Ayer me lavaron los cristales de mi auto cuatro veces. Dos de ida y dos de vuelta, y ya no sé qué hacer. Por más que me despabilo en los semáforos nunca falta el afanoso limpia vidrios que se avienta desde la tercera cuerda y comienza a lavarme los cristales pese a mis sufridas súplicas. Uno como quiera, y aunque me entristece ver cómo me dejan la carrocería toda chamagosa descubro que se están convirtiendo en la fundamentalísima causa de que las señoras y señoritas lleguen hechas unas fachas al trabajo. Porque ellas salen a la calle con la ancestral conciencia de que el maquillaje se hace en el trayecto. Vieja ¿no te vas a maquillar? Preguntan los sorprendidos hombres al ver salir a sus mujeres con el heroísmo que conlleva parecerse a Elba Esther Gordillo. Ahí en el carro, contestan. Situación que se vuelve imposible de realizar por los tremendos hoyos que nuestros presidentes municipales no han tapado (aplica para cualquier ciudad desde Chetumal hasta La Paz) y por los sobresaltos que provocan esos niños y jóvenes que no saben distinguir un cristal limpio de uno sucio.
Si de por sí se sienten las todo hago, imagínese qué pasaría si vieran lo chueco que les queda el delineador. Ay no chiquitito, esto es insufrible, me dice Karla en voz en off, deja de estar jugueteando el desayuno y ayúdame con el niño, pero no te quedes ahí parado, péinalo y lávale los dientes. De ahí en adelante el día puede irse al excusado y no levanta hasta que a punto de bajarse del vehículo nuestras esposas nos preguntan ¿cómo quedé? Y nosotros a punto de explotar de risa les decimos que bien bonitas, como muñequita de aparador, y nos vamos –ahora sí- a disfrutar el día.
Esas escenas no son de ahorita, Tlapalizquixochtzin era la esposa preferida de Xocoyotzin, dícese, porque era la que se maquillaba más rápido y llegaba siempre puntual a los sacrificios, mientras que Tlacuilolxochtzin era más dejada y siempre se la andaba haciendo complicada al emperador porque entre que le dolía la cabeza, que ya se le habían acabado los Alka-seltzer y los niños que qué bien friegan, pues nomás le daba puras habas. Esa tradición azteca se fue pasando en el subconsciente y quedó la impronta en el actuar de las mujeres mexicanas con la firmeza que quedaron plasmadas las raíces de las pirámides aferradas a los capiteles de las nuevas iglesias.
Pero creo que tomé por el rumbo equivocado pues lo que más me incomoda no es que me laven los cristales o que me dejen embarrado el auto, sino que pareciera que justo cuando voy manejando se ponen de acuerdo para enviarme mensajes de texto y no puedo contestar. Peor aún, cuando llego a algún semáforo no puedo concentrarme por las hordas de chicos y jóvenes que se abalanzan sobre mi humanidad. Ya no se disfruta manejar con tanto tráfico, los baches, los limpiavidrios y el estrés normal de los xalapeños que nos sacamos la medalla honorífica de manejar literalmente con las patas.
Hoy, comprenderán, amanecí regañado. Fui sacado con violencia de mis aposentos y conminado a servirle de chofer a la heredera del carácter de Tlacuilolxochtzin y a su pequeño bodoquín, que, dicho sea de paso, se pone muy rudo si no ha desayunado. Hasta aquí por hoy, porque me va a dar algo.
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