La cultura popular es a la vez que sabia, apolítica y fluye con el entendimiento natural del hombre, es un hacer-saber que mana espontaneamente, que tiene como base el despertar de los sentidos.
La alegría despertada por el estallido del ingenio que la cultura popular posee, es una muestra infalible de congruencia con la vida y de buena salud de un pueblo.
Pie angular de la cultura popular es la sencillez, el lenguaje coloquial y directo, –sin oropel innecesario– y los valores que en sus enseñanzas transmite, en los que se manifiesta el temple y el recio carácter del colectivo social, que le da sentido de pertenencia.
La voz popular expresada a través de su cultura, alinea la vida con el amor, el humor, la sana alegría y santa felicidad, dejando testimonio claro de una sabiduría infalible que anida en el pueblo.
Cuenta la voz popular que “en dos pueblos contiguos, –que se comunicaban por un loco ducto– había dos novenas, dos equipos de beisbol que tenían como singular característica, que estaban bien locos, medios lorenzos o totalmente locuaces.
Acordaron realizar un partido de beisbol de locura, deseaban ver qué equipo era mejor, mismo que se llevó a cabo en San Fermín, entre el equipo representativo del municipio y un equipo representativo de Locodeyta.
Toda ésta mala fama, plena y totalmente infundada, nace por el carácter abierto de los lugareños y por su forma coloquial, pícara, sencilla y agradable que tienen para ver el día a día y fluir con la vida.
Los amigos de los jugadores rodearon el campo de juego, pa’ ver si su equipo representativo era el mejor. Reunidos en el campo de beisbol, el umpire llamó a los capitanes de los equipos para indicarles las reglas del terreno.
El “home run” –le dijo– se contará como tal después de que la pelota pase la línea de nopales, mezquites y chaparros –árboles de la región– que se ven hasta allá atrás.
Cuando sea “home run” el jugador que le pegó a la pelota seguirá corriendo, sacando tantas carreras como pueda, hasta que regrese al cuadro la bola de entre el monte. Esta es la regla básica para éste encuentro de selecciones.
Y ante la expectativa popular, dio inicio el partido. Los llanos circundantes estaban pletóricos de gente de San Fermín y de gente venida de Locodeyta a través del loco ducto, cada porra lanzaba animados vítores a su equipo.
En la novena entrada, en un partido demasiado reñido, que mantenia en suspenso a la afición, la selección de San Fermín ganaba por dos carreras a cero al equipo contrario, pero a éstos últimos les correspondía batear.
El turno al bat correspondió a un jugador chaparrito, prieto, con una sólida manifestación músculo-esquelética, era un roble de una sola pieza de fuerte, quien a la primera pitcheada conectó un leñazo que lanzó la bola por el jardín derecho, que se fue a caer entre las nopaleras, mezquites y los chaparrales que circundaban el campo.
El jugador de Locodeyta de acuerdo a las reglas del terreno, le dio una vuelta al cuadro en una ocasión y como la bola no regresaba, ante la desaforada algarabía de su afición, siguió dando vueltas y vueltas a las bases, hasta completar 35 carreras y la bola no regresaba; el pela’o sentía como el aire le faltaba, ya estaba sumamente cansado y los jardineros de San Fermín no atinaban a encontrar la pelota de entre el monte.
El umpire se trasladó hasta el jardín derecho a atestiguar la busca de la pelota, en ese momento uno de los jugadores la encontró, la levantó con su diestra para lanzarla al cuadro.
El “ampayita” de inmediato gritó:
–– Faul, primos, faaauuuullll… ¡NO CUENTAN LAS CARRERAS!”
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