He terminado por pensar que los agentes de vialidad ven el éxito del programa 1×1 con la misma inquietud conque los guajolotes ven la cercanía de las fiestas navideñas: con la idea de que a unos y otros les irá la vida, entre tanta alegría de los humanos del común.
Para los encargados de velar por el tránsito en las calles de nuestros pueblos y nuestras ciudades, debe ser motivo de profunda preocupación laboral darse cuenta de que hay un programa mediante el cual los conductores se ponen de acuerdo y logran hacer mucho más fluidas las vialidades, sin que sea necesaria la intervención de ninguna autoridad vial.
Imagino que por eso los antaño conocidos como tamarindos se instalan en cruceros a la menor provocación y empiezan a dar paso a varios coches de una fila, luego a unos cuantos de la otra, después a muchísimos de los de este lado y finalmente a una cantidad exorbitante de los de aquél, con lo que se vuelven endémicos los claxonazos y las recordadas de las cabecitas blancas que todos llevamos en el corazón.
Si saben que el 1×1 funciona, para qué invitan a los policías viales a que le pongan una calcita con sus ocurrencias de que crucen los vehículos en paquete, lo que retrasa considerablemente el flujo intermitente pero continuo que permite el hecho de que pase primero usted y después yo, cuando nos encontramos en una bocacalle.
Pongo un ejemplo: tratamos de salir cientos de vehículos del centro de la ciudad por la calle Zaragoza y enfilamos hacia Mata, con la intención de ingresar a la calle que primero era Bremont; que fue antes Morelos; que hace años llevó el nombre de un prócer de periodismo xalapeño por espacio de unas horas o tal vez minutos -saludos a mi amiga y colega Rosalinda Sáenz y Zárate-, y que ahora nuevamente lleva el nombre de ese desconocido pero suertudo personaje que sin que nadie sepa qué hizo en su vida se le recuerda en el nombre de una céntrica rúa xalapeña.
Bueno, cuando Zaragoza desemboca en Mata, los automóviles van pasando uno por uno, y lo mismo sucede cuando Mata termina en Bremont. Con eso, cada conductor ve que su vehículo adelanta sin prisas pero sin pausas, y eso da cierta confianza en que la salida del atolladero no llevará mucho tiempo. Al menos ésa es la percepción a medida que va uno avanzando, tal vez a vuelta de rueda pero caminando hacia la luz al final del túnel.
¡Pero no! De pronto el bendito flujo se detiene, y se puede observar a dos o tres policías con uniformes azul y blanco, armados de banderitas amarillas, que le dan al traste al acuerdo ciudadano, de modo tal que el embrollo se vuelve mayúsculo, y la salida imposible.
A eso agregue la exasperación de los choferes y los pasajeros, con lo que la culta Xalapa se convierte en tierra de nadie, en campo de la imposición y del derecho de la fuerza.
Tan fácil que es que nos dejen a los ciudadanos que nos pongamos de acuerdo.
¿O no?
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