*Incursioné en esta disciplina desde pequeño, sin técnica, pero eso sí, defendiendo mi persona en un barrio eminentemente bravo. *Alumno de Bachilleres Veracruz y con 18 años, mis compañeros me animaron a competir en los “Guantes de Oro” del Puerto.

Este material no es para mis compañeros intelectuales, literatos, docentes y comunicadores que conocí apenas cuarenta y tres años atrás; observando que mucho de lo que nos caracteriza es el escepticismo y cierta frialdad hacia nuestros pares, sino para quienes convivieron conmigo primeros dieciocho años de existencia en tres lugares: San Andrés Tuxtla, Veracruz, puerto y Minatitlán. Curiosidades de la vida de cada cual, que espero enriquecer con las precisiones de algunos de los actores de esta experiencia; que en algunos momentos fue compartida. En principio el recordar el reciente homenaje que se me hiciera en mi tierra natal este año, y nombrarme “Sanandrescano Distinguido” y entregarme la medalla y diploma “Al Mérito Sanandrescano” de parte de las autoridades municipales, con la participación de mucha gente perteneciente a mi pueblo entre otros; estudiantes, docentes, profesionales de distintas ramas del conocimiento, familiares y amigos. Se suma a esta narrativa, explicación no pedida, pero si entendida sobre comentarios de personas que hicieron añoranzas y que compartieron a mi hijo Octavio César, el uso de los puños en mi etapa infantil y juvenil donde expresaron que era bueno para eso. En toda mi etapa de estudiante universitario he sido un pacifista convencido, mis pendencias han sido en el plano intelectual, pero a mis alumnos e hijos les he conminado a conocer los secretos del box, no para ser pendencieros, sino para defenderse de alguna agrasión. A unos días que seremos sede de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en este mes de noviembre y la fiebre deportiva nos invade, rescato del baúl de los recuerdos etapa de mi niñez y juventud en parte de mis andanzas deportivas, específicamente en las lides del boxeo. Nací y crecí en uno de los tres barrios más populares de San Andrés Tuxtla, el barrio de “San Pedro”, los otros son el de “San Francisco” y “Chichipilco”. Los tres se caracterizaban por tener entre las nuevas generaciones a niños y jóvenes humildes, alegres, deportistas y “broncudos”, queriendo cada cual ejercer supremacía sobre los demás y sobre los “chamacos” de los otros barrios de la ciudad, pendencias de lo cual siempre fui ajeno. En verdad como niño fui un estudiante aplicado, me gustaba asistir a la escuela, tratando desde ese entonces ser el mejor en el grupo, la escuela y de la zona (donde obtuve merecimientos y galardones que en otra ocasión compartiré). Antes de asistir a recibir mi educación primaria mi madre me mandó a instruir con una señora que se llamó “Tóñita” de la vieja escuela lancasteriana, que hizo famoso el lema “la letra con sangre entra” que aunado a fanatismo hacia la iglesia católica, hizo de nosotros chicos adelantados, pero temerosos de la ley divina. Llevando en mi seno una disciplina espiritual y social desde los cinco años de edad. Mi forma de ser siempre causó malestar a otros chicos del barrio, ya que ellos veían las pendencias como normales y muchas veces tuve que poner en su lugar a más de tres. La costumbre de vernos cotidianamente hizo que a mí alrededor se formase una atmosfera de respeto hacia mi persona, nunca fui integrante de pandilla alguna, pues tuve siempre la opción de divertirme, jugar, estudiar o hacer travesuras solo. Emilia Quinto Fray mi madre, tenía que trabajar casi todo el día los siete días de la semana (sábados y domingo le acompañaba a cargar las cajas de ropa y artículos de perfumería que vendía casa por casa, actividad fatigante, que me hace valorar siempre a esta mujer) y tuve la libertad de elegir que hacer entre semana, me encantaba irme a los grandes patios que teníamos en la zona, subirme a los árboles, correr por el monte y de vez en cuando incursionar por las montañas cercanos, muchas veces solo y en otras con mis primos (los quince) Pedro –hoy un maestro, investigador y científico del Instituto Politécnico Nacional, Víctor (Profesional de la U.V. y actual empresario del Puerto de Veracruz) y Antonio (empresario y ganadero, quien sigue viviendo en San Andrés Tuxtla) de apellido Quinto Diez, los dos primeros mayores y “Toño” un año menor, con quienes departí la mayor parte de mi niñez, en muchas ocasiones era invitado por ello a compartir el pan y la sal, su mamá –la inolvidable tía Carmen Diez- solo se dedicaba a sus vástagos que complementaban sus hijas Flora y Teresa. No siempre estas diversiones con mis familiares terminaban placenteramente, pues la naturaleza humana siempre está en constantes conflictos y más cuando va uno creciendo y alguien desea ser más que el otro al que consideramos con menos recursos, así surgían pendencias infantiles que muchas veces hicieron que llegáramos a las manos, hay veces contra uno, otras contra dos y hasta contra los tres. Tenía en esos tiempos una velocidad en las piernas que era difícil de superar, además de la agilidad que me daba el andar mucho tiempo entre la arboleda, ellos se han de acordar que nunca me hacía para atrás, existía una fuerza que me hacía porfiar, retar y no desmerecer. No era maldad, solo travesuras sustentadas en la entereza que da siempre la libertad. Lo mismo surgía en la escuela, donde cada chico deseaba demostrar algo y si en conocimientos se aplica la frase “Lo que natura non da, Salamanca non presta” y ver que uno en calificaciones los superaba, así como en participación cultural, artesanal y deportiva, observando a través de la existencia que cualquier individuo al no poder con alguien en lo particular, utiliza ventajas que dan la sorpresa, la superioridad de número y el anonimato para tratar de hacer daño, era importante tratar de eclipsar de alguna manera al diferente. Y así la frase “a la salida nos vemos” era una constante, y a rifarse el físico, algunas ocasiones con los valientes que se enfrentaban individualmente, en otras con los que pedían apoyo a sus familiares y amigos, con otros que utilizaban cinturones, resorteras, anillos y palos. Pasando las pruebas que el barrio imponía, todo volvía a la normalidad, armonía que se alteraba cuando algunos de los chicos era molestado por similares de otros barrios y pretendían involucrarme en algunas rencillas campales, nunca acepté; lo mío era en igualdad de condiciones, hasta que me llevarán algunos años, pero uno contra uno. De igual manera en los juegos con los chicos del barrio -donde no participaban mis primos- convivía con Porfirio López, “Toñó” Ortiz, “Pancho” Luna, Rodrigo Escalera, “Beto” Cortés, Manuel Antele y otros más que osábamos jugar en las calles del barrio, la calle de Vallarta esquina con Manuel de la Cabada era el sitio más frecuentado. Gustábamos competir entre todos, sean en carreras, beisbol, voli bol y fut bol, las que en ocasiones terminaban en pleito de chamacos; pues las pocas veces que se involucraban los adultos era porque observaban algo o su pequeños llegaban a su casa con alguna señal de la refriega, pero nunca pasó a mayores planos afortunadamente. alodi_13@nullhotmail.com (continuará)