mafiosos sean excepción. Hacerlo es perfectamente posible, tenemos reservas morales y muchas cualidades, somos un pueblo noble y valiente; además, hay suficiente experiencia internacional donde se ha demostrado que, en circunstancias similares o peores, otras naciones han visto el final del túnel del horror.
Por el momento, sólo de manera parcial, en tanto logramos elecciones libres, sería conveniente que se formara un gabinete de los mejores, se agilizara la entrada de nuevas cadenas de tv, se procediera contra los individuos y grupos que lastiman el interés general y se revisara la política económica para generar mínimos de bienestar en la población.
Recadito: Sólo su soberbia no les permite a “los chuchos» darse cuenta de su desgracia.