Ya no pensaba volver ¿para qué más que la verdad? Pero resulta que después de tantos años de escribir esta columna hay quienes se han acostumbrado a las Aventuras de Paquito y sus viscerales intentos por volverme loco. No pienso resumir las cosas que me pasaron en estos últimos dos meses, pues tendría que partir del hecho que mi vida transcurre tersa y llana arrebujado entre las cobijas de mi cama, y hacer que una vida así parezca interesante, señor señora mía, es más difícil que comerse 28 gramos de Glorias Queretanas y bajárselos con licor de manzana.
En dos meses cualquier niño egresado de una escuela pública podría haber leído El Ulises y aprenderse de memoria los paisajes dublineses. Dos meses pareciera ser un tiempo suficiente como para que el mundo cambiara, pero descubro que pude haberme quedado en pijama, mirando al techo tratando de encontrar animalitos en el tirol, y aun así no me hubiera perdido de gran cosa. El problema de este crudo invierno no es su potencia petrificante, es la largura de su permanencia. Andamos los veracruzanos como grises fantasmas por las calles de la ciudad, sin alma y desangelados, volteando al cielo para encontrar aunque sean dos míseros rayitos de sol que nos calienten los pies enmojarrados.
Y ante tal panorama nos encontramos las etnias mexicanas sin ánimos de hacer nada, ateridos como estamos no dan ganas ni de ir a las tienditas a comprar una dotación de chucherías que nos llenen de energía. Si por mí fuera me la pasaría como Paquito, que tiene la fortuna de no saber nada de la vida y los precios del petróleo, y que puede, sin broncas, engarzarse en un maratón de películas, sacando apenas las manitas de las mantas para coger una que otra galletita y zampársela sin rencores. Pero habría que ser niño para vivir así. En cambio a nosotros nos toca que el despertador nos levante violentamente cada mañana y meternos a la ducha caliente para quitarnos la escarcha. Lo malo es que no son más de cinco o diez minutos de paz que nos da el agua hirviendo que tiene un gustillo a líquido amniótico, para luego salir a perseguir la chuleta enmicados en ropa térmica y con la mayor ilusión de sobrevivir a los témpanos de hielo que pueden hundir nuestro barco.
Frente al mencionado escenario no hay modo, porque ya tengo hasta ampollas de tanto frotarme los dedos congelados. ¿Habré perdido un par de dedos por hipotermia? A veces me lo pregunto cuando ya no los siento y comienzo a moverlos muy quedito hasta que la fricción los reanima. Yo apenas comienzo el 2015, estuve hibernando y lamiéndome las heridas que me dejó el 2014. Comienzo con la frustración de haber llegado al cuarto piso, de cumplir cuarenta y sabiendo que ya voy de bajada. Más joven no me haré, y aunque hay quienes me dicen que estos son los mejores años de la vida, tengo mis dudas. Vuelvo pues, a encontrarme con ustedes, sin promesas ni disculpas, hojeando con ansias el calendario para resaltar con mi marcador VisionPlus los puentes que con tanto primor hemos creado y que defenderemos con la misma garra que lo harían los Niños Héroes.
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P.D. Dice San Google que para cuando lea la presente probablemente ya haya salido nuevamente el solecito… ojalá. Si cuando esto lee ya hace calor, pues comprenda.