Adolfo López Mateos dijo que «La Revolución Mexicana fue la revolución perfecta, pues al rico lo hizo pobre, al pobre lo hizo pendejo, al pendejo lo hizo político, y al político lo hizo rico». Lo anterior lo citó el periodista Guillermo Fárber y también mencionó que duda que la frase la haya dicho López Mateos pues «es demasiado exacta». Podríamos estar de acuerdo, querido lector lectora, que al leer lo anterior nos florece la proclividad ingente de unirnos a su duda pues los mexicanos tenemos un amplio expertise en ese arte de transformar las buenas intenciones en lodaceros.

La corrupción, fruto del ingenio de la mexicanidad (Dios libre al mundo de mexicanizarse por completo), se presenta como un animal rastrero resistente a los chicotazos. Y pese a que Ricardo “el pelón” Anaya asegure que México ya ha tocado fondo en materia de corrupción, yo, como Guillermo Fárber, también en ese punto tengo mis dudas, pues no por nada somos la admiración de todas las naciones que se disputan el honor de obtener el primer premio de la corrupción. Y no me salga con la mensada de que compramos el título, nos lo ganamos a pulso.

¿Por qué hablo de la corrupción? Pues porque la preocupación no me ha dejado dormir. El pensar que después de las observaciones millonarias de la Auditoría Superior de la Federación podría caerle la guadaña a nuestros insignes funcionarios públicos, políticos presupuestívoros, hipnotizadores, madrugadores & Company, hace que se me ponga la piel chinita. ¡Hombre! Son nuestros paisanos y habría que entender que el vivir en la medianía de su sueldo no les ha dado la tranquilidad de contar con casas en Miami ni abominables residencias en Monte Magno.

Pero albricias, hoy ya dormiré tranquilo porque fue el mismo pelón Anaya quien nos dijo qué es lo que les pasará: nada, absolutamente nada les pasará a quienes tienen abiertas las observaciones por responsabilidad. Y si eso pasa, aseguró el chino Anaya entrecerrando los ojos para pespuntar las ideas, se debe a que México ya ha tocado fondo y son las mismas autoridades que fiscalizan las que establecen las sanciones. Todos son, como diría el Tío Gamboín, amigos. El Presidente le da cuerda al changuito que se pone a patalear y a soltar platillazos… éste, le da cuerda al siguiente changuito, y éste último al siguiente changuito, y así hasta el último changuito de la Administración Pública. Romper el hilo podría generar un descarrilamiento de proporciones inconmensurables, así que hágame usted el refabrón cabor si no es fácil entender por qué todos se dan cuerda.

Para abrir boca y darnos una idea del por qué los veracruzanos ya pueden dormir tranquilos, baste mencionar que en el 2013 de 2,500 promociones de responsabilidad que promovió la Auditoría Superior de Fiscalización, sólo se inhabilitaron a 7 funcionarios (¡Recórcholis! ¿Ineficiencia? No me ponga de malas, mejor permítame dudarlo).

Pero habría que ser muy piedra para enfrentar esa realidad con el cogote en seco y hacer como que la Virgen nos habla. Cuando alguien dice “los políticos son los corruptos”, yo, como Fárber, también tengo mis dudas que solo sean ellos. En mayor o menor medida somos partícipes de esa corrupción. Habría que agradecerle a La Lady Goliat (hermosa señora empijamada que se le pone sabrosa a un agente policiaco), a la LadyDoc (aplicadísima doctora de cuestionable origen gringo aunque a leguas se ve que la alimentaron con arroz y frijoles en la niñez), a los innumerables Gentlemans que sobornan a las autoridades, al que se siente un fregonazo porque se cuela en la fila del semáforo, a los que llegan al trabajo y pierden el tiempo en las redes sociales y se toman horas para echarse un cafecito, al que copia en el examen, al que para acabar pronto hace alguna triquiñuela para sacar ventaja. Ofrezcámonos unos sinceros aplausos todos, que junto con los políticos, hemos logrado perfeccionar nuestra Revolución y la hemos hecho la revolución perfecta.

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