Un tránsito detiene a un pela’o que maneja dando tumbos. Le dice que se baje del auto, y le ordena que sople en el detector de alcohol. –– Usted disculpe oficial –dice el detenido– pero no puedo hacerlo.
–– ¿Y por qué no? –– Vera que soy asmático y si soplo en ese tubo me puede dar un ataque de asma.
–– Bueno, –pide el tránsito– me dará una muestra de orina para analizarla. –– No puedo hacerlo, oficial.
–– ¿Por qué no? –– Porque soy diabético, y si orino se me puede bajar el azúcar.
–– Ok, –dice el tránsito– entonces le tomaré una muestra de sangre. –– No puedo hacer eso, oficial.
–– ¿Por qué no? –– Es que soy hemofílico, y si me toma una muestra de sangre puedo morir desangrado.
–– Entonces camine derecho sobre esta línea blanca. –– No puedo hacerlo, oficial.
–– ¿Por qué no? –– ¡Porque ando bien borracho!
La moraleja del chiste se aplica HOY al viejo Filósofo, ¡ando bien borracho! de tantas ‘ingaderas que nuestra partidocracia nos hace a los ciudadanos, que en el momento actual, con desaciertos u omisiones, han generado un serio déficit en nuestra gobernabilidad, en su conjunto, han sido incapaces de responder con inmediatez para revertir el proceso de polarización y violencia en algunas regiones del país.
A 14 años de arribo a la transición democrática más espectacular del mundo, nuestros políticos, por la falta de acuerdo de las elites partidistas, han sido incapaces de cuajar un racimo de buenos resultados, que se sientan en los hogares mexicanos, olvidado situarse en la perspectiva de la historia.
Hay una marcada desigualdad en las regiones del país, el camino no es la confrontación estéril, sino la conciliación que une, las democracias que en los años recientes han arribado a la transición, han fracasado… por la ausencia de acuerdos.
Y por si eso fuese poco, han omitido una política que dé buenos resultados en el combate a la impunidad, la inseguridad, la pobreza extrema y la generación de empleos.
Del “Jesús en la boca” con el que nos traían con los fuegos cruzados, los secuestros, los asaltos, las extorsiones, los levantones, los enfrentamientos, –que son mayores a los de las cifras oficiales–, hemos pasado a un estado de desengaño e indignación colectiva, –con los lamentables acontecimientos de Ayotzinapan–, que hace tiempo no sentía en el colectivo social.
HOY la impunidad, a la par que agravia la vida nacional, es una invitación a delinquir, sin ser castigado, corroe las entrañas del sistema político, los ciudadanos estamos indefensos, hemos pasado de la desaparición de los 43 estudiantes, a la impunidad del fuego a la puerta mariana, en Palacio Nacional; al incendio en el metrobus de la Cd. de México; a los bloqueos de calles y aeropuertos; a la destrucción de oficinas; a los asaltos a mercados, tiendas de conveniencia; a los “pagos voluntarios” en autopistas secuestradas.
HOY la realidad, supera la ficción del terror de las historias de Alfred Hitchcock, generando un descontento ciudadano, que al interior aumenta la desconfianza en los políticos –de todos los partidos– y al exterior, se ven con recelo las recientes reformas, que frente a la posibilidad de la caída del precio del petróleo y la disminución de la inversión extranjera, nos deja endebles.
Algo se debe hacer… ¡Y pronto! para que la actuación al margen del Estado de derecho y la impunidad, dejen de ser el signo de nuestro tiempo. Recordemos que la aplicación justa y a tiempo de la ley, es el mejor antídoto contra la impunidad.
La pregunta es ¿Hasta cuándo? nuestra partidocracia se arremangará las mangas de la camisa y se pondrá a pactar un gran Acuerdo de Reconciliación Nacional, que convocando a todos los actores de la vida nacional: económicos, sociales y políticos, en un ambiente de unidad, empiece a trabajar contra la impunidad.
En la miseria de la política, el mexicano ríe, será porque sabe que es la mejor manera de desdramatizar la tragedia democrática, resulta que un matrimonio de gallegos, avecinados en Güémez, va al médico y éste le receta unos supositorios a la mujer.
Al salir, ella le pregunta a Manolo, su marido: –– Oye ¿qué es un supositorio? –– Joder… ¡que no lo sé!
–– Pero macho y entonces ¿Cómo los voy a usar? –– Pues mira, que lo mejor es que nos regresemos y se lo preguntemos al doctor. Él lo debe saber.
–– No, hombre, no, se va a encabritar –– ¿Y por qué? no seas tímida mujer.
Armándose de valor vuelven a entrar y la mujer le pregunta al médico: –– Disculpe… pero ¿me podría decir cómo uso los supositorios? –– Claro que sí, los saca del envoltorio, con mucho cuidado para que no se rompan, luego… ¡se lo mete por el trasero!
–– Joder Manolo, ves… ¡¡¡QUE TE DIJE QUE SE IBA A ENCABRITAR!!!
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