1.- Querido Guillermo, el jueves por la noche, después de escribir mi artículo de Viernes Contemporáneo, me enteré de tu muerte. Hace días que el presagio de tu partida nos andaba acosando, nos buscaba en las angustias, en los respiros, en las palpitaciones; embestía nuestras esperanzas, porque a pesar de la inclemencia de tu cáncer queríamos que te recuperaras, que volvieras a sonreír, que volvieras a soltar esa sonora carcajada de barítono que hacía estremecer los cristales de tu ventanal; nos hacíamos ilusiones y cada que nos llegaba una noticia de tu salud le tapábamos los oídos a la esperanza para que ésta no se desanimara y nos dejara en el abandono total. Se nos olvidaba que la esperanza, lo decía Emily Dickinson, es “algo con plumas que se posa en el alma” y que aún en medio de la más terrible tormenta su voz es más dulce y su canto no cesa.
2.- Querido Guillermo, esa misma noche acudí a dar el pésame a tu esposa y a tus hijos, a tus parientes y seres queridos, a tus amigos y colaboradores de tantos años. Esa noche me di el pésame a mí mismo. Al día siguiente acudí al homenaje que te rindieron en la explanada de la Secretaría de la que fuiste dos veces titular. Esa tarde en mi casa quise reposar un poco para descansar y acudir a tu despedida; pero ¿a quién le gustan las despedidas? Es por ello que dejé que el cansancio se me echara encima, como una sombra oscura y pesada, y me quedé dormido. Querido amigo, no tenías ni veinticuatro horas de haber partido y ya tu ausencia se me hacía insoportable.
3.- Yo te recuerdo bien, enérgico a ratos, pero con la capacidad de recuperar el buen humor que siempre te caracterizó. Había un joven en ti que a cada rato se soltaba las ataduras de la edad y se asomaba para saludarnos con su sonrisa; se asomaba ese joven como el sonrojo en un rostro apenado, como el asombro en un rostro sorprendido, como el sueño en un rostro adormilado, como el orgullo en un rostro complacido.
4.- Caballero de fina estampa, caballero, así andabas de la mano de la mujer amada que orgullosa te miraba y sonreía. Dice la gente de Teocelo que a veces así se los encontraban, como dice la canción muy “amarraditos los dos/espumas y terciopelo,/ella con un recrujir de almidón/y tú serio y altanero./La gente los mira/con envidia por la calle,/murmuran los vecinos,/los amigos y el alcalde”. Y es que en verdad, no hay nada mejor que ser un señor de aquellos que vieron nuestros abuelos.
5.- Querido Guillermo, después de ti, ¿a quién le vamos a poder llamar profesor? Elevaste el oficio de maestro al grado de apóstol. Recorriste las ciudades de tu tierra, Veracruz y enseñaste, al que tenía hambre, a cocer pan, al que tenía sed, a abrir pozos, al que tenía algo que decir, a escribir libros; enseñaste a pescar en lugar de regalar pescados. Nos enseñaste a pensar, a decir, pero sobre todo a escuchar. Te hiciste apóstol de la educación fundando escuelas que son esperanzas. Enseñaste a los que querían estudiar que no se requiere de un edificio especial para aprender. Nos enseñaste que la universidad está en uno. Nos enseñaste que para aprender sólo se requiere voluntad; con tu ejemplo también nos enseñaste lo que es la voluntad.
6.- Querido Guillermo, agradezco que en los últimos meses me hayas dejado estar cerca de ti, de tu pensamiento, de tu fortaleza, de tu sentir. Me sentí tan privilegiado de que me instruyeras sobre asuntos de historia, política y sobre todo de la naturaleza humana. Gracias porque tuve el privilegio de ser tu editor, de publicar el libro El durazno y otros frutos. Tuve siempre tu respeto, pues nunca, a pesar de mi postura crítica hacia el sistema, nunca escuché de ti un sólo reclamo. Pero lo que más admiré fue tu vocación de servicio, la fuerza y el entusiasmo que ponías en tu apostolado por la educación. El problema es que ahora no sabré como lidiar con tu ausencia.
7.- Una de las coincidencias que le faltaron a Flavino Ríos Alvarado fue decir que tu muerte ocurre el mismo día que la muerte de Cervantes; dice la historia que ese mismo día en Inglaterra murió William Shakespeare, es por ello que en ese día se celebra el Día Internacional de Libro. Hasta de eso se ocupó la vida, de dejar patente que ese día, 23 de abril, era un día para recordar que fuiste un gran promotor del libro.
8.- Querido Guillermo, te cuento una anécdota, de esas que tanto te gustaban. Cuenta Máximo Gorki que el día que llegó el cuerpo de Chéjov a Moscú, llegó en un vagón que llevaba la inscripción: “Ostras frescas”. “Detrás del féretro de Chéjov -cuenta Gorki- caminaba un centenar de personas, no más. Recuerdo sobre todo a dos abogados, ambos llevaban zapatos nuevos y corbatas llamativas, parecían novios. Yo iba detrás y oía a uno de ellos, Vassili A. Maklakov, hablar de la inteligencia de los perros; otro, un desconocido, alababa la comodidad de su villa y la belleza del paisaje y de sus alrededores”. Querido amigo, no me extraña que el día de tu homenaje también pasaran cosas raras. El particular de un funcionario no paraba de reír mientras el secretario Flavino hablaba de las fortuitas coincidencias alrededor de tu deceso. Una señorita le abanicaba el rostro y el “Don Juan” agradecido le tocaba la cintura buscándole la entrepierna. Unas mujeres tuvieron la osadía de acercarse a tu hijo no para darle consuelo, sino para pedirle dinero. De la misma forma un grupo de “periodistas” se olvidó de tu cuerpo presente, te dieron la espalda y se pusieron a buscar al gobernador para pedir que les pagara. Tú fuiste una persona honrada.
Descansa en paz, querido amigo.

Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com