Si rendirle homenaje a un ser humano una vez que ha partido de esta dimensión es un asunto de carácter cultural o forma parte de la condición humana pasa a segundo término cuando media la reflexión sobre el tránsito finito del hombre en esta vida. En México es costumbre reconocer los méritos de quien destaca positivamente entre sus conciudadanos cuando le llega el último hálito de vida, la excepción es cuando se le festeja en convivencia. Quizá sea el producto de una herencia de la Roma Clásica, la que en su transitorio esplendor hizo trascender en mármol la grandeza de sus héroes, esa costumbre que nosotros adoptamos para inmortalizar en piedra pulida o alabastrina la síntesis inmóvil de una vida de provecho.
En México acostumbramos a desgranar loas sin medida para enmarcar los méritos de quien emprendió el viaje sin regreso, todos positivos sobre quien ha pasado a “mejor vida”; es vigente el refrán que recuerda al muerto como el mejor. Hay sin embargo, en el ámbito social de todos los círculos que componen un conglomerado humano, quienes sobresalen del común denominador, los que por su acción en diferentes ramos de la actividad destacan e imponen conductas, acciones que orientan el pensamiento de su época y en el concurso de las generaciones entreveradas van dejando su huella inmarcesible.
Es de esta manera en que se proyectan en el tiempo y logran trascender aquellos que imprimieron la huella de sus pasos; pero en el ancho e insondable mar del egoísmo humano existe el riesgo de que la inexorable marcha de los meses y de los años borre de la memoria selectiva aquellas estampas expuestas a la fatalidad de Cronos, el insaciable y cruel Dios que devoraba a sus descendientes. De allí la necesidad humana por erigir nichos para quienes por su perfil emblemático son acreedores de un permanente reconocimiento.
Tal es la reflexión que despierta en mí la despedida de esta dimensión de nuestro amigo Guillermo Zúñiga Martínez, un ser humano cuyo tránsito por la vida terrenal no ha sido en vano; por el contrario, hizo camino en su andar y en lo propositivo de su conducta cimentó fama y prestigio. Al privilegiar la palabra hablada y escrita como ariete para abrirse paso por el berenjenal de la política, con talento para intentarlo, no fue menor el grado de su impulso para esculpirla en la cultura y la educación.
En dos ocasiones solicité a “Memo” su amable participación para presentar sendos libros de mi autoría, aceptó la solicitud de inmediato con la generosidad propia de una bonhomía inherente a su personalidad, por ese desinteresado gesto que mucho le reconozco “El Ocaso del Camaleón”, publicado por la Universidad de Xalapa en 2005, y “El Fin de una Era”, auspiciado por el Colegio de Veracruz en 2010, están ligados a Guillermo Zúñiga en la suerte de su brillante exposición.
No es poco lo que se puede formular en la semblanza sobre un actor político de la talla de Guillermo Zúñiga Martínez al calor de su despedida, corresponde a familiares y amigos mantener viva la flama que él encendió, esa antorcha que deja en la carrera de relevos que es la vida no debe navegar a la deriva. No sería ocioso recorrer la trayectoria y las incidencias que durante su desempeño profesional experimentó Zúñiga Martínez, prefiero sin embargo su faceta más importante: la de Hombre, con mayúscula, no como expresión de masculinidad sino la índole del testimonio de una existencia fructuosa. “Luz más Luz” dijo en su postrer momento Goethe, es la antorcha que orienta el pensamiento de los iluminados, Ecce Homo.
Aunque para dejar de existir basta con tener vida, y la incógnita de su fin convierte al perecedero viaje en una experiencia extraordinaria, lo cierto es que en términos generacionales, en la corriente de la vida, para quienes componemos la “camada” de la que formó parte Guillermo Zúñiga Martínez, la desembocadura está a la vista, sólo que por avatares del destino algunos son llevados al recodo, en el remolino que el remanso forma, desde donde no sin intrigada y amilanada reflexión divisan la poderosa corriente que irrumpe en el majestuoso océano con su carga de vida, esa que renace con el eterno retorno; pero en el designio de la inevitable anegación vendrá la que conduzca las naves que rondan en el remanso hacia la poderosa corriente que es vía directa al océano de la vida. Vida inagotable, fructífera y trascendente la de Guillermo Zúñiga Martínez, que en paz descanse.