Por Ramón Durón Ruíz
El hábil estratega de la Segunda Guerra mundial y sabio político inglés Winston Churchill afirmó: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.”
Para éste campesino de Güémez, que distante está la actual partidocracia nacional, en su conjunto, de tener los tamaños de estadistas; mientras en el 2000 arribamos casi plebiscitariamente a nuestra transición democrática; pero en la nuestra, una de las democracias más caras del mundo, a la partidocracia nacional se le ha olvidado pactar un Gran Acuerdo de Reconciliación Nacional.
Nuestros partidos políticos, por salvaguardar el monto del financiamiento público, por defender sus cotos de poder y sus intereses partidarios, han omitido vivir con el sentido de Patria.
Si bien legislaron para que el actual proceso –con la participación de 10 partidos políticos– en el marco de una nueva ley electoral, tenga nuevas reglas, en el que hay elecciones concurrentes; se apoya la equidad de género, pues la mitad de las candidaturas son para mujeres; surge la figura de candidatos independientes; se trasformó el IFE en INE (Instituto Nacional Electoral); en el fondo me parece que son cambios que seguirán manteniendo el status quo, en el que los mexicanos sigamos igual.
Mientras los ciudadanos estamos afectados por la pobreza extrema, por el desempleo, por una agraviante inseguridad, acompañada de una seria falta de confianza en los partidos políticos. Las encuestas establecen que la política y los políticos están mal posicionados en el colectivo social.
Las campañas políticas sirven para pasear la ignorancia, la gente está cansada de campañas con muchos adjetivos… y pocos argumentos, y sobre todo, para desarrollar una “guerra sucia” que a nadie beneficia, mucho menos a una democracia carente de buenos resultados.
Los partidos políticos con sus “guerras sucias” a través de videos, spots, libros, golpes bajos, escándalos, generan un desencanto ciudadano –de por si “somos risueños… y luego nos hacen cosquillas” – que conduce a la nación a un marcado abstencionismo, que en el fondo debilita a nuestra democracia.
Este 7 de junio los mexicanos tenemos un compromiso, ejercer el derecho y la obligación ética del voto; frente a la soledad de la boleta, tendremos cuatro opciones: 1) abstenernos, 2) votar por los candidatos de nuestra preferencia, 3) votar por un candidato independiente, o 4) anular el voto.
Estimado lector, lo invito a que reflexione sobre la trascendencia de su voto, elegir a nuestros representantes es el ejercicio de nuestros derechos políticos, en una sociedad con una rica pluralidad, el cambio de legisladores, gobernadores y ayuntamientos; su voto hace que el proceso no sólo sea democrático, sino civilizado y pacífico, usted ¡DÉ SU VOTO EN LAS URNAS…NO DÉ MÁS!, no le vaya a pasar lo sucedido en la siguiente historia.
Cuenta Antonio Lomelí, que hace ya varios ayeres: “Uriel Avilés, Diputado por Michoacán, gozaba fama de ingenioso y concentraba la simpatía de sus compañeros de la Cámara, quienes gustaban de su estilo provinciano, especialmente cultivado por él, para dar la nota en aquellas sesiones que resultaban tediosas. Para algunos, se fingía palurdo y soltaba frases causticas envueltas en beatifica rudeza.
En cierta ocasión, sesionaban los diputados para decidir si se concedían o no, facultades extraordinarias al Presidente de la Republica, en el ramo de Hacienda. Pidió el uso de la palabra el Diputado Avilés y comenzó así su disertación: ‘Señores diputados: Les voy a contar lo que pasó una vez allá en mi pueblo, cuando una señora fue a visitar a su comadre en compañía de su chamaquito. Estaban platicando y chismeando, cuando el niño les interrumpió diciendo:
–– ¡Mama, yo quiero ese cuadrito! –y señalaba uno, de unos gatos retozando, que estaba en un pasillo junto a la sala.
Pero el chamaquito insistía: –– ¡Mama, es que yo quiero ese cuadrito!
Entonces, la dueña de la casa descolgando el cuadro, se dirigió a su comadre y se lo dio diciendo:
–– Con mucho gusto se lo regalo al nene, ya que tanto le gustó.
Luego siguieron platicando, pero el niño volvió a interrumpir: –– ¡Mama, yo quiero el clavito!
La madre hizo ademán de pegarle al chamaco, pero la comadre dijo:
–– Es justo que quiera el clavito, ya que tiene el cuadrito y va a necesitar colgarlo. ¿No le parece, comadre? Y sacando el clavito, se lo dio al niño.
Luego continúo la charla, pero el muchacho volvió a interrumpir: –– ¡Mama, yo quiero el agujerito!
–– Po’s así les digo yo, señores diputados. El presidente nos pide primero el cuadrito, luego nos va a pedir el clavito, y si todo se lo damos… po’s allá ustedes, porque yo no voto esas facultades extraordinarias. He dicho.’”1
1.Antonio Lomeli Garduño/ANCEDOTARIO POLITICO/Un discurso Festivo
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