En medio de la tragedia nacional de Tlatlaya e Iguala, que duele y avergüenza, hay un elemento positivo que es la actitud, el despertar, de una buena parte de la sociedad que se manifiesta indignada ante los hechos y demanda un hasta aquí.
Ante éstos han reaccionado los más diversos sectores sociales en distintas regiones del país. Se han pronunciado la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), el Consejo Coordinador Empresarial (CEE), los sindicatos, las universidades y también los intelectuales y los líderes de opinión.
Lo más importante es que se ha manifestado el ciudadano de a pie, que exige no sólo se aclaren los hechos sino se ponga fin a eventos como éstos. En la base de su reclamo está que se trasforme a fondo el sistema de seguridad y de justicia que a nivel nacional, salvo contadas excepciones, se revela como incapaz.
La reacción de los jóvenes es la más evidente y con la que estoy más cerca como profesor universitario. La expresión más clara de su justa indignación han sido las marchas pacíficas en la ciudad de México y una veintena de otras ciudades del país.
Estas marchas, para decenas de miles de estudiantes universitarios, han sido su manera de protestar, pero también, y sobre todo, esta experiencia de movilización, la primera para la gran mayoría de ellos, ha contribuido a elevar su nivel de conciencia y compromiso por transformar al país.
Tlatlaya e Iguala, para muchos mexicanos, sobre todo para los jóvenes, va a quedar para siempre como una marca que señala de un lado, la incapacidad del gobierno en su conjunto, y, de otro, lo que no se quiere vuelva a ocurrir en el país. Son nombres que en el futuro van a permanecer en la memoria colectiva.
El presidente de la República analiza bien la situación cuando afirma que “la sociedad con razón está harta de sentirse vulnerable, está cansada de la impunidad y de la delincuencia”. La sociedad, los jóvenes, esperan que el presidente se ponga a la cabeza, sea el líder de la estrategia y que cambie el actual estado de cosas. El reto para él y su gobierno es enorme.
Hay que reconocer, para no idealizar, que las actuales expresiones ciudadanas están desarticuladas y obedecen a intereses distintos; que se ha manifestado sólo una mínima parte de la sociedad mexicana; que éstas expresiones de descontento se concentran sólo en algunos espacios del territorio nacional.
Todo eso es cierto, pero también hay que reconocer que la reacción ciudadana, las marchas, ponen de manifiesto la existencia de nuevos y amplios sectores de la sociedad cada vez más consciente, preocupados y exigentes, que ya no están dispuestos a permanecer pasivos. Los partidos y los distintos niveles de gobierno deben tomar nota.