A Estrella del Valle, la poeta.

Cuando era becario de la SOGEM en la ciudad de México viví durante algunas semanas en el motel Villa del Mar, por ahí por la Calzada de los Remedios. A ese lugar llegué por confusión pues la familiaridad del nombre con mi Veracruz me atrajo y pensando que era un hotel normal fui y pedí habitación, sin advertir que el empleado de la administración se me quedaba mirando extrañado, al tiempo que, al verme solo, me preguntó: ¿Se va a quedar toda la noche? Yo le dije que sí.
Para ellos fue gracioso y creo por eso me dejaban vivir ahí durante las tres noches que pasaba cada semana en la ciudad de México, todo con tal de estar cerca de la casa de mi amiga la poeta Estrella del Valle, quien entonces vivía con su pareja, un economista joven, pero vegetariano. Recuerdo que todas las mañanas, después de ducharme en el motel corría a casa de Estrella, oliendo a jabón chiquito, para incitarla a que le pusiera los cuernos al vegetarianismo de su marido con un sujeto que en el nombre del negocio llevaba la fama: “La panza de Mundo”. Desde las cinco de la mañana Mundo, un sujeto que tenía una panza que constituía la mitad de su cuerpo, se pasaba despachando caldos de menudo y mondongo, es decir panza, que nunca supe si era de res o de borrego. La neo vegetariana de mi amiga se pasaba toda la tarde mascando chicle de menta para disimular el aliento, pero me decía que su marido tenía un olfato especial y siempre la descubría porque los jugos de la carne, convertidos en humores, los exudaba durante la noche.
Después del desayuno con mi amiga nos preparábamos para hacer nuestros recorridos semanales. Íbamos al Universal, a Excélsior a visitar a amigos, periodistas culturales, para que nos sacaran notas sobre los libros que ya habíamos publicado. Al final paramos en La Jornada donde nos recibía siempre muy cariñoso Hugo Gutiérrez Vega, quien después fue nuestro maestro en la SOGEM.
En el camino a La Jornada, después de bajarnos en la estación del metro Polanco teníamos que caminar sobre la calle de Horacio hasta llegar a Newton y después encontrar la calle de Francisco Petrarca donde están las oficinas de La Jornada. En el camino, sobre Lope de Vega casi esquina Newton se encontraba un restaurante que se llamaba Oyster Bar. Nos llamaba la atención la cantidad de autos de lujo que se estacionaban, nos llamaba la atención el lugar tan sofisticado y el nombre.
Cada que pasábamos por ahí Estrella y yo nos mirábamos a los ojos y jurábamos, como jurara Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevo, que cuando fuéramos ricos, o cuando el gobierno nos becara, entregaríamos las llaves de nuestro auto al valet parking y entraríamos vestidos, yo de Armani y ella de Dona Karan a ese lugar a pedir… ¿? Ni siquiera sabíamos que era un Oyster Bar.
Luego nos enteramos que era un restaurante de lujo cuya especialidad eran los mariscos. Nunca pudimos entrar, a lo mejor porque todavía no somos ricos o porque el gobierno nos becó fuera del D.F.
Escribo esta anécdota mientras preparo mi clase para el taller de literatura en La Quinta de las Rosas. Vamos a leer Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote. Vamos a conocer a Holly Golightly, esa chica de Texas que es un verdadero torbellino, y que en la película, basada en esta novela y que dirigiera Blake Edwards, fuese interpretada por la siempre hermosa Audrey Hepburn.
Ahora que lo pienso bien, mi amiga Estrella del Valle era un poco Holly Golightly. Nos las pasábamos en los cocteles que se armaban en la Casa del Poeta y en la Casa Lamm, íbamos a las presentaciones de la revista Generación de Carlos Martínez Rentería que organizara en algún putero de Garibaldi; ahí nos rozábamos con gente de letras y hasta de la farándula. Recuerdo que Estrella se desenvolvía con tanta seguridad, siempre muy alegre, con su gracia prístina y sus frases certeras.
Recuerdo muy bien el rostro de mi amiga cuando nos deteníamos enfrente del Oyster Bar, era el mismo rostro de Holly cuando se detenía en el escaparate de Tiffany’s de la Quinta Avenida en Nueva York, comiendo su pretzel con sus manos enguantadas y ese hermoso collar de perlas.
Holly decía: “Quiero ser todavía yo misma cuando despierte un día y vaya a desayunar a Tiffany’s”. Pero eso no lo consiguió ella y no lo conseguirá nadie.
“Nadie se baña dos veces en el mismo río” postulaba Heráclito. Y es cierto, de hace diez años para acá el mundo ha cambiado y como dijera Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com