El mes pasado fue la última vez que lo vi. Desayunaba con mi nieta en Plaza Animas y él caminaba con paso lento. Un saludo genérico y despedida. Aunque lo vi mermado, jamás pensé que nunca lo vería de nuevo con vida.

Lo conocí cuando fue diputado local. Era la década del 90 del siglo pasado. Hombre discreto y eficiente, conciliaba con la oposición tanto de izquierda como de derecha.

Francisco Loyo Ramos fue una persona de instituciones, de política y de academia. Por cinco legislaturas consecutivas, Secretario General del Congreso Veracruzano. Vamos, diputados iban y venían y Pancho Loyo sólo los miraba. Parecía inamovible. Lo era, por su conocimiento, experiencia y capacidad profesional. Sólo la muerte le ganó, como algún día nos ganará a todas y a todos.

Por eso fue merecido el homenaje que los Poderes del Estado le rindieron en lo que fue su casa de trabajo: el Palacio Legislativo. Una vez que muere la persona viene la valoración de amistades, familia y quienes la conocieron como servidor público. Sin duda alguna, su legado es invaluable.

La nota necrológica que el Congreso remitió reseña algunos de los logros que tuvo en vida Pancho Loyo:

“Obtuvo la licenciatura en Derecho por la Universidad Veracruzana (UV), con posgrado de Derecho Penal y de Filosofía del Derecho en la Universidad de Bonn, Alemania.

“De su vasta trayectoria destaca su desempeño como Magistrado del Tribunal Superior de Justicia, catedrático y director de la Facultad de Derecho de la UV, Magistrado del Tribunal Federal Electoral de la III Circunscripción y Secretario del Ayuntamiento de Xalapa.

“Fue además Diputado local y Coordinador del Grupo Legislativo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), durante la LVI legislatura, Subsecretario de Gobierno, de 1995 a 1997, Diputado federal de 1997 a 2000, Secretario de la Mesa Directiva y Presidente del Comité de Biblioteca e Informática de la Cámara de Diputados.

“También, Asesor del Presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado y Secretario General del Congreso del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, de noviembre de 2000 a la fecha.”

Francisco Loyo fue un observador de las variantes sociales y políticas del país y del estado. Supo entenderlas y aplicar su experiencia en beneficio de la sociedad. En esta época tan convulsa, socialmente hablando, faltará su voz que muestre las posibilidades de ruta a seguir.

Ahora nos toca a quienes quedamos con vida seguir en la búsqueda de una mejor sociedad, perfeccionar nuestra democracia y buscar colectivamente el bien común.

Sólo espero que quienes lo trataron personalmente como hombre de lealtades e instituciones, sepan aplicar lo que él enseñó. Creo que tardaremos algunos años en encontrar a otro Pancho Loyo. Por su talento y amistad, pero sobre todo por el trabajo realizado durante su existencia.

Nadie muere mientras es recordado. Lo sé y lo creo. Pero hoy sólo puedo lamentar no haber platicado más con él, ese día que lo vi cruzar los pasillos de la plaza comercial.

Nos leemos en la próxima entrega.