Mis grupitos, como la vaquita de la canción, no son grupitos cualquiera. Parecen tener el común denominador de la ley del más fuerte. A veces me pregunto qué gano al asociarme con ellos, si me la paso tan tranquilo rumiando en las habitaciones de mi casa tan fría. Pero este mes, ya saben, es así, propicio para las reuniones del “reencuentro”, las cuales conforme pasan los años se convierten en reuniones “por si no te vuelvo a ver”.

Los participantes de mis grupitos son sagaces, no se les puede negar, en su búsqueda de la oportunidad fregativa. No sé cómo le vaya a usted, bien querido lector lectora, tal vez pertenezca a esos grupitos de almas caritativas que sólo saben decirse cosas lindas, pero a los que por lo regular asisto aplican el tira-tira de forma despiadada. Los zombis del apocalipsis (del apocalipsis zombi, porque el bíblico creo que no habla de ellos… ni de Peña Nieto) comparado con ellos son un pan de Dios.

Siempre que llego a esos aquelarres procuro sentarme con los del Bronx, para así no sentirme desprotegido. Es el deporte universal de navidad, la reunión de amigos para fregarse mutuamente. Y no es casualidad que los que en la escuela fueron buleados se conviertan, nuevamente, en objeto de deseo, del buleador y su pandilla, y esos no perdonan nada. El pobrecito Godínez vuelve después de treinta años, más gordo y sin pelo, después de haber luchado denodadamente por conseguir el reconocimiento de su esposa y el respeto de sus hijos. Se viste con su mejor traje y envía el viejo auto a hacerle afinación (es un clásico… lo defiende). Envía a su mujer al salón de belleza y alecciona a sus hijos. Nervioso, sudoroso, y con las rodillas temblorosas, entra con su mejor postura de Manolo Fábregas del brazo de su dulce esposa tan decente como Marga López, arrastrando cinco niños igualitos al papá. Cruza el umbral y nunca falta el grito estridente que se levanta mefistotélicamente desde el fondo del salón: ¡Ey! ¡Ya llegó el pucta Godínez!

Automáticamente sus hijos le pierden el respeto y su esposa se quiere sumir en el piso. Y Godínez, en lugar de hacer lo más decente que se puede hacer en esos casos (sacar la pistola y tirar bala al por mayor) se ríe de lo más divertido. Abandona a su esposa y a sus hijos por las siguientes cinco horas y se emborracha hasta embrutecer con quienes se divierten, las mismas cinco horas, a sus costillas.

De una forma u otra el escenario es muy similar en muchísimas reuniones. A las cuales es obligatorio acudir porque si no vas te acaban. Además, por si fuera poco, los verdaderos recuerdos de juventud van quedando en el olvido y cada vez se comenta más de los desfiguros que se hacen en esas reuniones. Nunca faltan, también, los que llegan y no los recuerdas, y ¡qué oso! Invariablemente te encapsulan y comienzan a platicar contigo como si antes fueran grandes cuates. Quisiera ser lo suficientemente descortés para decirles “perdóneme caballero pero tiene usted un aire muy feo parecido a Videgaray, no tengo ni idea de quién, pero estoy seguro que si me lo recuerda, volveré a reírme vacuamente de sus sosos chistes como seguramente lo hice hace ya muchos años”.

¡Ay! ¡Qué bonita época del año! Ya casi empieza el maratón Guadalupe-Reyes, para estas fechas ya casi están asignados todos los nombres para el intercambio de regalos, el pino ya está puesto, la familia se está acomodando, el frío aprieta… así que sin más preámbulos… que comience el tira-tira.

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