Venimos con cierta regularidad al D.F., esta vez salimos de Xalapa a las 4 A.M., y menuda aventura que vivimos en el trayecto, nieve, como en Canadá, hubo que meter reversa, regresar, tomar otra ruta, total, un trayecto de varias horas no previsto, ya no llegamos a la entrega de los premios nacionales de periodismo del Club de Periodistas de la gran Celeste Sáenz de Miera y a la que íbamos enviados especiales por Crónica del Poder y a invitación expresa de Uriel Rosas Martinez. Ni modo, nos perdimos la oportunidad de codearnos con algunos colegas, de lo más granado de periodismo, ya sabe usted los Santos Briz, los Tinoco Guadarrama, los Jenaro Villamil y, en fin, los meros meros de este sufrido pero fascinante y apasionante oficio del «tundeteclismo», después, una antesala como de 4 horas en el servicio médico. El D.F., muy cosmopolita, cada vez más se convierte en una urbe global con gente de todas partes del mundo que viven aquí o lo visitan y se sienten como en su casa, ¡bien! Y la avenida Álvaro Obregón irreconocible, entre Insurgentes y Cuauhtémoc, parece un corredor parisino, cafés en las banquetas y comida de todo el mundo, más una que otra librería de nuevas ediciones y algunos usados en donde se pueden encontrar algunas joyas literarias, lo único es que a veces falta «varo» y espacio para traerse algunos libros… un paraiso.