Bien a bien, no me queda muy claro el silogismo de ciertos grupos que se manifiestan contra la celebración de los Juegos Centroamericanos y del Caribe Veracruz 2014 (JCC-V) debido a la execrable desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
“No queremos Juegos, queremos justicia”, es la consigna que esos grupos están gritando en las calles, aunque su petición no resiste un análisis objetivo.
En primer lugar, los JCC-V no tienen nada que ver con el lamentable suceso de Iguala, en donde 43 alumnos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos fueron apresados por la policía municipal de aquel lugar -siguiendo una orden del alcalde perredista José Luis Abarca – y entregados al grupo Guerreros Unidos, señalado como el culpable de la desaparición de los muchachos, que a la fecha tiene en vilo al país.
Por más que le doy vueltas, no entiendo cómo esa premisa se puede empatar con alguna otra que pueda llevar a la conclusión de que Veracruz y sus Juegos están relacionados con ese asunto deplorable.
¿Qué incumbencia podría tener el presidente municipal de un estado diferente de Veracruz, y además emanado de un partido de oposición, con el Gobierno de nuestro estado y con la celebración de una justa deportiva, que es una fiesta de la juventud y de la salud?
Tal vez una consigna más adecuada sería decir: “Queremos Juegos, y además queremos justicia para los normalistas de Ayotzinapa”.
Como periodista, siempre me he manifestado a favor de la libre expresión de las ideas. El marco de los JCC-V es un escenario propicio para dar a conocer la preocupación por los normalistas. Seguramente habrá quienes quieran aprovechar la profusa difusión internacional que tendrán los Juegos para emitir mensajes de condena contra quienes perpetraron ese crimen de lesa humanidad.
Y estarían en su derecho.
Pero resulta absurdo que quieran manifestar su reprobación tratando de boicotear un evento deportivo que tantos beneficios traerá a nuestro estado y que magnifica el deporte como una disciplina para combatir con certeza el peligro de las adicciones.
Con esa actitud, propia de la anarquía, todos salimos perdiendo. Nadie gana. O tal vez los únicos gananciosos son los grupos criminales organizados, que ven amenazada su criticable actividad ante el espectáculo de tantos jóvenes sanos y limpios que vienen a dar el gran espectáculo de sus capacidades deportivas.
He visto a ciudadanos que se manifiestan pacíficamente contra el crimen “que a todos nos Iguala”, contra el “temor que a todos nos Iguala”, contra el “horror que a todos nos Iguala”; he visto a los normalistas veracruzanos organizados para manifestar civilizadamente la preocupación por sus compañeros desaparecidos; he visto a estudiantes universitarios a un lado de ellos, igualmente preocupados por esos jóvenes igual a ellos.
Lo que todos deberíamos reprobar es la violencia de unos cuantos.
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