La corrupción en nuestro país es un problema cultural, ético y de quienes aquí habitamos. Para que se dé hacen falta por lo menos dos: el corruptor y el corrompido. Por lo tanto es un problema social, y como tal debemos solucionarlo o aceptar su presencia.

Por supuesto que hay personas que no queremos que la corrupción nos gane, que apostamos por ser una mejor sociedad y no participamos en esa cadena de podredumbre que sólo denigra a quienes en ella participan.

Así como hemos podido luchar para el reconocimiento pleno de los grupos vulnerables de nuestro país, por impulsar leyes que nos permitan una mejor cohabitación, por ir “en contra de la costumbre” (que sólo justificaba injusticias), así también debemos ir en contra de la corrupción. Aniquilar eso de que “el no transa no avanza”.

Mis nietas dicen que peco de ingenua. Yo les digo que exagero de optimismo, porque ya no puedo deprimirme más. Sólo me resta trabajar en lo individual y colectivo para aportar lo que pueda en este proceso de transformación.

Por eso, cuando leo que el diputado presidente de la Comisión Permanente de Vigilancia de la LXIII Legislatura del Estado, Francisco Garrido Sánchez, propone retomar en un mismo “bloque” las reformas y adiciones a la Constitución del Estado en materia de fiscalización superior –iniciadas en noviembre 2014– y las reformas dictadas en el nivel federal, para redoblar esfuerzos y combatir todo acto u omisión que fomente la corrupción, pues sólo puedo alegrarme.

“Estas reformas, en materia de disciplina financiera de las entidades federativas y los municipios, y de combate a la corrupción, ya las aprobó el Poder Legislativo de Veracruz”.

Una es reiterativa, pero siento que es una obligación personal decirlo: no bastan las buenas leyes –ni muchas leyes– si la sociedad no aporta lo que le corresponde. Si esperamos que el vecino o los gobiernos empiecen, pues corremos el riesgo de que ellos piensen lo mismo y nos esperan a que demos el primer paso.

El sistema financiero público debe ser complejo, con tantos códigos, leyes y artículos. Pero si nuestros funcionarios actuaran honestamente, mucho de nuestro marco legal estaría obsoleto. Lo mismo debemos hacer nosotros: ser honestos. No esperar a conocer la sanción y decir que lo pagamos, debemos aprender a respetar las diferencias y convivir con todas y todos.

Las leyes son el reflejo de una sociedad. Mientras más tenemos, mientras más coercitivas sean, mientras más penas nos impongan, sólo reflejan que no hemos podido cohabitar en paz y con respeto entre nosotros.

El pueblo antiguo de Israel sólo necesitó de diez mandamientos para regir su vida social. En ese decálogo se asientan valores universales de respeto: no matar, no robar, respetar y amar, no codiciar lo ajeno. Así de fácil.

En México prácticamente tenemos un código y un artículo para cada acto cotidiano, porque no hemos aprendido a vivir en sociedad. Duele, molesta, pero basta ver nuestras calles sucias, nuestras banquetas rotas, nuestros parques y espacios públicos, nuestras alcantarillas tapadas por basura, etcétera.

Por hoy es todo. Le deseo un excelente inicio de semana y nos leemos en la próxima entrega.