Don Germán Dehesa tenía una frase que, de haber sido yo mayor que él y de haber tenido su misma excelsitud, me hubiera gustado crear: “los lunes no existo”. Lo compruebo desde los primeros rayos de Sol que se cuelan por las fibras de las cortinas y que inmisericordes me queman los párpados amenazando que, o le entro a vivir, o me derriten las pupilas. Y ¿qué le puedo hacer? No me queda de otra más que entrarle al lunes con toda la pesadez del cuerpo y el dolor de mis huesitos.

Al término de este inefable día compruebo que como diría Jarabe de Palo, hay días en la vida para los que no nací, y el lunes es uno de ellos. Me duele hasta la última fibra de la uña del meñique.

Este lunes de Carnaval tenía la insana intención de no levantarme de mi camota y si el dolor no me resultaba insoportable, catetizarme para inclusive no ir ni a hacer pipí al baño… de mis otras necesidades fisiológicas no le cuento mis planes, baste decir que ya se encargaría el aire de orearme y al final del día, llamaría a mis plebeyos para que levantaran mi majestuosa humanidad envuelta entre las sábanas y me metieran a hervir para despegarme los efluvios del día. Quería comenzar mis abluciones de los maitines hasta caer la noche, en un intento vano para despistar al lunes.

No se pudo. En cambio, ejércitos de incautos como yo, fuimos sacados de la cama con la delicadeza de indirectas que arden cual cintarazos de padrastro ebrio: ¿Ahí te vas a quedar acostadote? Claro, no te preocupes, total, yo atiendo a los niños.

La noticia de ocho columnas de El Universal cualquier día de estos dará cuenta del alzamiento armado del sector femenil (gracias señor Grey y sus 50 sombras). Vivimos en un matriarcado disfrazado pese a que un billón de mujeres sufre maltratos. Yo digo que mejor no nos maltratemos, que vivamos en paz y estemos, serenos morenos. Mejor hagamos un frente común a este día innombrable que debió ser proscrito de la faz de la Tierra y lanzando a los infiernos junto con los ángeles caídos.

Hago cuentas de los lunes que he vivido y me sorprende que ahí la llevé, sobreviviéndolos. Hoy debió ser un día de relajación y hasta de autodescubrimiento. Fue todo lo contrario, fue un delirio de actividades varias, de arreglar la casa y de acomodar tiliches ¿cómo demonios nos hacemos de tanta porquería? Infame costumbre de atesorar cochinadas. Debería existir una ley prodescacharrización.

Para acabar este fatídico día que es como la séptima entrada del béisbol, la computadora se sincronizó con este repateante día y se me reinició cuando estaba a punto de terminar esta columna. Esta columna es otra, la segunda, la primera la había escrito después de tomarme un té de pasiflorina y posterior a un ingente masaje de pies en agua tibia. En ella hablaba de las ganas con que hay que entrarle a la semana, de que es una nueva oportunidad para comenzar de nuevo, de lo bonita que es la vida, de flores y atardeceres frescos con un sol que no quema, de las almas revitalizadas y el ambiente festivo carnavalesco, de besos, apapachos y arrumacos, de una helado de caramelo y un caminar tranquilo. Pero ya ve, justo cuando estaba a punto de olvidar la desgracia del día, pum, se me reinició la compu y perdí el anterior escrito. Es el destino de los hombres sencillos: tendemos a padecer la suerte de la sociedad que Slim llamaría “sencilla”. ¡Maldito lunes! Por hoy, ahí muere.

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